Un hombre escribe sobre el amor. Un hombre ambicioso intenta hacer un disco sobre el mar, sobre todo el mar, y apenas acaricia su superficie. Una paloma se para en una silla, como si algo divino la hubiera llevado hasta allí: una fuerza, un rayo de luz. Pregunto: “¿Vos crees en Dios?”. El hombre ambicioso, Ernesto Tabárez, responde: “No sé”. Después dice: “¿Cómo no voy a creer yo en una metáfora?”.
Sentado en un restaurante de Ciudad Vieja, a resguardo de un viento helado que advierte que el puerto está cerca, en la cuenta regresiva a una operación que lo va a dejar 10 días en un silencio absoluto, Tabárez habla: pasan 10 minutos, 20, 30, y él habla con la misma pasión con la que, durante los últimos 19 años, ha hablado de los discos de Los Problems, una banda clave en el panorama del rock uruguayo actual.
Habla de Plata, el álbum que acaba de lanzar, con la convicción de un predicador. Dice que Montevideo es la mejor ciudad del mundo para vivir, que es abierta, “verdadera”, y una se va creyendo en eso y en el poder de las canciones. La realidad, después, es una cachetada.
Sin embargo, algo se mantiene. Algo que vive entre las 11 piezas que hacen Plata, un disco movido por una emoción ancha que suena como podría sonar un final.
En 2017, Ernesto Tabárez ya tenía en su computadora una carpeta que hablaba del mar. En ese momento, después del éxito cuasi comercial que había conseguido la canción “Jordan” y del fuego avivado por su disco El éxodo (2014), Los Problems estaban heridos. Se iban de gira a Alemania con el aliento del derrumbe en la nuca, encaraban las composiciones nuevas creyendo que nunca iban a poder atravesarlas, y caminaban —no lo sabían— a un mundo nuevo. Hambre (2018), el disco en el que cantaban sobre refundarse, terminó en un cambio de integrantes (hoy son Bárbara Jorcin, Martín Iglesias, Iván Krisman y Andrés Coutinho) y una sutil expansión de sonido. Fue el disco que mejor recepción tuvo, dijo Eté.
Mientras todo eso pasaba, el mar oleaba en su escritorio. Tabárez leía la novela Moby Dick y la soltaba antes del capítulo final. Devoraba bitácoras, miraba mapas viejos, consumía Primer viaje alrededor del globo de Antonio Pigafetta y Por el mar de Cortés de John Steinbeck, escuchaba desde su apartamento de la Aduana el canto de los barcos suspendidos en el Río de la Plata, veía la vida de los marineros, intentaba hundirse en lo profundo pero siempre terminaba a flote. Tocaba el piano. Escribía algunas ideas.
Fue un proceso largo, en el que la enfermedad (el covid, un ACV de su madre, una sordera todavía inexplicable, el daño en las cuerdas vocales) anduvo cerca, como una sombra incomprensible y misteriosa. El mar se le parece, tiene mucho de ese misterio: el mar lleva y trae, dice Tabárez. Lo que queda es aguantar.
“En un momento tenía la idea de que el disco se sumergiera en las profundidades. Después llegué a la idea de que llegara hasta donde hay vida, que es mucho menos de hasta donde hay mar. Y en un momento abandoné todas esas pretensiones. Entonces es un disco que festeja la superficialidad del mar, o reflexiona sobre eso y, por lo tanto, deja todo lo demás en un misterio. La canción ‘Plata’ renuncia a la intención original. Dice: ‘Dejé de respirar y no pude llegar, es tan profundo’”.
Después cita a Jaime Roos, eso de “lo más lejos que hay es el fondo del mar” de “Piropo”, y le da la razón.
Luego dice: “Yo siempre soy muy ambicioso cuando hago discos. Quiero contar el todo y apenas conté la parte. El otro día pensaba en eso: que fui a buscar el mar y me traje un reflejo. Me vi, me vi más”.
Quizás por eso, el disco del mar que quería ir al fondo y terminó en el paisaje de la primera capa es, en verdad, un disco de amor.
