Por Belén Fourment
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Hay, en Montevideo, una mujer que le debe una carrera entera. Hay, en Salinas, una educadora que lo lleva en la piel. Hay, en Maldonado, una madre que fue a verlo a Nueva York y a Las Vegas, y una hija —la suya— que cada vez que lo escucha o ve en pantalla le dice “Tío Ricky”. Hay una anécdota de una adolescente que, en algún momento de los noventa, leyó que el autor favorito de Ricky Martin era Mario Benedetti, compró el libro El amor, las mujeres y la vida, lo hizo firmar por el escritor, se lo dio al boricua en un fugaz cruce en un hotel sin llegar a ver su reacción, y años después, mientras leía una nota en una revista, descubrió que aquel tesoro vivía en una de sus mesas de luz.
Hay, entre Ricky Martin y Uruguay, una historia que la escriben mil historias de un amor inexplicable, fervoroso, a veces familiar. La mayoría convivirán este martes 28, cuando el puertorriqueño presente su show Sinfónico en el Antel Arena —últimas entradas en Tickantel— y llene el lugar con lo mejor del repertorio que lo ha convertido en uno de los más populares artistas latinos.
Estas son solo tres.
La vocación que nació de un fanatismo
Con 15 años, lo único que sabía Alejandra Volpi era esto: que le gustaba escribir, crear poemas, grabarlos en su casa, escucharse la voz. No sabía para dónde iba su vida adulta, pero un día, mientras esperaba ver a Ricky Martin en las afueras de un hotel, entendió que los que podían cruzar la puerta y acercarse y conversar con él eran los de la prensa. Entonces supo que iba a ser periodista y que alguna vez iba a estar frente a su ídolo.
Tendría que esperar 16 años.
Lo primero que le cambió la vida fue anotarse a un club de fans, vincularse con otras chicas que compartían la pasión por aquel galán de pelo largo, pecho desnudo, aros groseros. Lo segundo fue visitar una radio para hablar del mismo amor: no sabía quién era Abel Duarte ni cuál era la relevancia de Musicalisimo, pero sentada frente al micrófono de aquel programa descubrió, ahí, algo mágico.
Lo tercero fue la epifanía.
“Mirar a los ojos a tu ídolo por primera vez es increíble”
Con 18 años, Volpi entró a Últimas Noticias y más tarde a El País. Y en 2014 ocurrió: Ricky Martin, para entonces estrella inaccesible, iba a tocar en Punta del Este y antes concedió una entrevista telefónica, inaugurada con el tipo de aviso hostil con el que empiezan, tantas veces, estas notas: “Si una pregunta personal lo pone incómodo, vamos a cortar de forma inmediata”.
Al final, dice la hoy locutora de FM Like, se la jugó. Antes de la despedida y después de que Ricky Martin le hubiera preguntado, con cortesía protocolar, si la iba a ver en el show, ella le confesó algo breve: que tenía que agradecerle por todo lo que le había dado en la vida. Por los valores. La fuerza. Y la vocación.
Después, todo fue un sueño: el mánager personal de Ricky Martin, Joselo Vega, la citó en Punta del Este, la convocó al piso del Enjoy donde el artista se hospedaba, le dijo que ella era la prioridad del día, se lo presentó. Charlaron, se sacaron una foto, ella le regaló la poesía de Idea Vilariño, él le devolvió un abrazo.
“Mirar a los ojos a tu ídolo por primera vez es increíble”, dice Volpi ahora, que trabajó en la producción de sus shows locales en 2016, y que se lo reencontró —mediante meet and greet, ese acceso exclusivo que garantiza conocer brevemente al artista— en 2020 y 2022. Repetirá el martes, “porque esto se convierte en un vicio. Es que el abrazo de Ricky te reinicia el chip de la felicidad”.
La que le debe la familia y la amistad
Natacha García es fotógrafa, trabaja en una inmobiliaria y dice, desde Maldonado, que todo fue por Ritmo de la noche. Ella, que tenía 9 años y estaba en casa de sus abuelos, frente a un televisor en blanco y negro, lo vio cantar “Fuego contra fuego”, lo vio revolear “sus pelos locos”, mover el cuerpo, y el flechazo fue inmediato.
Hoy, que tiene 40, la historia con Ricky Martin “es una vida entera”.
