Crónica de Trueno en el Antel Arena: guiños a Rada y pogo joven en la noche del rapero argentino "casi uruguayo"

Con 22 años y un crecimiento notable, Trueno volvió a Montevideo para presentar su disco "El último baile", ofrecer un show contundente y reencontrarse con la que, dijo, es su segunda casa. Terminó con la Celeste puesta y así se vivió el show.

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Trueno en el Antel Arena, presentando "El último baile".
Foto: Mauricio Rodríguez

La primera vez que Trueno cantó en Uruguay, era pandemia. Al Teatro de Verano solo podían entrar mil personas y, a pesar de estar al aire libre, tenían que estar de tapabocas, los cuerpos pegados a las gradas de hormigón. Tenía apenas 18 años y, de alguna manera, el temple curtido. De complexión pequeña, había aprendido a hacerse grande con las palabras, brillando en las batallas de gallos que lo dieron a conocer. Capitalizó eso en sus propios conciertos y aprendió a "llenar el ojo" sin mayores despliegues, con su padre (el uruguayo Peligro) de ladero, sus primeros hits como emblema.

Desde entonces, su crecimiento ha sido inmenso. Estuvo nominado a los Latin Grammy, ganó un Gardel de Oro, grabó con J Balvin y con Cypress Hill. Llevó a La Boca por el mundo. Se lució con su disco Bien o mal y, en 2024, rompió su propio techo con El último baile, una celebración de los 50 años del hip hop que incluyó una canción, "Real Gangsta Love", que se metió en el Top 10 global de Spotify, una conquista que, en estos tiempos, es muchísimo. Todo, alrededor de Trueno, creció. Este viernes, el Antel Arena fue testigo de eso.

A fuerza de giras internacionales y empeño por ser un artista sólido, en vivo ya no queda nada de aquella austeridad que caracterizó su primer Teatro de Verano. En el Antel Arena, la producción de Trueno fue un engranaje de pantallas, plataformas, golpes de humo y luces láser de corte internacional, el soporte para una banda de actitud netamente rockera o, como dijo Trueno, unos músicos "de la con... de la lora". Eso incluyó tecladista uruguayo (Augusto Durañona) además de bajo, guitarra, batería, percusión, segunda voz, programaciones y un camarógrafo que funcionó como un integrante más y le hizo marca personal al rapero que, en todo momento, demostró un dominio pleno de lo que estaba haciendo.

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Así arrancó Trueno su show en el Antel Arena el 11 de octubre.
Foto: Mauricio Rodríguez

Esto es: su interacción con las cámaras, su diálogo amoroso con el público (si antes agitaba sin que nada importara ahora pide cuidado, respeto para con el otro, protección mientras los cuerpos de las primeras filas se apelmazan contra la valla delantera), su capacidad física para sostener hora y media de show vertiginoso sin prácticamente un respiro, la sincronización que daba cuenta de cómo todos jugaban de memoria; su versatilidad para amoldarse a la ferocidad de "Fuck el Police", la sutileza de "Real Gangsta Love" que tuvo su merecido momento a capella coreado por una multitud, la electrónica aeróbica de "Cuando el bajo suena" y el rap puro y duro. Ni siquiera faltó el freestyle, que fue el origen de todo.

Mientras improvisaba, Trueno se acordó hasta de Ruben Rada, que lo miraba atentamente desde abajo del escenario y marcaba el ritmo con los pies. Como un guiño directo al Negro, y a la vez como un homenaje a la música uruguaya, también sonaron los primeros acordes de "Dedos", de Totem, como una inesperada transición entre "Tierra zanta" y "PULL UP!".

"Hay muchas cosas que quieren separar a los países, pero para mí la música está para unir, y nosotros somos hermanos", dijo en algún momento Trueno y el Antel Arena, como cuando bailó, cuando se sacó la remera o cuando al final apareció con la Celeste con el dorsal 4 (en referencia a su comuna de La Boca), chilló como si no hubiera otra cosa para hacer más que un gesto así de primitivo. Durante el freestyle se reconoció "casi uruguayo" —y lo es, hijo y nieto de locales— y ahí arrancó la misma reacción.

El viernes, la fiesta de Trueno probó además el crecimiento musical. Fue un show compacto y contundente, que priorizó la precisión antes que la parafernalia y, con eso, logró divertir a la multitud. En una hora y media, el rapero y su banda lo recorrieron todo: el hip hop más combativo con embates rockeros, el reggaetón, el afrobeat, el R&B y hasta la electrónica más pistera con la que por ejemplo atravesó "Mamichula". En todos los frentes se vio a un equipo ganador.

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Trueno con la camiseta de la selección uruguaya.
Foto: Mauricio Rodríguez

Desde abajo, todo fue, también, una muestra de la cosecha. Aquel público adolescente que lo vio en 2020 reincidió un poco más grande, más hambriento de pogo, más empapado de las letras que hablan de represión policial, de venir de abajo, del barrio y del barro. Se sumaron nuevos adolescentes, chiquilinas con remeras hechas especialmente para la ocasión, niños diminutos que llegaron listos para corear todas las canciones. Remeras de Boca como un gesto de cariño. Algunos carteles. Unos cuantos miles que fueron esos "gurises" a los que Trueno se dirigió todo el tiempo y a los que, al final, les dijo que esta era su segunda casa, y que en pocos lados la pasaba tan bien como acá. El entusiasmo fue suficiente correspondencia.

Para sellar todo eso, cuando apenas pasaban las 10 y media de la noche, Trueno bajó hacia la valla, se prendió del público que le estiraba las manos intentando tocarlo y ahí, cuerpo a cuerpo, les cantó el simbólico "¿Quién más rapero que yo?" de su tema "Dance Crip", y dejó en claro que 22 años le alcanzan para ser maestro.

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