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Crónica de Luana en el Teatro de Verano: fantasía, plena, vuelo, llanto y rock en una noche para la historia

Este sábado, la cantante Luana Persíncula ofreció uno de los grandes shows del año en un Teatro de Verano que celebró la plena y reunió a varias figuras de la música uruguaya. Así se vivió.

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Luana, 2 de diciembre de 2023.
Foto: Mauricio Rodríguez.

¿Quién dijo que no era posible?

Luana tiene 22 años. Nació en Colonia, se lanzó como profesional en 2016 y en 2018, en pleno ascenso, su carrera se frenó: estuvo en pausa más de un año. Llegó a creer que la gente la iba a olvidar. Tuvo un hijo. Volvió a los escenarios y entonces vino una pandemia. Ya no quiso dejar de creer. El sábado se apuntó tres logros: se convirtió en una de las poquísimas mujeres uruguayas (solo detrás de Laura Canoura y Natalia Oreiro), en uno de los poquísimos solistas nacionales así de jóvenes y en una de las poquísimas representantes de la plena en hacer su propio Teatro de Verano. El sábado hizo historia.

¿Quién dijo que no era posible?

Había prometido una noche extrema y se había ahorrado cualquier spoiler. Era posible anticipar que habría invitados, cambios de vestuario, escenografía, cuerpo de baile y, quizás, algún despliegue atrevido para la producción nacional. Pero no esto: a las 21.30, cuando un Teatro de Verano casi lleno queda negro y el murmullo que se oye es una traducción de la ansiedad, Luana emerge del piso del escenario vestida en fucsia brillante, y un cable la sube hasta el techo. Entonces, con su capa de superheroína y sus botas a la rodilla, queda suspendida en el aire y baila; mueve las piernas con suavidad, deja caer el pelo hacia atrás, empieza a cantar “A ella” y recibe de vuelta un grito unánime.

¿Quién dijo que no era posible?

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La sorpresiva entrada de Luana a su show del Teatro de Verano, 2023.
Foto: Mauricio Rodríguez

En algún momento, después de cantar “Andate” junto a Mariano Bermúdez, Luana mira a su amigo y le dice, ante un teatro lleno: “¡Mirá lo que logró la plena!”. Porque esta es la fiesta de una artista, pero también la de un género de barrio, uno de los más populares y bastardeados de la historia del Uruguay, y de toda la gente que se encuentra en él. Este sábado 2 de diciembre, la plena es la que articula, en un mismo escenario, a los 12 músicos de su banda (nueve instrumentistas, tres coristas), a Hugo Fattoruso, leyenda de la música popular nacional; a guitarristas como Julio Cobelli, a cumbieros y pleneros como El Reja, el propio Bermúdez o Valeria Gau o Jotape; a un exponente de la charanga como Lucas Sugo, a Los Fatales con todo su aporte de candombe, a Fran Nasser y Alejandro Spuntone directamente del palo del rock.

Cuando toman la palabra, todos dicen más o menos lo mismo: que gracias a la música por una oportunidad así, y que Luana se lo merece. Fata Delgado le avisa al público que está —estamos— frente a la mejor artista que tiene el Uruguay. Esta noche, en este lugar, en los gritos que salen desde la platea y en todo lo que los invitados proclaman y en los brazos que nunca dejan de aplaudir y de bailar, la conquista de Luana se siente personal.

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Luana con Alejandro Spuntone en el Teatro de Verano.
Foto: Mauricio Rodríguez

¿Quién dijo que no era posible?

Después de colgar en el aire, Luana le da paso a un show de dos horas, construido en bloques, con un atuendo para cada ocasión. Abre con algunos de los hits de su repertorio (“A ella” de Karol G, “Oncemil” de Abel Pintos y así) y luego cambia a un set acústico, sobre el que interpreta “Zamba para olvidarte”, “Pa’l que se va” y “Ojos de cielo”. El folclore, dice la entrevista que se proyecta desde las pantallas gigantes y que sirve de transición para cada uno de los segmentos, es el comienzo de esta historia. De ahí que para el tema de Víctor Heredia convoque a su propio padre, Oscar Persíncula, músico y pilar en su recorrido artístico. Es uno de tantos momentos emotivos que da la noche.

Después vienen la cumbia, la plena pop que le hace lugar a “Creeré”, una canción cristiana del grupo latino Tercer Cielo; el rock, donde revive su versión de “El poeta dice la verdad” de La Trampa, ahora con Alejandro Spuntone, y clava al ángulo uno de los goles de su noche; y de vuelta la plena para un cierre a puro baile. El código de la celebración no se corta: todo, acá, es pura diversión.

Estrena canciones inéditas, se sienta en un sillón con aspecto de nube y llora cuando quiere hablar de su hijo Tao, lanza chistes filosos sobre su vida amorosa, interactúa con el público, se equivoca y no le importa, pasa de una malla azul brillante a un atuendo de princesa y luego a una armadura futurista y mínima, improvisa un bis con "La vida es un carnaval". Baila mucho, se ríe mucho, salta mucho, dice mucho —que está conmovida, nerviosa, agradecida; no disimula—, pero sobre todo, canta. Frente a tantas artistas latinas de su generación que en vivo combinan coreografía y música y dejan correr la pista de audio para concentrarse en los pasos, Luana nunca se olvida de cantar. Puede intentarlo todo, pero sus herramientas son dos: la voz, y un carisma sobre el que se apoya este momento estelar, hecho de tanta transparencia, tanta cercanía.

Al final, entre lágrimas, dice: "Desde chiquita soñando esto, y mirá".

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El Teatro de Verano.
Foto: Mauricio Rodríguez

¿Quién dijo que no era posible?

Cada vez que la noche la pasa por encima, Luana abre la boca como si hubiera perdido el control de su propio rostro, enseña todos los dientes, sonríe desde el más puro asombro. Después se lleva la mano a los labios y se tapa, como si ese gesto aniñado fuera una barrera de contención. Si no fuera por el ademán que repite una y otra vez a lo largo de la noche, si Luana no se cubriera y estas miles de personas de repente se callaran, a lo mejor se escucharía salir, desde las entrañas, un eco eufórico e incoherente, un chillido metálico, una descarga eléctrica. Eso que le pasa al cuerpo cuando lo único que hay es una explosión de endorfinas frente a un mundo que parece a punto de terminarse. Eso que le pasa al cuerpo ante la certeza del sueño cumplido.

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