El proceso de "Plata" y la importancia del productor
Es fácil contar Plata, el quinto álbum de la banda, grabado esencialmente en Argentina, estrenado hoy y editado por Little Butterfly Records, a partir de las metáforas del mar. Nacido de un piano viejo y de la urgencia de tener coros femeninos, va del oleaje violento de “Ismael” —un frankestein que mezcla tambores con alarmas y que nace de Moby Dick, del ataque a Andrés Vargas, prendido fuego mientras dormía en una vereda de Ciudad Vieja; de la vida de sus vecinos en situación de calle, de un graffiti que vio cerca de la escuela de su hija, del miedo— al frenesí dulce de “En la luna”, que es un paisaje de arena a la luz del fuego o del atardecer.
Se lo podría leer como el disco más distinto de la banda, pero Tabárez, que en algún momento fantaseó con hacer de Plata un material construido sobre máquinas a lo The Life of Pablo del rapero Kanye West, lo encuentra “re Los Problems”.
“Todos los discos de Los Problems son distintos entre sí. Todos terminan... Todos desembocan en la intensidad”, dice. “Nosotros mostramos la carne, siempre, y mientras haga eso, es un disco nuestro. La clave de un disco de Los Problems es no caretearla nunca, nunca preguntar si estoy saliendo lindo en la foto. Nosotros no hacemos música para festejarnos. Hacemos otra cosa”.
Eso, la comprensión de esa “otra cosa”, fue lo que lo unió tan fácilmente con el argentino Alejandro Vázquez, que produjo el disco junto con Sebastián Teysera de La Vela Puerca, quien además está como invitado en la preciosa “Hijos del mar”.
“A Ale me lo trajo el Enano. Yo ya sabía que quería hacer un disco con un productor, y además es el primer disco que hice desde que nació Nina, por lo tanto no iba a tener las 300 horas de mezcla que le dediqué a Hambre. Necesitaba a alguien en quien pudiera delegar. Pensé en otras personas y el Enano, que acababa de grabar Discopático con él, me dijo: ‘Tengo el productor para vos’. Y yo lo ignoré redondamente”, confiesa. Tabárez fue por otro productor argentino, uno “importante”, que llegó a venir a Montevideo y con el que nada fluyó. Después le mostró las canciones al músico Mariano Gallardo Pahlen, creyó que este camino iba a ser con él, pero Mariano se fue de viaje y, otra vez, todo en cero. Entonces el Enano insistió.
“Me enamoré de él en los primeros tres minutos de conversación, en el primer abrazo”, dice Tabárez sobre aquel encuentro inicial en Buenos Aires, y cuenta la anécdota más imposible detrás de Plata.
“Ale me citó en un bodegón que queda a dos cuadras de su estudio, y llegamos y estaba lleno de gente. Resultó que era el último día de ese lugar que llevaba 30 años en el barrio, entonces había una emoción muy especial en el aire. La gente empezó a cantar ‘El Tokio no se va’, los mozos lloraban, había un libro donde la gente iba a escribir cosas. Nos pusimos a hablar del disco muy emocionados y en un momento empiezo a hablar de ‘Las palomas’ y le digo, ‘mirá, esta canción está basada en el arca de Noé', le empiezo a explicar, él hacía todo que sí y lo estaba conmoviendo, y en el momento en que le termino de contar y Ale dice: ‘Y ahí Dios manda la paloma’, entró una paloma por la ventana y se paró en una silla vacía al lado de nosotros. No hubo más que explicar”.
Para Eté, trabajar con Vázquez fue tan trascendental desde lo artístico y humano que ya no se imagina haciendo discos sin él. “Cuando surgió la enfermedad de mis cuerdas vocales, hizo un trabajo humano definitivo en protegerme, darme aliento y contenerme. Fue muy, muy difícil, y él generó un ambiente en el que él y todo el equipo me abrigaron”.
Quizás por eso, también, el disco del mar es un disco de amor. Porque sus canciones cruzan el tiempo y cuentan sobre el amor de pareja y el amor a los amigos (“Hijos del mar”), el amor familiar (“La espuma”), el amor “que trasciende la dopamina” y es, dice, “la construcción de algo imposible”. Tan imposible como contar el mar, como que una paloma cruce una ventana y se pose en una silla justo cuando es evocada, como dejar de hablar y de cantar cuando se acaba de lanzar un disco, como creer en la utopía de las canciones.