Con Germán Daffunchio: qué le quedó de tocar con Luca Prodan y por qué Las Pelotas no es una banda "de caretas"

En la previa a un nuevo show de Las Pelotas en Uruguay, este sábado en Sala del Museo, el cantante charló con El País sobre su viaje personal, que empezó como marino mercante y hoy lo tiene en las Sierras de Córdoba, entregado a la música.

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Las Pelotas, en vivo.
Foto: Malu Campello

Quizás por eso de que alguna vez fue marino mercante, para hablar con Germán Daffunchio es necesario soltar amarras: el barco, la charla, va hacia donde quiere ir. Acá no hay hoja de ruta posible. Apenas hay que flotar.

Cantante, compositor, guitarrista, atiende a El País antes de tocar con Las Pelotas, mañana en Sala del Museo (entradas en Redtickets). Dice que Montevideo es uno de sus puertos; alguna vez declaró que, si tuviera que exiliarse, podría hacerlo aquí.

Desde su primer show local, con Sumo en Montevideo Rock 1986 (“¡Fito Páez después no quería salir porque la gente seguía gritando por nosotros!”), la lista de recitales es larguísima e incluye el Bicentenario, una vez que había llovido mucho y en la sala había como 20 centímetros de agua y decidieron tocar igual (“solo el espíritu rockero te hace decir ‘seee’”), y hasta la fallida reunión con la otra fracción de Sumo. “Nos empernaron”, dice. “Fuimos a tocar con los Divididos, después los Divididos no quisieron tocar, y nos comimos un viaje horrible”.

A ese archivo se suma ahora otra vuelta a la Sala del Museo, un poco como su casa. Mañana se reencontrarán con sus “peloteros”, les entregarán clásicos y música nueva: probablemente la preciosa “En calma”, del año pasado, y con certeza la recién salida “Los dos”.

Esa canción, dice, les da “un centímetro más de profundidad”. ¿Pero no es esa la búsqueda que Las Pelotas ha perseguido siempre? “Es nuestra forma de ser”, dice Daffunchio, que con eso activa la charla como una deriva. “Uno hace música por necesidad espiritual”.

—¿Siempre hiciste música por el mismo deseo?
—Difícil explicarlo a eso. Cuando empecé a ser músico era marino mercante y estaba en un viaje muy personal, y cuando empecé a hacer música con Luca nos movía totalmente el espíritu de salir y tocar, ¿no? De esa época me quedó la escuela de que el público, el verdadero público, el que vale la pena, es el que hacés tocando en vivo. Ese con el que compartís emociones, sentimientos, energías. De alguna manera eso hace que todos los años podamos volver a Uruguay. Eso te incentiva.

—Nos jactamos de ser un pueblo y un lugar tranquilo. ¿Se parece en algo la tranquilidad de Montevideo a la de las Sierras de Córdoba, donde vivís?
—Montevideo tiene la belleza que no tiene Buenos Aires, que es poca gente (se ríe). Pero son cosas distintas. Fue una decisión de vida alejarse, no estar más en las ciudades. A mí la ciudad no me trae ninguna buena sensación respecto a lo que siento de la vida. Me parece que es una vida extremadamente fea. No quiero decir que eso pase en Montevideo. La multitud abruma, ¿no?

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Las Pelotas, con Germán Daffunchio al centro.
Foto: Erica Voget

—¿Y el ruido?
—En las sierras hay pajaritos y esas cosas de la naturaleza, algún zorro. A mí lo que más me abruma de la ciudad es este constante correr a ningún lugar. Toda la vida puesta en laburar como máquina para al otro día tener que comerse los mismos medios para vivir. Es una vida que la verdad me parece bastante inhumana, y está lejos de lo que siempre busqué. Hay otro viaje como persona.

—¿Y como músico?
—Las Pelotas no es una banda de caretas. Es una banda que tiene su propia historia y vamos a los lugares que queremos, no estamos atados a ninguna moda, nunca lo estuvimos y menos en estos tiempos en que todos los artistas grandes buscan a artistas jóvenes para hacer temas. A los 20 años te hierve la sangre por salir al mundo, ¿viste? A los 40 es otra cosa, aprendés otra cosa de la vida, tus expectativas van cambiando. Veo cosas en las que no puedo dejar de sentirme identificado en este afán de traer alguna especie de revolución. Pero siempre pasa que las generaciones jóvenes creen que ellos son los primeros que lo ven, y todos venimos luchando por lo mismo desde siempre: por la libertad. Pero no necesariamente está pasando eso en toda la música nueva; me parece que, por el contrario, la mayoría de los artistas arrancan con un gerente de marketing en sus filas, son todos objetos prefabricados, muchísimos tienen esta manía de cantar con el autotune para esconder su voz, y uno tiene otra escuela, ¿viste? No quiere decir que sea mejor o peor. Muchas veces la música está sujeta a la tecnología. En los ochenta aparecieron las baterías electrónicas y todas las bandas empezaron a usarlas, y todo el mundo pensaba que su sonido era el moderno.

—¿Los ha buscado algún artista joven para colaborar?
—No, yo no tengo redes sociales, no me interesa en lo más mínimo escuchar la opinión de algún idiota sobre cualquier cosa, me basta con saber lo que siento y creo, ¿no? Estoy bastante alejado del chismerío y los narcisos y esta búsqueda de poder y fama. Son cosas que nunca me importaron.

—¿Qué te mantiene conectado con el mundo?
—Y la vida, ¿no? Nuestro mismo público, es gente absolutamente real. Vale la pena. Obviamente que vale la pena. Muchas veces cuando era chico pensaba: cómo me gustaría ser un idiota para no pensar todo lo que pienso... Es más fácil bajar la cabeza, bah, aparentemente más fácil, pero cuando tu vida fue otra cosa, es otra la respuesta y la recompensa, así que movilizadores para seguir haciendo cosas hay muchísimos.

—¿Seguís soñando con hacer una revolución?
—La sensación es de que el mundo está patas para arriba, y es raro que la gente no quiera verlo, ¿no? La revolución es así como utópica, esperando un mundo mejor. Yo personalmente sigo sintiendo las mismas cosas... Soy más sabio, ¿no? Mucho más sabio, y me di cuenta de en qué cosas estaba equivocado, pero me parece que la verdadera revolución está dentro de uno, y en eso voy a ser fiel a mí mismo siempre.

—¿Hay algo de ritual en la experiencia en vivo de Las Pelotas, en esa conexión que trasciende lo musical?
—Es todo tan emocional, tan espiritual, tan físico, tan... Hay una magia que no se explica con palabras, es difícil explicarte lo que se siente cuando ves a una persona a los ojos y sabés que está impactada, que está viajando con vos, sintiendo con vos. Es extremadamente bello, gratificante y certifica que lo que uno cree es cierto, que lo que vale la pena no es el que te va a ver para escuchar un tema que fue número uno en la Billboard. Nunca fuimos empresarios nosotros, nunca tratamos de hacer la menor cantidad de shows y ganar la mayor cantidad de guita, porque no podemos vivir sin tocar. Es parte de nuestro alimento espiritual y material, y mientras siga esa energía, vamos a seguir.

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