Una de las primeras canciones que aprendió a tocar en la guitarra, cuando tenía 11 años, fue “Cigarrito” de Victor Jara. La presencia del popular cantautor, así como la de Violeta Parra, los Inti Illimani y el grupo Ortiga —con quienes llegó a compartir cuando emigró a Europa a los 19 años— marcaron su formación musical. Hoy, casi tres décadas después de incorporar aquellos primeros acordes, si mira hacia atrás Nano Stern —cantante, poeta, multiinstrumentista y dueño de una de las voces centrales del nuevo cancionero chileno—, ve un camino de dedicación a la música, de aprendizaje y de crecimiento gradual plasmado en sus siete materiales discográficos. El más reciente, Nano Stern canta a Víctor Jara, es el que promoverá su reencuentro con Uruguay, tras cinco años sin traer sus canciones por aquí. Lo presenta mañana en la Sala Zitarrosa y quedan entradas a la venta en Tickantel.
Se trata de un homenaje que reivindica la vida, obra y sensibilidad del cantante que fue detenido, torturado y asesinado, hace 50 años, el 16 de setiembre de 1973, en el marco del Golpe de Estado de Augusto Pinochet. Stern toma el canto de Jara y, tal como el hombre simple de la sonrisa sincera y del canto valiente anticipó en “Manifiesto”, lo hace canción nueva. Está compuesto de 12 temas y trae canciones como “Te recuerdo Amanda”, “Paloma quiero contarte” y “Luchín”.
Este mes, Stern también debutó como director y estrenó el documental En septiembre canta el gallo. Música chilena en tiempos de revolución, que rescata la historia del movimiento de la Nueva Canción Chilena. Mientras charla con El País, se prepara para un concierto con entradas agotadas a beneficio de la Fundación Víctor Jara, que estará enmarcado en la fecha del asesinato del cantante. De todo eso, esta charla vía Zoom.
—En un aniversario de 50 años y, en general en fechas redondas, surgen situaciones de oportunismo en la política y hasta en las artes. Acá, nada más alejado a eso: se nota lo genuino en este trabajo y en cómo lo venís presentando. ¿Cómo fue el proceso de decidir hacer este disco y el realizarlo?
—Es una cosa que yo me he preguntado mucho y muy seriamente, y creo que al final del día es una pregunta que solo puede responderse uno a sí mismo en la intimidad. Llega un punto en los conciertos de este disco, siempre al final, cuando canto “Manifiesto”, que es una canción personal que él escribió enfrentándose a la muerte, que a mí me daba por cuestionarme: ¿cuál es mi lugar en esto?, ¿por qué estoy aquí?, ¿cuál es el sentido de lo que estamos haciendo? Y me estremecía. Pero también es un momento de una bajada a tierra muy fuerte. Víctor Jara es parte del aire en Chile, siempre estuvo presente para mí, pero ahora, por el contexto, decidí hacer un disco abordando su obra más profunda. Es un momento en que se vuelve muy urgente revisitar esta memoria, recitar estas canciones y no solamente por un acto de nostalgia o de reivindicación de un pasado, sino también porque vivimos un contexto en que se vuelven a vivir ciertas situaciones en el ámbito político que huelen peligrosamente a fascismo, y eso hay que llamarlo por su nombre. Lo que pasó con Víctor Jara es un ejemplo de los peligros de ese tipo de discurso. Este disco es volver a decir: aquí están las canciones de Víctor, aquí está su sensibilidad, su belleza, su poesía, su manera de tocar la guitarra tan particular. Busqué hacerlo desde un lugar austero, porque los homenajes tienden a ser tan grandilocuentes que a veces pierden de vista el espíritu original, por eso mismo quise hacerlo solamente con guitarra y voz y desde un lugar de sencillez.
—¿Cómo lograste encontrar el equilibrio entre respetar lo que es la obra de Víctor y ponerte a ti y tu musicalidad en estas canciones?
—Hice el ejercicio de volver a escuchar todos sus discos en orden, uno por uno, varias veces, para aprender a tocarlas lo más parecido posible y fueron muchas horas de buscar el detalle. Algunas quedaron en versiones bastante cercanas y hay otras en que me permití poner un lenguaje guitarrístico que es más contemporáneo. Me enfrenté a una situación que fue muy desafiante y muy entretenida para mí como músico; fue un proceso de mucho disfrute, de establecer una conexión profunda con estas canciones y sentirlas, entendiendo que no son mías, por supuesto, pero las siento muy propias, estoy cantando algo que me sale muy adentro y que tiene que ver por supuesto con nuestra historia.
—¿Qué rescatás más de la experiencia de haber dirigido una película por primera vez?
—Trabajé en conjunto con Luis Briceño, un amigo que tenía mucha más experiencia en el mundo de audiovisual, entonces teníamos roles bastante definidos. Yo no me metí tanto en la parte de la factura audiovisual, pero sin embargo todas las decisiones fueron discutidas y compartidas. Aprendí muchísimo a cómo contar la historia, cómo plantear las entrevistas, porque fui yo quien llevó las conversaciones. Me senté con 20 personas, que hoy día tienen 80 años, que fueron protagonistas de aquel momento. Tuve el privilegio tremendo de, a raíz de este trabajo, que fue en paralelo con el disco, reunirme con quienes trabajaban y grababan los discos con Víctor Jara, los músicos que lo acompañaban. Entonces en determinados momentos, cuando recordaban “es que cuando estábamos con Víctor en mi casa tomando un café, me mostró esta canción”, para mí era completamente delirante que compartieran estas anécdotas y vivir ese proceso. Por otro lado, siempre se habla de este tema desde un lugar tan lúgubre, de la derrota y del martirio, y creo que hicimos un aporte a una memoria alegre y esperanzadora.
—El disco ya lo presentaste en varios lugares de América Latina y también en Europa. ¿Qué cosas fueron pasando en estos encuentros, cómo lo recibe la gente?
—Hay un cariño muy grande que tiene que ver con Víctor Jara y con lo que significan sus canciones, su figura. En el camino me aparecieron muchas personas que compartieron con él y eso es muy sobrecogedor. Te cuento una anécdota. Hay una canción que se llama “Luchín”, que habla de un niño, y es una historia real. Víctor Jara en un trabajo voluntario que él hacía se encontró un niño cuyos padres tenían problemas de alcoholismo y lo tenían en muy malas condiciones y él lo adoptó, se lo llevó a vivir en su casa y fue un hijo adoptivo hasta el golpe de Estado. Después a Víctor lo mataron, Johan se fue a Inglaterra con las hijas y este niño se quedó con la familia de un abogado. Hoy es un caballero de 58 años, que también es abogado y se dedica justamente a la Defensoría de la Niñez. Y un día, antes de que yo supiera todo esto, me llega un mensaje en Instagram: “Hola, Nano, soy Luchín”. Y era él quien me estaba escribiendo para decirme que había escuchado el disco, que le había emocionado mucho. Ahora nos escribimos, lo invito a los toques. Y, más allá de lo anecdótico, lo que implica eso es que estas canciones están vivas, literalmente, son nuestra historia, nuestros lugares. Hace poquito tuve la oportunidad de tocar con la guitarra de Víctor Jara y fue muy emocionante. Es decir: está mucho más cerca de lo que nos hacen ver y, por lo tanto, creo que la responsabilidad también es grande.