CON ENTRADAS AGOTADAS
El cantante puertorriqueño volvió a conquistar Montevideo, en una noche con entradas agotadas. No descarta volver este año
Ricky Martin no tiene, a esta altura, que demostrarle nada a los uruguayos ni a los latinos todos. El puertorriqueño ha construido una marca artística en la que tanto pesan su belleza y sensualidad, intacta o aumentada con los años, y la enorme batería de hits hechos a su medida y adaptados a todos los tiempos artísticos que le ha tocado recorrer.
Cuando anoche en el Antel Arena -un Antel Arena repleto de personas extasiadas, y con entradas agotadas a días de haber iniciado la venta- hizo su bloque de baladas románticas, el popstar dijo que se iba a ir a los inicios de su carrera. Y ahí pasaron u201cA medio viviru201d, u201cFuego contra fuegou201d, u201cEl amor de mi vidau201d, u201cTe extraño, te olvido, te amou201d y la más cercana en el tiempo u201cTu recuerdou201d.
Sin embargo, abrió y cerró el show a puro reggaetón (la apertura fue con u201cCántalou201d, el broche final con u201cVente pau2019cau201d), porque Ricky Martin sigue siendo hoy, quizás como ningún otro de su generación, una figura pop actual y vigente. A esta altura no hay año que no termine con un nuevo éxito suyo, y ayer lo probó cuando hizo la flamante u201cTiburonesu201d y se encontró con unas 10.000 personas haciendo el coro espontáneo.
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El recital, de poco más de una hora y media de duración (más que suficiente) fue, más bien, un espectáculo. Uno al que no le faltaron los ya conocidos problemas de sonido de la sala -hasta entender sus breves diálogos con el público fue bastante difícil-, pero uno que fue, sin lugar a dudas, el mejor espectáculo que ha sucedido en el Antel Arena desde su inauguración.
Ricky Martin vino con su enorme despliegue primermundista, que implicó una pantalla gigante de verdad de fondo, otra sobre la estructura móvil que estaba sobre el escenario (con plataforma que subía y bajaba y todos esos adornos), pasarelas, más plataformas elevatorias, humo, cañones de confeti, cuerpo de baile de cuatro hombres y cuatro mujeres, y por supuesto, banda grande y virtuosa. Y qué visuales.
Pero si todo eso llenó tanto el ojo e impactó tanto a la audiencia, es porque finalmente -y hay que decirlo- Uruguay tiene un recinto donde este tipo de infraestructuras pueden no solo montarse, sino lucirse. Este es un tipo de show diseñado para espacios como los arenas, por el tipo de posibilidades que ofrecen, y ayer se notó.
Esa combinación de elementos fue aprovechada al máximo por Ricky Martin que, supo El País, quedó tan entusiasmado con el resultado final que no descarta volver antes de fin de año. Sus últimos shows montevideanos habían sido en 2016 en el Velódromo.
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En el Antel Arena y sobre ese impactante escenario, el boricua más carismático y seductor bailó -y a diferencia de 2016, se animó mucho más al juego con sus bailarines hombres-, meneó, sonrió, agradeció, desfiló cantidad de vestuarios, obligó a la audiencia a interactuar y fue un verdadero rey del pop. Y con un repertorio que incluye u201cLa bombau201d, u201cMaríau201d, u201cLa copa de la vidau201d, u201cLivinu2019 la vida locau201d o u201cLa mordiditau201d (no faltó ninguna), es muy fácil reinar.
Aunque el año pasado lo descubrimos como un líder social y fue estandarte de las protestas en Puerto Rico que terminaron con el gobierno de Ricardo Roselló, ayer Ricky Martin prescindió de ese u201cnuevou201d costado político, y fue lo que siempre ha sido: un artista completísimo que allanó el camino para la ola latina que hoy domina la música mundial, y que supo aggiornarse para que nadie se olvide que como él, no hay otro. El mensaje anoche quedó bastante claro para los miles que se quedaron, terminado el recital, largos minutos clamando por su vuelta. Quizás no haya que esperar tanto.