Crónica
El cantante demostró en Uruguay que detrás de su fama y su éxito, hay mucha calidad
La escena parece la de una de esas veladas de boxeo estadounidense que, a veces, tienen más de show que de deporte. Una camioneta negra, reluciente, avanza desde la Tribuna Ámsterdam hasta el costado del escenario, un par de personas trepan por una escalera de escasa extensión, y en las pantallas gigantes una cámara toma, de frente, a Ed Sheeran con gesto algo serio, quizás nervioso. A su lado, inamovible, su guardia de seguridad Kevin Myers (que es, a juzgar por lo que se ve en redes, su mayor compinche en la vida en gira, mezcla de figura paternal y amigo siempre listo para divertirse), le murmura algunas palabras. Para entonces las 20.000 personas que ocupan cada lugar de la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario están gritando y aplaudiendo y filmando con sus celulares en alto, emocionadas, eufóricas.
La escena parece de velada de boxeo, pero en vez de ring hay un escenario, y en vez de un Canelo Álvarez musculoso, hay otro pelirrojo millonario: uno de look de remera y jeans, de tatuajes multicolores en sus brazos, de sonrisa adolescente y ojos clarísimos. Y en vez de guantes hay una guitarra, con la que Ed Sheeran logra dar, una y otra vez, acertados golpes de impacto: su actuación en el escenario está, en verdad, por encima de las expectativas.
Todavía hay gente que se pregunta quién es Ed Sheeran y por qué la trascendencia mediática que tuvo su visita a Uruguay. Todavía están los que ignoran que este chico de menos de 30 años es, lejos, el cantante pop más exitoso de la actualidad: lo dicen la cantidad de entradas que lleva vendidas en su gira actual, la cantidad de discos que ha comercializado, la recaudación con la que cierra cada año y la cantidad de escuchas que tiene en plataformas digitales, el mismo montón de datos que se repiten en cada nota sobre él. Todavía están los que no asocian su nombre ni su cara con esas canciones que suenan en todos lados. Y por supuesto, están los que no tienen idea de su talento.
En contrapartida, hay 20.000 personas (por lo menos) que, en Montevideo, fueron testigos, en vivo y en directo, de lo bien que este muchacho hace su performance de estrella pop que no nació para serlo.
Su noche
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Ed Sheeran dio el miércoles un concierto histórico para Uruguay, porque es casi que la primera vez que un solista de esta magnitud internacional está en el país en un momento cumbre de su carrera. En los últimos años estuvieron ídolos teen como Nick Jonas, Selena Gomez o Demi Lovato, y más atrás en el tiempo se apuntan visitas como las de Rod Stewart en 1989. Latinos como Maluma, Luis Fonsi o Ricky Martin están en otra escala.
Más allá de lo coyuntural, la diferencia respecto a esos conciertos es que el miércoles, Sheeran estuvo solo en escena y probó con creces que es autosuficiente. El británico tocó guitarras electroacústicas, con las que grabó riffs, secuencias, arpegios o melodías según lo demandara la ocasión; también usó la caja del instrumento para armar alguna percusión. Grabó además, con dos micrófonos, melodías vocales, coros, armonías, y le avisó al bullicioso público cuándo tenía que hacer silencio para que nada interfiriera en su especie de obra en construcción.
El formato de por sí es interesante de ver, y más si es en un show de gran escala, porque permite apreciar a la canción en su más pura esencia, sin que haya estridentes distorsiones de guitarra eléctrica, rulos de batería o arreglos de vientos que hagan todo más vistoso. Sus melodías, que son de una belleza simple, fueron el hilo conductor de un repertorio plagado de éxitos y de fórmulas bien pegadizas.
Sheeran, con los pocos elementos que maneja en vivo, tiene exactamente lo que necesita porque antes que todo eso, tiene una voz impecable: si no fuera porque en algunos instantes se quedó sin aire, todo habría sonado demasiado bien como para ser real.
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Tiene un timbre de voz muy agradable, y más allá de que se lució con agudos, graves, falsetes y fraseos rapeados, su canto es y fue, en el Centenario, poco pretencioso como toda su propuesta musical. Tal vez en eso y en la sencillez con la que comunica en sus canciones, radique su éxito.
En Montevideo, además de desplegar todo ese talento, sorprendió con el dinamismo físico que le puso al show, y con un diálogo muy ameno y simpático con su público. Se movió mucho, subió y bajó escalones y tarimas, bailó un poco, y conversó bastante. Repitió algunos speechs de la gira, elogió algunas virtudes de la ciudad (la comida, el vino, la gente) y a la audiencia, y contó cómo se sintió la primera vez que fue a los Grammy con su novia de entonces.
u201cNo nací para ser una estrella popu201d, dijo Ed Sheeran parado ante 20.000 personas (muchísimas chicas jóvenes) que se sabían todos sus temas, a más de 10.000 kilómetros de distancia de su Inglaterra natal, en la cuarta fecha del tramo sudamericana del Divide Tour con el que ha embolsado millones de dólares y ha acumulado infinitas millas de viajero.
u201cNo nací para ser una estrella popu201d, dijo Ed Sheeran y enumeró todo lo que lo hace estar lejos de la típica imagen de popstar, enmarcado por un escenario que fue por lejos lo más ambicioso del show. En las múltiples pantallas de impresionante definición, estuvieron todos los colores y efectos visuales imaginables, en general pensados para intervenir la imagen en vivo del cantante. A veces, su silueta pequeña parecía desaparecer entre toda la información que lo rodeaba, y sin embargo su voz seguía llenando todos los espacios, fundida con las voces de una cantidad de gente que disfrutó de un gran espectáculo.
Porque como en una de esas veladas de boxeo americano, lo del miércoles fue un gran show: dos horas de entretenimiento, de demostración de virtuosismo y capacidad física, y de golpes en forma de canciones de amor y de compromiso con una causa, la de hacer lo que hay que hacer, más allá de que se haya nacido o no para eso.
Las últimas horas del cantautor y de Passenger en Montevideo
La actividad de Ed Sheeran en Montevideo fue mínima. Más allá de la cena que compartió el lunes con su colega Passenger (fue en García de Punta Carretas e incluyó pescado, vino y torta de chocolate), quien también tocó el miércoles en el Centenario, no hizo demasiado fuera del hotel. Se fue ayer a primeras horas de la tarde del Sofitel, donde se hospedó, y partió en vuelo privado a Buenos Aires, donde sigue su tour. En el aeropuerto saludó a algunas fans que lo esperaban y se tomó unas fotografías con ellas. Postshow también se fotografió con personal regional del sello Warner, su discográfica. Passenger, en tanto, salió después del show del miércoles y compartió una cena con la pareja de uruguayos que lo u201crescatóu201d cuando estaba perdido en la ciudad y lo llevó de paseo. De esa cena también participaron Meri Deal, la otra telonera de Sheeran; y el fotógrafo que acompaña a Passenger, Jarrad Seng, entre un grupo reducido de personas.