Cómo una banda de rock puede cambiarte la vida, o dos historias para entender la llegada de The Cure a Uruguay

Gustavo "Jack" Doorman y Nacho "Par" Adda cuentan su vínculo con la banda inglesa que este lunes se presenta en el Antel Arena con entradas agotadas

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The Cure.
Foto: Difusión

Que el cantante de la banda más popular de Uruguay elija una canción de The Cure para su primer set como solista es una prueba de la permanencia y la trascendencia de The Cure. Es el caso de Emiliano Brancciari: la canción es “Lovesong” y, atendiendo como Emi (su alter ego solista), ya la hizo por lo menos en La Trastienda y en el Solís.

Así, la banda liderada por Robert Smith, que mañana, lunes, se presenta en un Antel Arena de aforo completo como parte del festival Primavera 0, se revela -junto con Mano Negra, pero esa es otra historia- como una de las influencias fuertes de la música nacional.

Abarca, claro está, a la generación de los hoy cincuentones o sesentones tempranos que escucharon a la banda en cassettes hipercopiados, en vinilos traídos por amigos con posibilidades o en escasísimos programas de radio. Esos los vienen esperando desde 1987, cuando no hubo forma de cruzar a Buenos Aires a verlos en un show en Ferro que se volvió míticamente caótico.

Allí sí estuvo y mañana estará, seguro, Gustavo “Jack” Dorman, uno de los principales importadores de la música y la estética de The Cure en Uruguay. Y uno de los pocos que pasó una noche de juerga y 15 minutos de charla con el mismísimo Robert Smith.

“En 1982 descubrí a The Cure y con la guitarra empecé a sacar las canciones y las tocaba en el Metro de París: me subía a un vagón, cantaba una canción, pasaba la gorra y me pasaba al otro vagón”, cuenta Doorman, quien no solo hacía buen dinero sino que además tenía unos seguidores que iban con él de vagón en vagón. “Tocaba ‘Killing an Arab’, ‘10:15’, ‘Fire in Cairo’, ‘The Forest’. ¡Me las sabía todas!”. No había otro músico ambulante haciendo ese repertorio”.

Y cada vez que volvía a Montevideo traía los discos de The Cure y se los dejaba a sus amigos. “Era como un emisario: quería que al mundo le gustara, pero era muy difícil que te entendieran”, dice.

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Jack Doorman

Una leyenda urbana de la época era que Doorman había estado con la banda. Es verdad.

“Un día una amiga me dice que tiene un pase para una rueda de prensa con ellos”, recuerda. “Cuando llegamos, justo él estaba saliendo y cruzamos miradas y nos pusimos a hablar. Se dio cuenta que tenía un acento y hablamos lindo”. Fueron 15 minutos y -¡bien por el uruguayo!- cuando anunciaron que se iban a hacer noche, Doorman se dejó invitar.

“Terminé en la limusina de Robert Smith y Simon Gallup”, cuenta y se refiere al legendario bajista que también estará mañana en el escenario del Antel Arena. “Llegábamos a las discotecas y me confundían con uno de ellos. ¡Hasta me pedían autógrafos!”.

Es que, ya entonces, el vestuario de Doorman y su aspecto lo hacían un miembro de la tribu dark de la que The Cure eran los adalides (y los que más lejos iban a llegar).

Al otro día, cuando se despidieron en el aeropuerto, “fue como que me arrancaron algo, fue triste, un bajón feo”, dice Doorman, quien los volvió a ver , por ejemplo, en Buenos Aires, acompañado con una delegación extraoficial del primer rock uruguayo: había miembros de Los Traidores, Los Estómagos, quizás Los Tontos.

Para ese entonces Doorman ya había vuelto a Montevideo y se hacía notar con su look que se volvió marca en Locure (¡justo!), su tienda de ropa post-punk que tenía en la Galería del Libertador entrando por la calle Colonia. Era una célula despierta de la onda Cure en la Montevideo grisísima de la década de 1980.

Y estaba Zona Prohibida, la banda tipo Cure que se hacía notar en canciones como “Jugando sola” y, aún más, en una prolijísima versión de “A Forest”, un hit temprano que Doorman ya hacía en el metro de París. Los que lo vieron en Too Much o en el primer Cabaret Voltaire de la Alianza Francesa (todo eso en 1985) dan fe de la lealtad al modelo.

