El curioso caso del Peyote Asesino, la banda que vivió varias vidas y cumple 30 años envuelta en un misterio

Peyote Asesino festeja 30 años de su primer recital, este jueves en Sala del Museo y con entradas agotadas. ¿Cómo se explica que una banda que implotó y pasó largo tiempo sin tocar aún sea una de las mejores para ver en vivo en Uruguay?

Compartir esta noticia
Recital de Peyote Asesino
Recital de Peyote Asesino.
Foto: Fernando Ponzetto / El País

La primera vez no había más que ocho temas, 50 amigos, un boliche sin escenario, unos marineros, pocas nociones. La primera vez no estaba Carlitos ni estaba Pepe y ni siquiera había, en Montevideo, una idea clara de alguna cosa llamada “rap”. Cuando Peyote Asesino llevaba su demo a los lugares con la intención de conseguir un toque, solo recibía rechazos: ¿quién iba a pagar una entrada para ver a un cantante que en realidad no iba a cantar? La televisión para abonados recién empezaba a entrar en las casas de Uruguay y, haciendo zapping, algunos jóvenes caían en MTV para descubrir, como en un acto mágico y global, la cultura del hip hop.

La primera vez de Peyote Asesino fue así, un 28 de agosto de 1994 en El Perro Azul, con el frenesí de un puñado de conocidos que iban a ser testigos del origen de un fuego. Un fuego que se iba a consumir a sí mismo, iba a tener varias vidas y, 30 años después, iba a festejar con entradas agotadas, un pico de actividad y un extraño misterio: el de ser, todavía hoy, una de las mejores bandas para ver en vivo en Uruguay.

“Treinta años y un día”, dice Fernando Santullo en su apartamento de Parque Rodó, es lo que celebran este jueves en Sala del Museo, con un sold out con una semana de anticipación. Abren los paraguayos de Villagrán Bolaños y, quizás, habrá alguna sorpresa. El Peyote resuelve sobre el pucho, dicen. Pero tal vez sea momento de desempolvar “Gavilán o Paloma” y “El ojo blindado”.

A estos 30 años de errancia —una raíz que se rastrea hasta México, una explosión con alcance internacional, la mano de Gustavo Santaolalla, la grabación en Los Ángeles, la implosión en 1999, la reunión 10 años después, las apariciones esporádicas, una suerte de reactivación y, en 2021, un nuevo disco—, Peyote llega encendido. Entre setiembre de 2023 y este momento lograron una frecuencia de toques inaudita. Le sobrevivieron a la intempestiva salida de su bajista original, Daniel Benia, quien en su momento declaró que tocar esta música ya no lo divertía (en su lugar está Nacho Correa de Catatumbo). Llenaron varias salas de Montevideo, pasaron por el Cosquín Rock, y en junio dieron un recital en La Trastienda que tuvo, saben, “un plus”. Hubo algo en el aire, una energía, “buena onda” dice Santullo y enseguida se corrige, que hizo que todo se sintiera distinto.

Y estuvieron las canciones.

Peyote Asesino en Sala del Museo. Foto: Fernando Ponzetto
Santullo y Carlos Casacuberta en vivo en Sala del Museo. Foto: Fernando Ponzetto / El País

De alguna forma, el repertorio de Serial, representativo de una versión adulta del Peyote, se integra tanto con el de El Peyote Asesino y Terraja que, dice Carlos Casacuberta, “no se ven las costuras”. Los 20 y tantos temas pasan como un subidón. Cuando todo termina, una energía joven envuelve todo: a la banda que orbita los 55, al público que promedia 40 y tantos, y a los que acaban de llegar.

¿Pero por qué? ¿Cuál es la clave, dónde está el secreto que hace vivir así al Peyote?

“Tengo la sensación de que, por alguna razón extraña, nosotros estamos gobernados por unos espíritus animales que andan por ahí, que de algún modo nos poseen y nos hacen hacer cosas”, dice Carlos Casacuberta. “Y en cierto momento se formó una situación en la que empezamos a poder tocar, a decir que sí, a poder responder y entonces entramos en esta situación... Situación digo, ni siquiera digo que es un plan”.

“Peyote en vivo siempre era una cosa que estaba buena, había como una energía que fluía entre nosotros de manera muy natural. Y cuando volvimos resultó que eso estaba ahí”, dice Santullo. “Eso, a medida que fuimos tocando en estos últimos tiempos, se ha ido potenciando; no sabría explicar qué es, pero siento que es algo que nos produce la misma pasión. Suena a cursilada, pero no es una cursilada. La gracia de esta banda es que en cada show se vuelca una energía que es como si fuera el último show, porque siempre está la posibilidad de que sea el último show”.

Las lecciones de 1994 y las claves del misterio

Mientras charlan, Casacuberta y Santullo apilan otras explicaciones a esta permanencia y este vigor. Dicen: la forma en que están hechas las canciones, esa construcción que no obedece a una lógica y que todavía los sorprende, esa forma de pasar, en una misma pieza, de los hermanos Fattoruso a Gojira. El efecto Serial, un disco de canciones nuevas que vino a “pegarle un codazo” a su planeta para que cambiara de órbita, que los hizo dejar de ser perros mordiéndose la cola. El cambio en el sonido de guitarra de Juan Campodónico. “Cierta habilidad misteriosa colectiva” en la que un montón de influencias distintas pueden mezclarse a un nivel esquizofrénico para dar como resultado algo que tiene todo el sentido. El humor (aunque en realidad dicen, cuando discuten si el Peyote es o no melódico, que lo suyo es “un intento vanguardista” que “está dinamitando el sistema tonal”). Y también el aprendizaje.

En aquel recital del 28 de agosto de 1994, Carlos Casacuberta y Pepe Canedo, todavía no se habían sumado. Se integrarían dos semanas después, para fijar la formación con Campodónico, Benia y Santullo.

EL PEYOTE ASESINO BANDAS
Peyote Asesino en los noventa.
Foto: Archivo

“Yo me enteré lo que decían los raperos mucho más tarde”, dice Casacuberta. “Fernando lo había descifrado porque entre otras cosas había viajado a Nueva York, se volvió con un montón de discos y probablemente tenía el único ejemplar de, no se, House of Pain o los Beastie Boys de Check Your Head. Pero lo que trajo el hip hop fue una bomba. (...) Yo en Peyote aprendí todo, porque hasta fui con Juan a comprarme el primer equipo de guitarra que tuve, yo no sabía prenderlo, era una cosa pesada, como si fuera un mueble, una cosa de madera horrible, y me lo tuve que llevar en brazos. Ese es un poco el símbolo de lo que fue: un lugar donde todos aprendimos juntos, como parte del juego. Siempre pienso que El Peyote me dio la posibilidad de existir musicalmente”.

¿Y ahora, qué? Treinta años después, El Peyote, dicen los dos, es un espacio libre, que se transita paso a paso, con “un taoísmo de libro de autoayuda”. Un lugar al que no se le pide nada, nada más que pasarla bien. Un lugar, suelta al final Casacuberta, al que siempre hay que volver.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Peyote Asesino

Te puede interesar