Por Belén Fourment
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Es como si hablar del fenómeno que genera cada vez que viene, como si subrayar su alegría, como si establecer en uno y otro momento la comparativa con Edith Piaf fueran, a esta altura, gestos de una pereza castigable. Es como si no se la pudiera describir con demasiadas palabras porque al final, la que termina apareciendo es la que ella misma invoca. Parada en la mitad del escenario del Auditorio del Sodre, el lunes 17 de abril de 2023 en Montevideo, la francesa Zaz dice que estamos tan en contacto por la magia que a veces nos olvidamos de que existe. Pero ahí está ella, que levanta las manos y las mueve como si eso fuera la delicadeza y abre la garganta y entonces lanza el hechizo.
Esta vuelta de Zaz (Isabelle Geffroy, 42 años) sucedió como las anteriores. Al igual que cuando vino en 2014 y luego en 2015, las entradas se agotaron a días, quizás semanas del anuncio del show. La pregunta ha sido siempre la misma: cómo lo hace, cómo es que no precisa de difusión, qué fascinación provoca. La respuesta, al final, siempre está en la música.
Su repertorio es un compendio de chanson francesa, jazz gitano y swing, una selección de arreglos vigorosos sobre los que despliega un canto delicadamente salvaje, dulcemente visceral. En sus letras predomina una celebración de la vida, del presente, de la libertad, y su gesto físico solo es un reflejo. En el Sodre, Zaz nunca deja de sonreír, de bailar, de saltar. Es el duende de un bosque encantado que ha llevado al escenario un árbol, un cielo estrellado como telón de fondo, unas velas y un farol, un montón de símbolos para el ritual que propone su voz.
Como declaración de principios de la cercanía que ha hecho que su francés cerrado cruce sin permisos la barrera del español latinoamericano (el entusiasmo que aquí genera es proporcional a la región), la entrada al Auditorio del Sodre la hace desde la platea. Atraviesa al público del primer piso mientras canta "Les Jours Heureux", toca las manos que se le extienden y eso es lo que lleva al escenario, algo de esa energía que de inmediato se coloca en el disfrute, el juego, el placer.
De ahí en más, con el respaldo de una banda con tanto rigor como ímpetu (teclados, dos guitarras, bajo y contrabajo, batería), Zaz recorre desde "Imagine" y "De couleurs vives" de su último disco Isa (2021), hasta "Éblouie par la nuit" y su mayor hit "Je veux" —viral por un video filmado en la calle y puerta de entrada para muchos de sus fans—, de su refrescante disco debut Zaz (2010). Le ofrenda a su audiencia hispana una tierna versión de "Esta tarde vi llover" de Armando Manzanero. Cada tanto lanza un "bo", un "Uruguay nomá'" que —la delató un micrófono abierto—, estuvo practicando justo antes de que se levantara el telón.
Cada tanto levanta las dos manos por encima de su cabeza, hace movimientos circulares, reúne algo de eso invisible que flota en el aire —el poderío, la electricidad, las esquirlas de un embrujo—, lo retiene y se lo lanza de vuelta al público y lo mantiene así encendido, vivaz.
Es su manera de articular el truco, que en el fondo no tiene más misterio que el de su propia voz, esa que parece conjugar la picardía infantil con la herencia de una patria, el oficio que empezó en la calle, los tonos de la tierra y la claridad del aire. Es mucho, y Zaz lo hace ver todo tan sencillo.