Uruguay —o al menos las 2.500 personas que agotaron el domingo a la noche la sala principal del Auditorio Adela Reta— ama a Ramón Palito Ortega y él correspondió ese cariño con un set de hora y media en el que repasó todos sus hits más clásicos. Todo el mundo terminó cantando “Media Novia”, una canción que fue un éxito hace 62 años.
La franja etaria del público evidenciaba la permanencia de Palito como artista y la fidelidad de sus seguidores, muchos de los cuales seguramente lo descubrieron allá en los albores de la década de 1960.
En homenaje a esa lealtad Palito no solo cantó todos sus éxitos temprano sino que el director musical del show es Lalo Fransen, su viejo compañero del Club del Clan, la troupe en la que hicieron sus primeras armas con compinches como Johnny Tedesco y Violeta Rivas. Del repertorio de ella (“se fue demasiado pronto”, repitió Palito) se incluyó “Qué suerte”, la canción con la que él ganó el premio mayor en la edición 1964 del Festival de Parque del Plata. En la charla con el público, se incluyeron varias anécdotas relacionadas con Uruguay, uno de los primeros destinos de su crecimiento internacional.
Fue claramente una fiesta. Palito (impecable y de movimientos sorprendentes para sus 83 años) regaló esas canciones que alegraron la vida de un montón de gente.
El repertorio es contundente: “Un muchacho como yo”, “Bienvenido amor”, “Viva la vida”, “Corazón contento”, “Despeinada”, “La felicidad”, “Estoy perdiendo imagen”, “Muchacho que vas cantando”, “Lo mismo que usted”, “Sabor a nada”, “Se parece a mi mamá”, “Yo tengo fe”, la tristísima “Vestida de novia” y las confesionales “Changuito cañero” y “Autorretrato”. Rocanroleó con “Popotitos” (y bromeó con que ya no era el de antes para esos trotes, aunque no parecía) y dejó un rato a Fransen al frente algunos rocanroles clásicos, incluyendo “La Bamba”. El público también se sumó a ese intermedio musical, durante el que Palito se cambió el saco negro y de brillo por un igual de impecable saco blanco.
El público respondió a la altura y resulta asombroso para el recién llegado ver a señoras grandes gritando declaraciones de amor o acercándose al escenario para tirar regalos; debe ser un divertido ritual de sus conciertos. Se coreó por unanimidad todo el repertorio y el show terminó con el protagonista al cobijo de una bandera uruguaya y la parcialidad pegada al escenario gritando su nombre.
Surgido como parte de la nueva ola del pop argentino de comienzos de la década de 1960, Palito fue omnipresente en la cultura popular durante sus años de apogeo. Fue además director de cine, gobernador de su provincia, Tucumán, y hasta senador. Antes se había dado algún gusto como traer a Frank Sinatra a Argentina, fundirse y volver a surgir. De ese material es el que se hacen las estrellas.
Muchos de esos momentos son recordados en el espectáculo que dura poco más de 90 minutos y se volverá a ver en el mismo escenario el 30 de setiembre; las entradas (en Tickantel) van de 1.600 a 4.500 pesos y ya hay sectores agotados o con pocos lugares.
Ortega repasó su infancia pobre en los ingenios azucareros tucumanos, su llegada a Buenos Aires, su trabajo como repartidor de una tintorería (cuando soñaba con conocer a Domenico Modugno; lo hizo) y la llegada de una popularidad única que lo llevó a recorrer el mundo en persona o a través de sus canciones. Insistió con la necesidad de golpear puertas, no abandonar los sueños, levantarse siempre con el optimismo a tope y tener fe en Dios.
Mucho de ese espíritu ya está en sus canciones, que repasa con una banda afiatada que incluye una sesión de vientos y dos coristas. Pero el principal acompañamiento fue el de los fanáticos que no pararon de cantar, declararle su amor, hacer comentarios a los gritos y pasarlo bomba en una fiesta nostalgiosa y tan llena de buena onda que, incluso a los escépticos, nos tuvo un rato con el alma emocionada y cantando “La felicidad, ja ja ja ja”.
“En lo simple está el amor”, cantó alguna vez Palito. Y al ver tanto cariño el domingo en el Auditorio, es imposible no estar de acuerdo.