Crónica de Keane en el Antel Arena: el festejo de "Hopes and Fears" llenó de luz a Montevideo y dejó una promesa

El grupo liderado por Tom Chaplin presentó su primer show en Uruguay, y celebró los 20 años del disco que incluye los éxitos “Somewhere Only We Know” y “Everybody’s Changing” con un show memorable.

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Keane en el Antel Arena.
Foto: @maurirod.uy.

El enorme telón de fondo despliega una ciudad trazada a lápiz, una especie de Londres atemporal. Las líneas garabateadas con desprolijidad controlada crean la silueta de una metrópoli en blanco y negro. Pero, en medio de este paisaje apagado, está Keane, dispuesto a llenar el vacío con luces y colores. Tom Chaplin, con el micrófono en mano, sonríe y gira con los brazos abiertos, mientras el resto de la banda arremete con “Bend & Break”.

Cuando llega el estribillo (”Si tan solo no me doblego y me rompo, / Te veré del otro lado, / Te veré en la luz”), tres bombas de confeti dorado explotan en el Antel Arena, desatando un suspiro colectivo que inyecta optimismo en el lugar. Detrás de los británicos, las luces rojizas y azuladas danzan sobre la ciudad apagada, transformando el telón en un lienzo vivo.

“Lamento que hayamos tardado 20 años en venir”, dice Chaplin, durante el debut de la banda en Uruguay. Es martes a la noche, y el cuarteto celebra los 20 años de Hopes and Fears, el álbum que los lanzó al estrellato con himnos como “Somewhere Only We Know”, “Everybody’s Changing” y “This Is The Last Time”. El Antel Arena, repleto de fanáticos que esperaron dos décadas por este encuentro, recibe a los británicos con un entusiasmo tan fervoroso que Chaplin promete que Montevideo será una parada obligatoria en futuras giras por Latinoamérica.

El primer encuentro con el público uruguayo es una de esas noches que dejan huella. Antes de “You Are Young”, Chaplin organiza un coro improvisado de miles de personas: “Es su momento de audicionar para la banda”, bromea, asombrado por el compromiso del público. En las primeras filas, alguien llora de felicidad durante “Nothing In My Way”, y el frontman, entre risas, le dedica unas palabras: “Ojalá pudiera estar así de feliz... ¡Controlate que este es un show largo!”. Luego, en un español improvisado, le canta un “feliz cumpleaños” a un fan que le muestra un cartel, y otros aprovechan la oportunidad para lograr la atención del artista.

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Keane en Uruguay.
Foto: @maurirod.uy

El repertorio incluye todas las canciones de Hopes and Fears, pero también atraviesa éxitos posteriores como “Is It Any Wonder?”, “Crystal Ball”, “Bed Shaped” y “Sovereign Light Cafe”. La mayoría tienen la fórmula justa para inyectar una buena dosis de energía en el público: en los estribillos, la voz de Chapin se eleva de forma tan contagiosa, que en el Antel Arena los brazos del público se levantan a medida que crece la intensidad. El efecto que se genera en el campo despierta lo que se ve en la clásica foto de un show en vivo: miles de brazos en alto a contraluz. Es el disfrute convertido en postal.

Aunque, si de postales se trata, la más significativa se vive durante “Hamburg Song”. Chaplin posa la bandera uruguaya sobre su piano Fender Rhodes antes de lanzarse a esa balada vulnerable, y cuando levanta la vista en medio de la canción, se topa con el estadio iluminado por flashes de celulares. “Me gustaría traer un poco de luz para iluminar tu vida”, canta, mientras detrás de él, aquella ciudad hecha a lápiz en el telón se baña de un tono anaranjado.

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Keane en el Antel Arena.
Foto: @maurirod.uy

Algo similar sucede con “She Has No Time”, en la que Chaplin lleva su voz al límite de lo agudo, mientras Tim Rice-Oxley —una pieza clave del engranaje musical de la banda— construye un clima confesional sobre su sintetizador. “Hopes and Fears cambió nuestra vida por completo”, comentó antes de cantarla. “Vivíamos en Londres y a nadie le interesaba lo que estábamos haciendo hasta que Tim escribió esta canción”, recordó sobre la balada que marcó un quiebre en su carrera.

Ahora, 20 años después, aquel primer paso de unos veinteañeros británicos se resignifica en el Antel Arena y se convierte en el ejemplo perfecto de que, cuando la música conecta con el público, deja una huella imborrable.

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