Crónica de Fito Páez en el Antel Arena: alto vuelo musical en un show que fue amor, placer y misión cumplida

El jueves, el rosarino volvió a Uruguay para dar inicio a su seguidilla de dos presentaciones agotadas de "Páez 4030", la gira con la que celebra los aniversarios de los discos "Del 63" y "Circo Beat".

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Fito Páez en el Antel Arena.
Foto: Ignacio Sánchez.

El piano Yamaha CP70 reposa en el centro del escenario, a la espera del primer ataque. Por los parlantes del Antel Arena suenan clásicos de Roxy Music, The Romantics y Tears For Fears que, al igual que el instrumento vintage, funcionan como antesala de este viaje retrospectivo a 1984. En los pasillos y asientos, las remeras estampadas con distintas épocas de la vida de Fito Páez pintan un retrato de la tónica del público: están las de la etapa de Del 63, las que homenajean a El amor después del amor y las que evocan la estética de Circo Beat.

El estadio, como en cada visita del rosarino, está repleto. Es jueves, se acercan las 21.30 y el público espera la primera de las dos fechas con las que el argentino repasará, por completo y en orden, los discos Del 63 (1984) y Circo Beat (1994), que celebran aniversario redondo. Entonces, se apagan las luces y en medio del primer aplauso, Páez —de traje negro con rayas y brillos, y grandes lentes celestes— entra triunfante, como quien hace tiempo juega de locatario. Saluda, sonríe y tira besos antes de sentarse frente a su piano Yamaha.

Detrás de él, los nueve músicos de su banda, de riguroso blanco y acomodados en línea, están atentos a la señal del jefe. Un breve silencio antecede el primer golpe emocional: Páez ataca con Del 63”, la bitácora de un veinteañero que explora su memoria emocional y la conecta con los latidos de su país. “La gente está igual que ayer, con un par de guerras encima”, canta mientras se balancea como si danzara con la melodía y la frase suena como un diálogo entre su pasado y presente. Ahí está Fito, el de siempre, con el canto como herramienta y como refugio. Y esta noche está listo para reafirmarlo.

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Fito Páez en el Antel Arena.
Foto: Ignacio Sánchez.

La gira Páez 4030 es un regalo para sus seguidores más fieles. Para hacerse una idea, de las 24 canciones del repertorio, 21 llevaban años sin sonar en Uruguay. Y, a diferencia de su masivo show de la Rambla de diciembre pasado, esta vez la música le gana a las palabras. Apenas algún “Te amo, Montevideo” y “Buenas noches, amores de mi vida” alcanzan para sellar la conexión con el público.

La sección dedicada a Del 63, su disco debut, está llena de grandes momentos musicales. Destacan el cautivador dueto con la corista Emme en “Rojo como un corazón”, el giro hacia el latin jazz al final de “Rumba del piano”, el disparo venenoso de “Cuervos en casa” y el aura Jobim meets García que envuelve a “Tres agujas”. El cierre queda en manos de “Un rosarino en Budapest” y una frase que suena a máxima de su obra: “Cantaré, cantaré, esa es mi única arma”.

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Fito Páez en el Antel Arena.
Foto: Ignacio Sánchez.

Tras un intervalo marcado por el cambio al piano de cola y la colocación de un micrófono en el prosenio, Páez regresa para sumergirse en Circo Beat y confirmar aquello que cantó en “Un rosarino en Budapest”. Las dos primeras canciones, “Circo Beat” y “Mariposa tecknicolor”, trastocan el clima de inmediato: lo que antes era pura atención se convierte en baile y canto a todo volumen. Fito sonríe y le pone el cuerpo a sus éxitos: mueve las manos como si moldeara la música, saca pecho, tira la cabeza hacia atrás y proyecta su energía hasta la última fila del Antel Arena. Es un efecto magnético que destila alegría.

Circo Beat despliega un vaivén de intensidades. “Normal 1” brilla con un luminoso pulso beatle, “Tema de Piluso” desata la euforia, “Las tardes del sol, las noches del agua” genera un trance instrumental y “El jardín donde vuelan los mares” se completa con un solo de guitarra frenético de Juani Agüero, quien, como luego hará en “Ciudad de pobres corazones”, toca como si el mundo estuviera en llamas. Es un placer ser testigo del gozo que transmite la banda al construir los climas de pop barroco en temas como “She’s Mine” y “Nada del mundo real”. Páez 4030 es un espectáculo de alto vuelo musical.

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Fito Páez en el Antel Arena.
Foto: Ignacio Sánchez.

La algarabía alcanza su punto máximo cuando el grupo se acerca al proscenio para cantar, a capella y a 10 voces, “Soy un hippie”. Entre risas, entonan frases como “Todos los conciertos son un acto de maldad” y “Llevo todo el día escapando de los fans”. Si de intensidad se trata, el momento más conmovedor llega con “Dejarlas partir”, esa demoledora carta en la que Fito declara estar listo para cerrar el duelo por su abuela y su tía abuela, asesinadas en 1986. Es un golpe al corazón que deja un nudo en la garganta.

Los bises, con “Ciudad de pobres corazones” y “A rodar mi vida”, devuelven la fiesta al público. Justo sobre el final, Páez canta una frase que reafirma su filosofía: “Si un corazón triste pudo ver la luz, / Si hice más liviano el peso de tu cruz, / Nada más me importa en esta vida aún, / Chau, hasta mañana”. Y cuando las luces se prenden y la alegría recorre los pasillos del Antel Arena, uno sabe que la misión está cumplida.

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