ENTREVISTA
El músico argentino vuelve a Montevideo para presentar su disco "Pitada" en La Trastienda. Antes, conversó con El País sobre su presente e Ilkya Kuryaki
Lo que empezó como una ida al campo a tocar con amigos, terminó por convertirse en uno de los discos más entrañables de 2021. En Pitada, el cantante argentino Emmanuel Horvilleur repasa lo fundamental de su repertorio solista, en clave de álbum visual filmado fundamentalmente al aire libre, con una sonoridad acústica y con algunos invitados especiales.
Es difícil imaginarse una forma más acertada de poner en perspectiva la obra de un músico de avanzada que siempre ha ido por los caminos de la sensualidad, la elegancia y una combinación de pop, electrónica y raíces de la música negra. Acá se despoja de todo para que emerjan, protagónicas, las bellas composiciones.
Con Pitada, Horvilleur se presentará este jueves en La Trastienda (entradas a la venta en Abitab). Será su primer show solista en Montevideo en tanto tiempo que la cuenta se ha perdido; lo último que hizo por acá fue una participación, en 2019, en el especial de Martes on Fire que organizó Francisco Fattoruso en Inmigrantes.
Sobre este disco, su momento y el presente de su banda Illya Kuryaki, Horvilleur conversó con El País.
—A nivel personal, ¿qué sentís que te dio Pitada como proceso? Porque hay algo de ir para adentro, al rescate de las versiones originales, de estar contigo mismo…
—Encontré eso. Creo que Pitada tiene mucho de mí, es una cosa bastante sincera, honesta y directa de lo que soy yo como artista. Y no quiere decir que lo otro no esté bueno. Al contrario, me encanta salirme de mi melancolía y poder ser otro. Pero este tiempo no fue un tiempo fácil para nadie. El 2020 fue de estar guardados, de bucear para adentro, entonces lo que salió artísticamente fue el reflejo de esa introspección, de ese mirarse al espejo y decir: “bueno, veníamos a una velocidad crucero y de pronto tuvimos que parar y ver dónde estamos, qué onda la música, qué onda la vida, qué onda todo”. Eso se tradujo en Pitada, y lo que me gustó es que fue bien recibido. La gente lo encontró como algo bastante sanador, terapéutico, sin volcarme a la autoayuda porque no me interesa.
—Hace poco, en distintas entrevistas, Barbi Recanati y Loli Molina hablaban de sus discos de 2020, y opinaban que si no hubiese habido una pandemia, quizás el público no conectaba tanto como conectó con su música. Pero tu álbum apareció para aportar justo lo que se necesitaba el año pasado: calidez, aire libre.
—Totalmente, y a mí me pasaba que fue un momento donde yo no tenía intenciones de irme a un estudio, encerrado. Para nosotros como músicos, esto fue lo primero que hicimos en muchos meses, y era un buen momento para estar crudos. Yo buscaba eso en la música también; escuchaba jazz, música brasileña, cosas que me hagan bien en esos días duros. Ponías el noticiero y era todo un recuento de muertos, no era lindo. Entonces el refugio de la música, el arte, las buenas pelis, hablar con amigos, tomarse una copa de vino… Abusamos un poco de eso, pero bueno (se ríe). Después, en el primer show que hicimos, en el Coliseo, en un momento la gente empezó a gritar, como en una especie de exorcismo, y yo dejé que griten porque sentí que era una catarsis del encierro. Y fue muy emocionante, porque el lado negativo de uno puede llegar a pensar: ya fue, no toco más, no va a haber shows en vivo nunca más. Lo he pensado en esos días de darkedad. Nadie salió exento de esto.
—El primer comentario que aparece en el video de Pitada en YouTube dice: “Prejuzgué años flashando que era música de chetos, ahora soy vieja y no me importa nada”. ¿Hay algo que termina convirtiendo a este trabajo en una retrospectiva y revalorización de tu obra? ¿Lo sentís así?
—Lo recibí, esa sensación la recibí. A mí me encanta que pase eso porque no fue hecho para nada con ese espíritu. No estaba en mis planes hacer esto. Fue más: ¿a ver cómo nos vibra tocar estas canciones? Y la verdad es que creo que hubo magia, esa magia que se da cuando el arte encastra. Pasó algo así con Pitada.
—¿Podés compararlo a otro momento de tu trabajo, tu camino?
—-Hay momentos en la vida en que uno hace cosas sin pensar demasiado. Cuando hice “Abarajame” con Dante (Spinetta), no fue de manera muy consciente. Yo estaba en Uruguay, en el camping antes del Puente de la Barra, con un amigo de mi mamá que es artesano. Yo estaba en una carpita chiquita, me llevé mi cuaderno y empecé a escribir una especie de alter ego. “Mi nombre es Culero Connor, soy cruza de potrillo y de perra. Cuando camino por las calles de mi barrio hago saber que mi ser es un calvario”, no sé. “Para pasar pa’l otro lado de las serpientes”, me imaginaba al puente ese, ¿viste? (Se ríe) Y cuando llegué, Dante había hecho lo mismo. Había escrito desde un alter ego, y teníamos esa frase que decíamos, jodiendo, “abarajame la bañera”. Entonces obviamente que después uno le pone un montón de trabajo, pero el nacimiento de algunas cosas no es tan pensado.
—Ya que hablás de Kuryaki, hace poco subiste una foto a Instagram junto con Dante Spinetta que, como todo lo que pasa en las redes, genera rumores y especulaciones. ¿En qué están?
—Vamos a hacer un documental, esa sería la noticia. Así que nos estamos empezando a juntar para ver por dónde vamos. Contaremos un poco la historia de esa banda que arrancó en los 90 y tuvo dos etapas, y que arrancó la cosa de la música urbana o mestiza mezclada. Yo estoy contento, me parece que es un buen momento para dejar documentado todo eso.
—En 2019 me dijiste que fantaseabas con hacer una trilogía de Xavier, el disco que acababas de lanzar. Después vino la pandemia, ¿pero qué pasó con esa idea? ¿Vive?
—Vive en mí, pero no sé si el próximo disco va a ser parte de eso. Si te digo que me la desestimaron un poco (se ríe), que me quisieron convencer de que no… Pero no sé. Ya estoy trabajando en un próximo disco y no creo que ese se llame Xavier II, pero en algún momento puede ser que vea la luz. Capaz que con tres canciones.
—Pero todo se conecta. Xavier estaba marcado por el encuentro con tu padre biológico, y en Pitada está el encuentro con todos los que has sido musicalmente. No está tan lejos...
—Sí, no está tan lejos de eso. Mi ser solista es uno, por eso a veces me gusta ser un Illya Kuryaki: me pongo el traje de Kuryaki y me salgo un poco de mí. Cuando estoy solo soy yo con mis cosas, mis mambos, mi poesía, aparece esa cosa más romántica, soulera, de canción, que seguro en un próximo disco profundice. Aunque estoy buscando en muchas direcciones. Estoy un poco loco con el disco que viene: abrí muchas ventanas.
—¿Y qué hay en esas ventanas?
—Aparecen muchas caritas. Muchos músicos.