El disco uruguayo que llegó a Japón, sonó en una iglesia, fue alabado y reinventado y ahora da su fiesta final

Mariano Gallardo Pahlen despide a "Los sueños de los otros", el álbum que estrenó en 2020 y que volvió a hacer para llevar a los escenarios. Antes del show, habla de la música como transformación.

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Mariano Gallardo Pahlen, músico.
Foto: Camila Montenegro

Pregúntese si dio todo lo que podía dar. Medite, piense, escúchese con cuidado. Dé una respuesta. Si es negativa: haga más, insista. Si es afirmativa, sea su propio letrado y cierre su defensa. Diga: “Listo, no más preguntas Su Señoría”. Celebre.

Mariano Gallardo Pahlen (1990) acaba de oír el golpe del martillo en el estrado y sale de la sala con satisfacción. Es un mecanismo automático que se dispara cuando intenta hacer el balance de Los sueños de los otros (2020), uno de los discos más valorados de la música uruguaya reciente o, como dijo esta semana la cantante Camila Rodríguez de la banda Niña Lobo, “uno de los mejores discos de los últimos tiempos y de todos los tiempos”.

Ópera prima ubicada en un cajón amorfo de pop orquestal y atemporal, Los sueños de los otros se lanzó en mayo de 2020, cautivó a la crítica con inmediatez y unanimidad, se publicó en Japón, se editó en vinilo, se metió en la Iglesia Alemana y en la soledad de la pandemia se volvió manifiesto artístico depurado a través de un órgano de tubo. Recién llegó al escenario en 2022, cuando Gallardo tomó sus 10 canciones, las descuartizó y las volvió a coser como quien deshace una obra y de los escombros levanta una nueva. Las ofreció en banquete sensorial el 28 de octubre de 2022, en vivo en La Trastienda, con una banda de 11 personas, invitados y texturas de terciopelo. Después las llevó a la Sociedad Urbana Villa Dolores. Ahora las despide.

Mañana, en La Trastienda y a un año de su presentación, Los sueños de los otros celebra por última vez. Es el cierre de un ciclo de tres años (a las 21.00, entradas a la venta en Abitab), y la última oportunidad de ver, en vivo, la foto de toda una generación artística que está renovando la escena musical.

El año pasado, apenas terminado el recital, alguien soltó: “Acabamos de ver el futuro”. Y el futuro ya llegó.

“Digamos que si hay como una línea, y esa línea dice algo así como ‘empezar a grabar el segundo disco’, yo ya di un paso y la crucé”, dice Mariano Gallardo Pahlen en charla con El País. “Creo que llegó el momento de hacer eso: hay nueva música que está pidiendo venir, actualizarse. Y me parece que tiene sentido cerrar el ciclo con un concierto, una de las celebraciones más fructíferas que hay”.

A Gallardo, que es cantante y compositor, productor, multiinstrumentista, hijo de una bailarina, hermano de un jazzista y nieto del director de orquesta austríaco Kurt Pahlen (de gran relevancia en el panorama rioplatense y que fuera director del Teatro Colón argentino), le interesa que la música en vivo sea algo que atraviese y que trasmute, que produzca un cambio.

Que genere algo de eso que, cuando era niño, le producían los conciertos de la Ópera de Zúrich. Eso que le pasó viendo a Caetano Veloso en el Charrúa, a la banda Arcade Fire en el Lollapalooza Argentina, a Kraftwerk antes de un recital de Radiohead, a Hugo Fattoruso en tantos lugares, a Ryuichi Sakamoto con Jacques Morelenbaum. Eso, dice, “que te agarra por todos lados, que no te deja”.

Después, la mirada perdida en un edificio en construcción del Centro, dice: “Este es el show que yo quiero dar. Dar en el sentido literal: no mostrar, dar. Es una devolución también”.

En vivo, Los sueños de los otros, que es un disco sutilmente expansivo, con la sofisticación montada en colchones de pianos, cuerdas, vientos, estridencias y coros, explota su filo romántico y combina el uso del autotune con riffs que rozan el hard rock y guiños a los Bee Gees. En el medio, confiesa Gallardo, se puede colar hasta la fuerza y la expresión de Alejandro Sanz.

“Hay 500 decisiones que son espontáneas e intuitivas, y son las que más disfruto porque son las que menos trabajo me llevan. Lo que aparece es un decante de experiencias no planeadas; tampoco tiene tanto sentido justificarlas”, dice. “Pero siempre empieza por la intuición, y está buenísimo que empiece así. Porque está partiendo de un lugar ya fructífero. Yo me había bajado unos pluggings que emulaban unos teclados, los estaba probando, grabé una cosa arriba, y de repente escuché y dije: ‘Este es el principio del show’. Y no tenía show, no tenía nada”.

Después Gallardo, que puede dar respuestas de seis minutos y cortarlas con silencios de 45 segundos, que en el medio tararea como si le urgiera ponerle banda sonora a esta escena de la vida, que a veces sonríe hasta que los ojos son apenas una línea, se pone serio. Abre los ojos, mira, y a la pregunta de cuánto riesgo hay en tomar un disco, desarmarlo, volverlo a armar y llevarlo a un escenario con una docena de músicos y tantas intenciones, responde con determinación: “Arriesgado, para mí, es hacer una cosa que no sé sentir, que no estoy sintiendo, que no sé por dónde pasa. Esto me está pasando en el cuerpo, es la certeza que tengo para dar. Lo que quiero dar. Entiendo el riesgo que se le percibe y hasta me parece divertido, y es otra de las cosas que me parecen jugadas del show, jugadas desde el juego: ofrecer un riesgo, pero gozándolo. Decime si la vida no está llena de eso”.

Pregúntese. Pregúntese todo.

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