García, que colecciona en fotos la decena de momentos compartidos con el artista (la primera vez fue en Buenos Aires, hace 19 años), le debe todo. Le debe su matrimonio, porque la frase de conquista de su esposo fue, en un boliche: “A vos te gusta Ricky Martin”. Le debe las amigas —de Uruguay y de Argentina, de Miami y de Puerto Rico—, le debe parte del vínculo con su hija. Esa que mira la pantalla u oye una canción y enseguida identifica al “tío Ricky”.
“Él es parte de la familia”, dice, y no hace falta ninguna explicación más. El martes irá al Antel Arena con su niña y con su madre. Será especial.
Desde hace varios años, García integra el grupo RM Revolución que, aclara, no es un club de fans (que también los hay: están RM Elite, Lo Nuestro y así). Allí, con chicas de Maldonado, Montevideo, Colonia, Minas, Las Piedras, La Paz, contribuyen en causas sociales “para fomentar la solidaridad y todo lo bueno que transmite él”. Y comparten el sentimiento, por aquello de que “solo entiende mi locura quien comparte mi pasión”. Natacha lo repite varias veces.
Lo que le cuenta a El País es que las veces que ha estado con él, en los segundos que dura el encuentro, puede sentir toda su atención y afecto. Que ha corrido camionetas para poder saludarlo. Que ha viajado mucho: fue al musical Evita en Broadway, a su residencia artística en Las Vegas y al lanzamiento de su biografía en Miami, adonde llegó con los caramelos favoritos del cantante y con remeras de la selección uruguaya para sus mellizos. Era 2010 y el Mundial de Sudáfrica lo había teñido todo de Celeste.
Lo que cuenta es que fue a pasar un cumpleaños a Puerto Rico, que lleva la firma tatuada del artista y que cuando una de las chicas de RM Revolución estuvo en terapia intensiva por un problema de salud, las enfermeras ponían las canciones de Ricky Martin y ella, algo, reaccionaba. “Para nosotras, Ricky cura. Es vida, es amor. Todas sentimos que es un ser de luz”.
Conocer al ídolo y llevarlo en la piel
El 1° de febrero pasado, Laura “Lali” Sabaj, educadora inicial, empezó a trabajar en una nueva institución, y lo primero que hizo fue avisar esto: que el martes 28 de febrero tenía que tomarse el día libre y que era innegociable. Después de 20 años de amor incondicional, en 48 horas por fin conocerá a Ricky Martin.
El meet and greet al que por primera vez pudo acceder (los cupos son limitados, caros y los vende directamente la producción del artista; no llegan a ticketeras locales) le permitirá ir a media tarde a la prueba de sonido; a ver el show desde el sector VIP y a un breve encuentro con Ricky Martin. Quiere llevarse su firma y el miércoles 1 de marzo ya tiene turno con su tatuador.
Laura lleva varias huellas de Ricky Martin en la piel: en un antebrazo, el nombre de su canción favorita, “Fuego de noche, nieve de día”; en el otro, el verso “Lo mejor de mi vida eres tu”; en la espalda, el caballito de mar de un videoclip.
“Mis padres me traían los casetes del Chuy, yo recortaba revistas, tenía todo el cuarto empapelado, y después empecé a conseguir los CDs originales hasta que, de más grande, empecé a ir a los recitales. ¡Siempre sola, porque nadie me acompañaba en esta locura!”, cuenta ahora que, por fin, encontró a un par de aliadas con las que compartirá la noche del martes.
“Yo siempre como una desquiciada, gritando, llorando de emoción, porque es una persona que amo. Solo el que es fanático lo entiende”.
Laura, que lo vio en vivo por primera vez en 2011, en un show en el Velódromo, entregó su salario vacacional para poder concretar este esperado encuentro. El día que finalmente consiguió el meet and greet no durmió; en la noche antes del show, está convencida, va a pasar lo mismo. “Espero poder hablar, darle un beso, porque no sé cómo voy a reaccionar. He pensado que no me van a salir las palabras”.
Laura, que habla de su “enamoramiento” con una risa ancha y contagiosa, tiene dos hijas adolescentes que entraron a sus cumpleaños de 15 con canciones de Ricky Martin. El sueño, el próximo sueño, es compartir alguna vez un recital con ellas. Porque Ricky Martin ha estado ahí, siempre, como una parte de sus vidas. Como una presencia, un sentimiento, un vínculo, que no tiene explicación racional y al que, sin embargo, se le puede dar todo, incluso el amor.