Diego Presa tiene nuevo disco, y eso siempre es una buena noticia. Luego de haber grabado un EP y un álbum con la actriz y cantante argentina Julieta Díaz, el también miembro de Buceo Invisible retomó su sendero solista para grabar el sucesor del pandémico Cuarto, de 2020. Su nuevo álbum se titula Flor abierta y sorprende por la forma en que el artista decidió arropar sus composiciones.
En “Narciso” se alimenta del fraseo sutil de un clarinete, el trémolo de una mandolina y un ritmo en tres para cargar de un clima mediterráneo a su lectura del mito griego. En “El mundo es una canción que no te gusta”, el saxo barítono le da un tono oscuro y magnético que evoca a Blackstar de David Bowie. Por su parte, “Secreto” ofrece un riff al estilo de The Byrds que otorga un pulso optimista a una letra sobre aprender a convivir con el pasado, y los ladridos de su perra Lola añaden intimidad a, justamente, “Lola”.
En cuanto a las letras, Flor abierta, producido por José Luis “Jota” Yabar, presenta el retrato de un hombre que observa dos mundos: el exterior y el que lleva dentro. En “Los vivos y los muertos” celebra la presencia de quienes ya no están, pero siguen acompañándolo (“Yo estoy solo, y no estoy solo”, canta). En “Futuro”, le canta a un adolescente que busca sentido a su vida, mientras que “Libertad” reflexiona sobre el arma de doble filo que es esa “novia más hermosa” a la que le cantaba Atahualpa Yupanqui en “Los hermanos”.
El tono de las letras de Flor abierta se resume en “Ruta 13”, una declaración de principios que, en diálogo con El País, Presa define como una canción que aborda “cómo los brazos del capitalismo llegaron al territorio de la intimidad profunda”. Así como en el viaje interdepartamental que inspiró la letra, Presa le aporta poesía a lo que lo rodea y compone a través de lo que ve por la ventanilla que da a la vida.
Este jueves a las 21.00, todas esas canciones se escucharán en la sala Hugo Balzo, cuando Presa presente Flor abierta en vivo. Estará acompañado por una banda formada por Ariel Iglesias, Checo Anselmi, Lali Gaspari, Santiago Peralta y Jota Yabar. Las entradas se venden en Tickantel y cuestan 900 pesos; hay 2x1 para socios de Club El País.
—Apenas escuché canciones como “Narciso”, “Ánima” y “Lirio federal”, pensé en el rol de la alegoría en tu estilo compositivo. ¿Qué sentís que le aporta a tu obra?
—Está muy vinculado a la búsqueda poética. Cuando era adolescente y escribía, me costaba la mirada académica acerca de la poesía; en Montevideo de finales de los noventa estaba esa imagen del poeta con la vela y el candelabro, era una cuestión solemne y alejada de la realidad de todos los días. Sin embargo, no podía parar de escribir poesía y de leer a César Vallejo, Dylan Thomas, Juan Gelman y Marosa di Giorgio, y los costados poéticos de Roberto Bolaño y Charles Bukowski. De alguna manera fui encontrando, junto con los amigos de Buceo Invisible, una forma de indagar en la poesía para que tuviera un golpe vinculado al rock.
—¿Recordás cuál fue la primera canción que te hizo sentir que habías alcanzado tus intenciones como compositor, y que hoy podés mirar con orgullo?
—(Sonríe) Mirá, justo con Buceo Invisible estamos haciendo un ejercicio arqueológico que consiste en reescuchar los primeros cassettes que grabamos en el año ‘97. Yo tenía 21 años cuando escribí aquellas primeras canciones, y escuchamos cosas que nos gustaron. Había algo ahí. Aunque me sorprendió no reconocerme como cantante, había una urgencia y una honestidad que me impactó. Claro, son canciones que tienen 30 años, pero en ese momento de salida de la adolescencia encontré un hueco para decir algunas de las cosas que están presentes en lo que hago hoy. Es un universo de referencias musicales y letrísticas que se mantienen, y que en ese momento estaban de una manera un poco torpe y brutal.
—Además del amor, los miedos y la muerte, ¿qué otra temática ha sido una inquietud constante de tu obra?
—Los que nombrás están siempre. Pero, además, hay una cuestión que ha estado presente y que tiene que ver con la perplejidad por el paso del tiempo, y no desde un lugar necesariamente desesperado. No se trata de que la vida se nos va, mis canciones hablan de cómo experimentamos el paso del tiempo; ya sea las décadas y los años, como el tiempo cotidiano e inmediato. De alguna manera, siempre lo que he escrito ha sido una especie de intento, por supuesto derrotado, de detener el paso del tiempo. Mi búsqueda es transformar algo en canción para que se salve de la muerte.
—Bueno, en cierto sentido de eso también se trata el arte: de hacer que algo se vuelva inmune a la muerte. Los discos duran para siempre y trascienden al autor.
—Sí, y en definitiva no importa el autor, lo que importan son las canciones que se escriben para que estén ahí. Son ofrendas a la tribu.
—Después de tres décadas, ¿qué lugar ocupa hoy la música en tu vida?
—Un lugar fundamental. A mí me costó un tiempo considerarme un músico, porque tenía algunos pruritos. Lo que pasa es que yo no me acerqué de manera académica, fui de a poco a pesar de que era supermelómano. En realidad, arranqué escribiendo y recién muchos años después pude decir que sí, que soy un cantante y un guitarrista. El oficio de escribir canciones y cantarlas es algo que le da sentido a mis días, aparte de mis vínculos personales e íntimos. La diferencia es que, de manera más consciente o inconsciente, estoy todo el día pensando en eso. Es, si se quiere, una misión. Y lo digo sin fanatismo.
—En ese sentido, ¿qué te pasa cuando lográs escribir una canción después de enfrentar a la hoja en blanco? ¿Es una sensación cercana al “todavía puedo”?
—Siento agradecimiento. Porque este es un oficio que me apasiona, pero que uno no puede dominar jamás. Hay cosas que van más allá de mí y que tienen que ver con el mundo que está en la cabeza. Entonces, que ese fuego, ese deseo y esa curiosidad sigan prendidos para dar lugar a cosas nuevas es algo fundamental. La cuestión es que yo soy como un esclavo de la belleza, y estoy sirviendo a lo que me trasciende. No quiero que suene rimbombante, porque en realidad es algo pequeño, pero de alguna manera se trata de eso: de seguir cumpliendo con mi trabajo.