Mariana Garaza no sabe cuándo empezó a escuchar a Lenny Kravitz, cómo lo conoció, qué fue lo primero que la cautivó de él. Sabe, si, que no hay ningún otro artista por el que sería capaz de hacer lo que hizo ayer en el Estadio Centenario: comprar la entrada más cara, ir al recital sola, desplegar una bandera, conseguir la atención de su ídolo, subir al escenario y terminar abrazada a él, con 20 mil extraños como testigos.
"Es una cosa de locos, todavía sigo sin caer", dice a El País cuando es lunes, a mitad de la tarde, y no ha parado de contestar mensajes y ver repercusiones y atender preguntas y llevarse sorpresas.
Todo empezó ayer, como una bola de nieve que la llevó puesta apenas volvió a su lugar en el sector VIP de la Tribuna Olímpica. Las amigas y los familiares que también estaban en el Estadio Centenario, pero en otras ubicaciones, empezaron a mandarle fotos, videos, reacciones. Los desconocidos que la rodeaban la felicitaron, la saludaron, le dijeron "genia", "capa". Antes de irse del Estadio ya había dado una entrevista y había pactado un par más. Y todo por haber encontrado la frase exacta, las palabras justas: "Lenny, dejé a mi marido en casa solo para tener un abrazo tuyo".
De adorar a Lenny Kravitz a abrazarlo en el escenario
"Sinceramente no recuerdo cómo es que fue ese amor. Yo lo único que sé es que me gustan las canciones en inglés porque estoy acostumbrada a escuchar canciones oldies de toda la vida, porque mi mamá escuchaba y me amigué mucho con las canciones en inglés. Cómo lo conocí a él, no me acuerdo, pero sé que empecé a escuchar, a escuchar y fue como aumentando esa pasión, cada canción era como: wow, este tipo está espectacular", dice Mariana, que ama "todo el conjunto" Lenny Kravitz: "Cómo canta, su look, esa onda que te mezcla cuero con brillo con animal print con las rastas, que es superagradecido, que es un capo bailando, que toca la guitarra como los dioses. Es todo lo que está bien".
Mariana nunca imaginó que, algún día, el hombre que es "todo lo que está bien" iba a tocar en Uruguay. Nunca lo había visto en vivo y compró la entrada más cara apenas salieron a la venta. No tenía a nadie que la acompañara pagando por esa ubicación, pero no importó. Desde que tuvo el ticket en su poder, empezó a disfrutar. Y empezó a pensar en un cartel.
Si iba a estar tan cerca, y sabiendo que Lenny acostumbra bajar para caminar cerca de la gente y, en algunos casos, reparte un abrazo privilegiado, Mariana tenía que hacerse notar. Pensó una frase, y otra, y otra, pero llegó a la definitiva con ayuda de su esposo y sus amigas. Su cuñada le pintó esta especie de bandera blanca, con letras negras, sin brillos, sin artilugios. Mariana tenía que completar la hazaña.
"Yo sabía, tenía toda la fe del mundo de que, si él la leía, tenía altas chances de lograrlo", dice ahora, pero confiesa que lo único que quería lograr era eso, lo que pedía en la bandera, nada más que un abrazo. Nunca pensó que la esperaban el escenario, una reverencia, una foto, un beso.
Mariana está convencida de que la frase fue "la justa", y cualquiera que haya estado en la Tribuna Olímpica le dará la razón. Pasó así: en el primer tramo de show, Lenny Kravitz bajó del escenario, caminó hacia el vallado, tocó algunas manos y vio el cartel, le hizo seña a su equipo de seguridad, detectaron a Mariana, le allanaron el camino al escenario. Mientras tanto, él volvió a su micrófono, desplegó el cartel y comentó: "Yo no sé si esto es muy lindo, pero...". Y esperó a la muchacha por varios segundos.
Cuando al fin llegó, le dio un abrazo mucho más largo que lo que cualquiera hubiera esperado, accedió a una foto, se le hincó a sus pies, le besó la mano. "Era demasiada emoción, estaba como cortada, como en un shock, no sé, en trance total. Yo solo le decía: 'gracias, gracias, gracias' y él me empezó a abrazar más fuerte, me abrazo cada vez más fuerte, no sé. Fue soñado", dice Mariana, que recibió una única indicación del equipo de Lenny: no tocarle ni sacarle los lentes, por nada del mundo.
Lo demás fue parte de un mismo sueño. "La gente divina, la verdad; bajé y sentí tanta buena onda, tanta buena energía, que obviamente se da porque él desprende eso, ¿viste? El show era pura buena onda, agradecimiento, y la gente se contagia. Me dijeron que se emocionaron conmigo y eso fue mortal", dice, aunque reconoce que después del abrazo, todo fue como estar ahí, presente, y al mismo tiempo estar flotando en otro lado.
"Quedé con dolor de panza de los nervios, temblando, con la mano en el pecho así mirando el show, pero como que estaba y no estaba. Después volví a escuchar esas canciones hermosas que quedaban, y después salí a la locura", cuenta. La historia, al final, terminó con otro abrazo, con otro amor: el del marido que mencionaba en la bandera, y al que había dejado en su casa para ir a conseguir un instante que durará toda una vida.
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