Es un ritual extraño este, que implica sentarse con desconocidos, estar a oscuras, escuchar música pero hacerlo en silencio. Por momentos, en los auriculares, la voz de Andrés Torrón opera casi como una meditación: su timbre manso cuenta sobre las canciones, da datos, hace sugerencias. Está sentado al fondo de la sala, pero ninguno lo mira: hay un estado de trance que nos mantiene a todos estimuladamente absortos, como suspendidos frente a una cosa que acaba de ser descubierta. Un disco de Galemire suena y se ofrenda como una revelación.

Es un ritual extraño este, Escuchas silenciosas, el ciclo que comenzó en setiembre, que se repetirá una vez por mes hasta fin de año y que propone una experiencia guiada a través de cuatro obras fundamentales de la música uruguaya. La primera giró en torno a Segundos afuera, un álbum de culto de Jorge Galemire. La segunda, este sábado a las 19.00, será sobre Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón, la ineludible colaboración de Estela Magnone y Jaime Roos. Es en Magma Futuro y quedan entradas a la venta vía web; el ingreso incluye una cerveza.

(Dos próximas citas honrarán a Magic Time de Opa, el 18 de noviembre, y a Mediocampo de Jaime Roos, el 13 de diciembre.)

En el origen estuvo Eduardo Mateo. Antes de esta seguidilla, antes del primer ritual, Torrón y Sebastián Casafúa, también músico, se aliaron en un plan piloto. En un lujoso skybar de Pocitos, a comienzos del último mes de 2022, convocaron al público a una escucha colectiva de Mateo solo bien se lame, que cumplía 50 años y es, se opina, uno de los mejores discos uruguayos de la historia. Casafúa está al frente de Domo Silent, una empresa dedicada a la producción de eventos silenciosos, que es un concepto con trampa: los auriculares inalámbricos parecen apagar todos los sonidos del mundo para dejar, vivo, a un exclusivo manojo.

Foto: Paul Hernández / Difusión

La idea que Torrón y Casafúa compartían era precisa, dice Torrón: “Sacar a la música uruguaya de los lugares obvios. Y valorarla de otra forma, creo”.

Entregarla a un ritual extraño.

Magma Futura, que adelante es una tienda de objetos y tendencias y atrás es un espacio cultural inmersivo, es la sede del experimento. La sala es como una gran pantalla en forma de prisma triangular: una pared es de espejos y allí se reflectan las visuales del artista Chingdou, que se proyectan sobre todos los lados y terminan desbordándose en un piso negro y reluciente.

Sacar a la música de los lugares obvios tiene que ver con eso. Con hacerla protagonista en un lugar configurado como una dimensión paralela, donde el mundo exterior no existe, donde solo somos estas personas sentadas en el suelo, siluetas a oscuras con tintineantes luces rojas a los costados de la cabeza, la mirada puesta en cualquier lugar y toda la atención en las canciones. Con reproducirla en formato vinilo, hacerla viajar a través de un sistema inalámbrico y entregarla con todos los secretos revelados.

Después, Torrón dirá a El País: “Hay muchas cosas que convergen en este proyecto. Una es el simple hecho de escuchar un disco de principio a fin con auriculares, sin distracciones, algo que no mucha gente hace. La otra es que son escuchas ‘guiadas’. Hay una puesta en contexto de la historia de cada disco, de la época en que fue hecho, de por qué se trata de discos que tuvieron y tienen una gran importancia en la historia de la música uruguaya, de qué significó esa obra para sus autores y para quienes lo rodeaban”.

La otra, a lo mejor la fundamental, tiene que ver con lo grupal. Con algo que ocurre cuando un grupo de personas se detiene, se aquieta, se enfoca, se concentra, se calla, solo escucha.