Hay algo extraño en los recitales, una capacidad de alterar la realidad, de abrir un portal a otro estado, a otras historias, a otro tiempo. Hay una descarga eléctrica invisible, que cae sobre la gente apenas empieza a sonar la primera canción, y necesita de un solo minuto para provocar un efecto misterioso: se mete debajo de la piel, recorre el cuerpo entero, se infiltra en la columna, se cuela en todos los huesos, contamina la sangre, llega hasta el corazón. Cuando consigue arrancar la primera sonrisa, cuando a la cara no le queda más nada que expandir los músculos y estirar la boca y abrir los labios y enseñar los dientes, cuando la alegría se vuelve inevitablemente física, algo cambia. El mundo no frena: se desvanece, y se lleva consigo todos los problemas, toda la angustia, todo el dolor. Queda solo este momento, esta gente compartiendo una vivencia, y la música, que durante una, dos, tres horas, es bálsamo y nirvana, éxtasis, ciencia ficción.
Hay algo extraño en los buenos recitales: nos pasean por la historia, nos llevan en el tiempo, nos hacen reencontrarnos con todo lo que fuimos. Nos elevan. Nos alumbran. Nos conectan con algo prístino. Nos hacen ver que todo (o casi todo) valió la pena. Nos regalan eso que regaló el sábado No Te Va Gustar: un exorcismo colectivo, un alivio, tres horas largas de una celebración que se le pareció mucho a la felicidad.
El sábado, en su casa, donde todo algún día comenzó, No Te Va Gustar cerró la gira de 30 años ante una multitud que compartió el festejo y ratificó la consagración. Fue una maratón de música en la Rambla de Punta Carretas, bajo la luna llena, contra el viento, ante la amenaza de un ciclón que nunca golpeó. “El ciclón somos nosotros”, dijo al final Emiliano Brancciari, cuando tampoco él podía contener la sonrisa.
Con una suerte de pequeño festival propio del que más temprano fueron parte la cantante rochense Florencia Núñez y el grupo mendocino Usted Señalemelo, los No Te Va Gustar encararon el concierto como si la única premisa fuera entregar.
Recibieron a sus hermanos, Mateo Moreno y Pablo “Chamaco” Abdala, aquellos muchachos con los que Brancciari, un argentino de corazón uruguayo, arrancó a escribir esta historia en 1994. Recibieron a Hugo Fattoruso y a Ruben Rada como un gesto de agradecimiento por la música, la influencia, la inspiración. Recibieron a los amigos: Agarrate Catalina, la murga que entró varias veces; la propia Núñez que subió a cantar “De nada sirve”, Gonzalo Brancciari, Leticia Gambaro y Nicole Cerdeño, Wilson de Cuadro y Oscar Pereira; Camilo, Noé y Lobo Núñez, y a lo último Sebastián Teysera de La Vela Puerca para darse “un gusto” y cantar “Zafar” y “Pensar”. Al final recibieron a sus hijos, una tribu de niños que copó el escenario cuando arrancó “No era cierto”, pasaban más de 40 minutos de la medianoche y decenas de miles de personas se rompían la garganta gritando aquello de “creí que estaba solo y no era cierto, si tengo con quien quedarme a festejar”, con los brazos al cielo y la risa como una estampa.
Entre todo eso, No Te Va Gustar recorrió 30 años de canciones, desde “Déjame bailar” de su urgente debut Solo de noche a clásicos de todas las épocas con “Como brillaba tu alma”, “Al vacío”, “Cielo de un solo color”, “Cero a la izquierda”, “Prendido fuego” o “Chau”. Evocó a Los Redondos, cumplió con algunos pedidos del público y entonces todo se tiñó de verde y sonó “Yrigoyen”; hizo “Venganza” con Nicki Nicole en pantalla gigante y le cedió la voz a la gente para cantar varios pasajes de “No hay dolor”. Disparó flechas a la memoria emocional y contempló a todos sus públicos: los adolescentes quinceañeros, la juventud, los que crecieron a su lado desde los 90, los padres con hijos, algunos abuelos.
Fueron 40 temas y seis fragmentos de otras. Fue como ver pasar la vida.
En su versión más arrolladora, con Bambino Coniberti, Guzmán Silveira, Diego Bartaburu, Fran Nasser, Denis Ramos, Mauricio Ortiz y Martín Gil siendo tan contundentes en la música (rock, reggae, pop) como felices en el escenario, No Te Va Gustar dio una clase magistral de banda (de cómo trabaja una banda, de lo que puede hacer una banda), y considerando todos los frentes —puesta en escena, repertorio, sonido, locación— es probable que haya dado el concierto más relevante de sus vidas.
Pero lo importante fue otra cosa. Al final de la noche, cuando la Rambla se vaciaba y el mundo empezaba a recuperar otra vez sus ruidos, sus formas, sus colores, lo que quedaba ahí, disperso entre 30.000 personas, no era solo un recital imborrable: eran las canciones con la fortaleza de un refugio, la música de No Te Va Gustar como un lugar al que volver para poder encontrarse.
-
Treinta preguntas por los 30 años de No Te Va Gustar, de "No era cierto" a viejas cábalas y nuevos sueños
Canelones Suena Bien 2025: cuándo y dónde serán los shows gratuitos que darán Divididos y Nicki Nicole
Vuelve el mejor jazz del mundo: bajo las estrellas, entre el mugido de las vacas y el aroma del choripán