Divididos: 30 años haciendo cosas raras para gente normal

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Divididos. Foto: Ignacio Arnedo

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El trío argentino relanza su primer disco y festeja su historia, esta noche en Landia

Escuchá la entrevista con Ricardo Mollo en Walkman, el podcast de música de El País, haciendo click aquí.

Es una obviedad a esta altura, pero las obviedades siguen siendo necesarias: al rock argentino lo cambió un italiano con acento inglés, de cabeza rapada a cero y alcohol en las venas. Sí, otra obviedad: antes estuvieron la influencia beatle, el blues, Litto Nebbia y sus himnos, mil proyectos de Luis Alberto Spinetta, la innovación de Gustavo Santaolalla y Charly García. Pero hay un antes y un después de Luca Prodan, de su reggae y su rock progresivo, de su oscuridad a lo Velvet Underground mezclada con un cinismo entretenido y absolutamente fascinante para los medios. Hay un antes y después de su mente europea, que cambió las mentes argentinas de su entorno y generó una onda expansiva que llega hasta hoy.

La muerte de Luca podría haber sido, también, la muerte musical de toda la troupe Sumo: no ha de ser fácil recuperarse de semejante golpe, menos cuando era un golpe tan anunciado. Luca se moría, sabían todos, pero con eso venían conviviendo los últimos años hasta que 1987 terminó con las especulaciones.

Pero si hubo un antes y un después en el rock argentino fue, en parte, porque la troupe no sólo no murió, sino que hizo todo lo contrario: se reconstruyó, dividida, desde las cenizas, para darle forma a dos de los grupos más relevantes del rock argentino de los últimos años.

Ricardo Mollo y Diego Arnedo, en pleno duelo, reclutaron al baterista Gustavo Collado y en apenas meses armaron el primer repertorio de Divididos. Y de eso pasaron 30 años.

Hoy, el power trío que Mollo y Arnedo ahora integran con Catriel Ciavarella, viene a celebrar todo este recorrido con un concierto antológico. Será en el Centro de Espectáculos Landia (en el Parque Roosevelt, frente a la rambla costanera) a las 21.00, y quedan las últimas entradas en venta en Red UTS.

Los comienzos

Encender el fuego

Más cerca de los Beatles que de su pasado inmediato, Divididos abrió 40 dibujos ahí en el piso con un juego, un chiste interno, que primero recordaba a “Blackbird” y que luego se convertía en una mezcla de reggae con folclore latino, sobre la que Mollo cantaba con acento provinciano una letra sin sentido. “Camarón Bombay”, que aparecería en dos versiones más en el álbum, marcaba aunque sin quererlo una ruptura con Prodan, su escuela y todo su legado. Esa primera sonoridad extraña de la mano con la formación de trío, que remitía a otra tradición del rock —Mollo siempre estuvo más cerca de Jimi Hendrix que de Van der Graaf Generator—, avisaban de un quiebre drástico.

Al “Camarón Bombay” le seguía un tema que se convertiría en un clásico de Divididos, y que es tal vez la primera muestra de su fama de aplanadora del rock: "Che, qué esperás?". La guitarra se abría paso, juguetona, con sutileza, y para cuando el bombo y el bajo gordo se encontraban, todo se volvía oscuro. La pesadez, la densidad, completaban con el canto de Mollo más bien roto en este caso, una potencia basada en el virtuosismo. En ese sentido, para revisar el disco hay que prestarle especial atención a las líneas de bajo de Arnedo: no tienen desperdicio.

La provocación de “La mosca porteña”, la melodía simple y el giro pop de “Haciendo cosas raras” (de vuelta, atención al bajo de Arnedo), el viaje psicodélico de “Gargara larga”, más cercano a la sintonía “Cinco magníficos” de Sumo; o la inclusión de un cover de los Doors para marcar otra vez el origen, eran otras piezas de un disco que hace casi 30 años, ponía a andar a una de las gemas del rock argentino.

Con el tiempo, Mollo y Arnedo/Arnedo y Mollo, una de las duplas importantes de la música rioplatense, harían de Divididos una referencia. Con Prodan rondando siempre, pero más como una compañía que como una sombra; con Las Pelotas como un hermano de vínculo complicado, y con un repertorio que es rock, abstracción y sensibilidad que va a las fibras más íntimas, 30 años le permitieron al trío superar el dolor y alcanzar su brillo máximo en el escenario.

Con sus propios códigos, con su propia filosofía infranqueable, y con una única motivación: seguir haciendo cosas raras —porque este rock está cada vez más cerca de ser rareza— para gente normal.

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