Desde 2009, Doorman ha mantenido un proyecto que lleva su apellido y con el que ganó el Graffiti a mejor disco de electrónica en 2016 por Wet, uno de la media decena de álbums que ha editado, todos nominados a los Graffiti.

Aunque sigue escondida en arreglos que acercan la propuesta, como él dice, al territorio de Love & Rockets y cierto rock industrial y electrónico, Doorman, dice, en algún momento necesitó sacarse de encima la influencia de The Cure. “Lo del Antel Arena va a ser un reencuentro generacional”, dice. Él va a estar entre el público.

Otra generación. El setlist recurrente de Shows of the Lost World, la gira que trae a The Cure a Uruguay, incluye 28 canciones de los 17 discos de una carrera que empezó en 1978. De la formación original solo queda Smith, siempre con sus pelos revueltos (aunque sin la frondosidad de antes) y su maquillaje típico.

El repertorio es tan fuerte que, por ejemplo, el segundo bis aún incluye seis grandes éxitos que aquí no vamos a espoilear aunque sea un dato fácil de conseguir. La despedida es con “Boys Don’t Cry”, la canción con la que muchos descubrimos que el pop podía ser así de austero, así de raro, así de encantador.

El setlist incluye, en su primer tercio, “Burn”, escrita especialmente para la película El Cuervo (la de Brandon Lee) y que impactó a Nacho Adda, el músico conocido como Par, en cuya música se notan, detrás de su aspecto electrónico y ambient, las influencias Cure.

Tenía 11 años cuando se produjo el hechizo y fue cuando vio El cuervo por Canal 10 -una forma entrañable de recibir un impacto cultural tan grande-, lo que lo disparó a la librería del Devoto de Sayago, lo más cercano que tenía para buscar algo que le explicara qué era eso que lo ponía así.

Desde entonces no paró, y cuando se lo consulta se dice un “fanático 10 sobre 10”.

“Si bien no soy coetáneo, los descubrí en los 90 y es una banda que me ha acompañado desde entonces en diferentes momentos, diferentes relaciones, con diferentes amigos”, dice Par, quien acusa 40 años. “La otra vez bromeaba en Twitter que me llamaba la atención que hubiese agotado las entradas tan rápido siendo una banda que escribió toda su discografía exclusivamente para mí”.

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Nacho Adda, o sea Par

Reconoce que su música y su estética tuvieron un efecto hipnótico en aquel adolescente que, aunque hoy escucha otro tipo de música, lo mantiene como “una constante” en su vida. “La adolescencia, El cuervo, The Cure, fue un combo que quedó tatuado”, dice.

Se hizo, en el mismo centro comercial, con Standing on the Beach, el grandes éxitos que fue otra entrada intergeneracional a la música de la banda. El primer disco entero que se compró -porque esas cosas son las que no se olvidan- fue Kiss Me Kiss Me Kiss Me de 1987, otro discazo. “Lo gasté”, dice.

Par ha editado cinco discos de estudio, uno en vivo, tres EP y tres discos de remixes que le dieron seis nominaciones a los Graffiti. El miércoles 6, ya que estamos, se presenta junto con CØ3RA en Magma Futura (Pablo de María 1011) a las 19.30, con Mímesis, “una experiencia audiovisual inmersiva”.

A The Cure los vio en vivo, como muchos de los que van a estar en el Antel Arena, en 2012 en el Monumental porteño, y pensó que era la primera y la última vez; se equivocó porque llegó a comprar entradas para el Antel Arena, lo que es de afortunado dada la rapidez con la que se agotaron.

“Lo del Monumental fue un concierto monolítico de tres horas, donde estábamos con la que por entonces era mi novia y hoy es mi esposa sin poder creer que era un hit atrás del otro”, dice Par. El vivo de The Cure es así de legendario, lo que vienen a probar a Montevideo.

“La influencia más grande que me ha dejado es clima, poner una intro, desarrollar ciertos pasajes durante un tiempo, que la gente entre en un trance antes de largar el tema”, dice Par, quien reconoce la huella de The Cure en la música uruguaya.

Y ahora van a estar tocando ahí, en Villa Española, nada menos, en un cruce de generaciones que han descubierto en Robert Smith una música oscura que parecía tan de adolescentes y que sin embargo sigue interpelando a recién llegados y a aquellos que vamos a terminar cantando “Boys Don’t Cry” ya sin voz, pero, quiero creer, tan renovados.

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