Crónica del show de Paul McCartney en el Estadio Centenario: el amor que das, y lo que dejó una noche imborrable

Este martes, ante un Estadio Centenario repleto, Paul McCartney le saldó una promesa a los uruguayos, abrió su gira latinoamericana, tocó la última canción de los Beatles en vivo por primera vez y regaló tres horas de emoción.

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Paul McCartney en vivo en Montevideo, el 1° de octubre de 2024.
Foto: Nicolás Pereyra / El País

No sé cómo se escribe una crónica si empecé a llorar con “Maybe I’m Amazed”, cerrando el primer tercio de show, y ya no pude parar. No sé cómo se hace, pero quizás tiene que empezar así, con una confesión que un poco sirva para hacerse cargo, y a la vez funcione como advertencia. Como si esto fuera un aviso que dice que, a continuación, vendrá un intento por contar un concierto, pero en el fondo será un ensayo fallido, porque cómo se le pone palabras a la magia, cómo se comenta la noche del martes si lo que pasó, más que un recital de Paul McCartney, fue un pedazo de amor que no tiene ninguna posibilidad de ser explicado.

Cómo se hace. Cómo se le cuenta la emoción a alguien que no estuvo el 1° de octubre en el Estadio Centenario. Cómo se habla de un espectáculo si el espectáculo apenas parece una excusa.

Este martes, Paul McCartney cumplió la promesa de volver. Saldó la deuda que había dejado 10 años atrás, cuando se presentó por segunda vez en Montevideo, en este mismo espacio, y dijo que nos veríamos la próxima. Volvió más viejo. Nos encontró más viejos. Se fue despojando del tiempo a medida que se metió entre las canciones. Nos fue hundiendo en el tiempo a medida que atravesó las canciones. En algún momento, nos tuvo a todos en el bolsillo. Éramos, quizás, 50 mil. Y a la mayoría nos hizo sentir que cada cosa de estos días había valido la pena, si todas nos habían llevado hasta allí.

Este 1 de octubre, McCartney —con 20 minutos de retraso, porque para las 21.00 todavía había demasiada gente en las inmediaciones del Centenario— abrió en Uruguay la pata latinoamericana 2024 de su gira Got Back Tour. A 10 meses de haber tocado en Brasil, regresó a la región porque, había dicho en la previa en charla con El País, nada lo motiva más que el encuentro con la gente: ver generación tras generación frente al escenario, cantando a coro himnos como “Hey Jude”, uniéndose en un gesto que se parece al mundo que se imagina.

Una multitud viendo el show de McCartney
Una multitud viendo el show de McCartney
Foto: Nicolás Pereyra

Volvió como siempre: con la banda que lo acompaña hace tantos años, con el humor ileso, con el verso ese de “Tres conejos en un árbol” que fue lo primero que aprendió en español cuando era un niño en Liverpool y es el comodín perfecto para el mercado hispanoamericano; con la pirotecnia fastuosa de “Live and Let Die”, con el repertorio ancho (37 temas, casi tres horas de show), la voluntad intacta.

Volvió distinto: con 82 años que a la voz le pasan un poco de factura, con los ojos más hundidos, los movimientos más lentos. Con más español y el yeísmo bien entrenado para decir, un par de veces, “Uruguayyyyos”. Con un repertorio renovado, más versátil, (hace rato) sin "Yesterday". Con un trío de vientos, los Hot City Horns, que le dio un brillo dorado a canciones como “Got to Get You Into My Life” o “Lady Madonna” o esa triada infalible que usa para el cierre. Con “Now and Then”, la última canción de los Beatles, esa que lanzaron el año pasado (IA mediante) y que, por primera vez en la historia, sonó en vivo y fue en esta casa.

Volvió, sobre todo. Y vaya si fue un regalo.

*

Mientras escribo, miro la timeline de mi cuenta de X. Leo:

“Lloré con ‘Let it Be’. Soy una basic bitch y a mucha honra”. “Canto 3 horas, tocó 5 instrumentos, no pifio ni una nota, se llama Sir Paul McCartney y es el hombre más cool de la historia y es el mejor músico de la era moderna por afano”. “Señor Paul McCartney, le pertenezco”. “Gracias a mi viejo que me hizo hincha de Peñarol y a mi vieja que me hizo hincha de Paul McCartney”. "Gracias por no deber nada. Gracias por aún seguir intentándolo. Fuiste simplemente genial Paul McCartney". "Casi tres horas tocó en Montevideo el animal, el mejor ser humano vivo del planeta". "En serio, no tiene sentido lo bien que la pasé".

Pienso en las dos mujeres que vi abrazarse cuando “Something” pasó de ser esa versión playera y despojada que McCartney toca con el ukelele a la odisea expansiva que hace con toda la banda. Pienso en cómo se miraron esos dos amigos que tenía enfrente cuando terminó “Blackbird” y se sintió como si hubiera soplado una brisa que había vuelto al mundo más liviano. Pienso en las tribunas del Estadio como una cortina de lucecitas que cortó la noche oscura en “Let it Be”. En el frenesí compartido de "Helter Skelter". En los únicos brazos que vi levantarse en la platea en algún momento extasiado de “Being for the Benefit of Mr. Kite!”.

Pienso que debería hablar de la riqueza de las composiciones, de cómo en vivo uno puede perderse en los detalles de cada instrumento mientras suena “Band on the Run”, del swing que tiene la batería cuando la toca el carismático Abe Laboriel Jr., de la solvencia de Rusty Anderson y Brian Ray que lo aportan todo sin aspirar a robarse ni un poco de protagonismo, o de cómo McCartney se desdobla y pasa del bajo a la guitarra y al piano y al mandolín y otra vez al bajo, como si esto se tratara solo de un juego de niños, donde bien vale probarlo todo.

Pienso en el toldo de luces láser que sale del escenario, cruza el campo, se estrella contra la Torre de los Homenajes y se pierde en el cielo. En la contundencia del sonido. En un escenario de dimensiones monstruosas. En el gesto de McCartney (¡Paul McCartney!) agradeciéndole al personal y a la banda y a su gente. En cómo cada una de esas cosas se entrelaza para dar sentido. En cómo, quizás, esta crónica tendría que desmenuzar todo eso. En lo insuficiente que sería.

Entonces vuelvo a “Maybe I’m Amazed”, posiblemente la mejor canción de amor jamás escrita. McCartney se sienta en el piano y la canta como si todavía pudiera resistir la exigencia vocal, como si hoy pudiera salir indemne de toda esa desesperación que escupió pensando en Linda, allá por 1969. No va a suceder, y sin embargo, ahí está, entregándolo todo, como si no le quedara otra opción.

“Y al final el amor que tomás es igual al amor que das”, de "The End", es el último verso de la noche. Y a lo mejor todo se reduce a eso. Alguien pensará que es por dinero y alguien hablará del ego, y otros se inventarán mil teorías, mil hipótesis para justificar, a los 82 años, otra gira. Y otros tantos pensaremos que al final, solo se trata del amor. Que solo el amor por los Beatles, que solo el poder de las canciones, puede explicar lo que se siente viendo un show de Paul McCartney, lo que le pasa al cuerpo y se queda adentro cuando todos los sonidos se callaron, y ya no hay estruendos ni guitarras eléctricas ni coros multitudinarios, solo una ciudad durmiendo.

"Rockeando" a los 82 años: Paul McCartney en el Estadio Centenario
"Rockeando" a los 82 años: Paul McCartney en el Estadio Centenario
Foto: Nicolás Pereyra

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