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Fernando Samalea: su trabajo con Gustavo Cerati y Charly García, su relación con Uruguay y su próximo libro

El baterista y bandoneonista argentino visitará mañana el estudio Wannaclap para ofrecer una de sus "Charlas informales", y en la previa repasó varios momentos clave de su carrera.

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Fernando Samalea.
Foto: Nora Lezano.

El currículum del baterista y bandoneonista argentino Fernando Samalea es admirable: tocó con todos. Grabó en diez discos de Charly García y en dos de Gustavo Cerati. Fue parte de la banda con la que Joaquín Sabina registró 19 días y 500 noches, y le imprimió su sello a dos clásicos de Illya Kuryaki & The Valderramas: Chaco y Ninja virtual. Fue parte de los grupos Clap y Fricción, publicó once discos como solista, ya editó tres libros en los que repasa lo mejor de su carrera y está a punto de lanzar el cuarto tomo.

Samalea, además, tiene un largo idilio con Uruguay. Según le narra a El País a través de un intercambio vía mail, desembarcó en los primeros ochenta cuando tocaba en la boite del vapor de la carrera que hacía el recorrido nocturno entre Buenos Aires y Montevideo. “Mi ‘hogar’ —escribe— era el camarote del barco amarrado en el puerto, así que caminaba la Ciudad Vieja marginal y fascinante de marineros de todos lados, buscavidas y night-clubs returbios. Me sentía en una película de Fassbinder o una novela de Enrique Medina”.

De aquella experiencia adolescente aún recuerda sus paseos por Pocitos, el Parque Rodó y la Plaza Independencia escuchando discos como Mateo y Trasante y Radeces en su walkman. “También me iba al Sorocabana o al Bar Asturias y me daba manija con libros de Onetti, Galeano e Idea Vilariño”, añade. Años después, pasaría por unos cuantos escenarios montevideanos. Estuvo, por ejemplo, en el show del Palacio Peñarol con el que Charly García presentó Parte de la religión, en 1999 acompañó a Sabina en su paso por el Velódromo y, en ese mismo lugar pero diez años más tarde, se presentó junto a Cerati en el que sería el último concierto del exlíder de Soda Stereo en Uruguay.

Mañana, Samalea estará de regreso en Montevideo. Sin embargo, la experiencia será diferente. A las 18.00, el artista visitará el estudio Wannaclap (Av. Bolivia 1429) para presentar una de sus Charlas informales, la propuesta con la que ya recorrió varias ciudades argentinas y que, según explica, se tratará “simplemente charlar en ronda con quienes deseen venir;abrimos el abanico para lo que surja con el arte de la palabra. A lo criollo, cero solemne”.

La entrada será libre —se recomenda llegar con antelación— y también participarán los músicos Dinamita Pereda y Michelle Bliman, y el creador de Loog Guitars, Rafael Atijas. Luego habrá una jam. “Aprendo muchísimo de los pibes y pibas”, dice sobre el público del ciclo. “Suelen consultar sobre grabaciones o shows de artistas emblemáticos, pero también se dan ramificaciones delirantes sobre lo que sea”.

En la previa, va esta entrevista con Samalea, que responde las preguntas de El País desde su "refugio" porteño en Villa Ortuzar al que llama "El Barco". La escena es la siguiente: "Hay olor a salamandra, luces tenues, pisos y techos de madera, paredes blancas, cuadros con fotos de Yes, Patti Smith y Charly veinteañero tocando un contrabajo, póster de Suspiria de Darío Argento, instrumentos, libros y discos. Por mística, ahora puse en la bandeja Magic Time de Opa, el mismo ejemplar que compré a mis 17 en una disquería de la 18 de Julio y que conservo como un tesoro".

—¿Qué recordás de aquel show de 1987 con el que Charly presentó Parte de la religión en Montevideo?

—La actuación de Charly fue surrealista, bien de su firma. Quizá con una copita de más, se mostró como un colegial travieso de genialidad intacta. Veníamos embalados por el comienzo de la gira, aunque el sonido del Palacio Peñarol no ayudó y nos sentíamos tocando dentro de una caverna. Recuerdo secuencias divertidísimas, como cuando Charly advirtió cierta estética hippie en algunos de los presentes, no acorde a esos modernos ochentas, y bromeó por el micrófono: “¡Basta de barbas!”.

—Ya que te mencioné a ese álbum, ¿en qué pensás cuando te reencontrás con esas canciones?

—Nunca dejaré de ser público, aunque me toque ser partícipe cada tanto. Sigo sintiendo mucha gratitud por semejantes oportunidades en la vida. Por entonces, Charly me llevó a los Electric Studios de esa Nueva York alocadísima y multicolor. Me acuerdo de los demos hogareños previos en su apartamento de la avenida Coronel Díaz: ambos en una habitación, de madrugada, él con sus teclados, guitarras y el piano CP-70, yo programando la batería eléctrica. Vi nacer desde la primera fila “El karma de vivir al sur”, “Símbolo de paz” (¡que en principio era una balada!), “Parte de la religión”, “No voy en tren”, “Adela en el carrusel” y varias más, a veces mientras iba amaneciendo.

—Grabaste en La lógica del escorpión, su próximo disco. ¿Qué podés contar de esas sesiones?

—Seguir ligado a Charly desde hace añares es una emoción tras otra. Es mi artista favorito, del que aprendí y aprendo segundo a segundo. Su nuevo disco es magistral y lamento que aún no se haya editado, no sé realmente por qué. El pibe ingeniero Matías Sznaider fue clave a la hora de ordenar y registrar esa suerte de collage que García tenía en mente. En lo personal, pude grabar algunas baterías, dentro del clima surreal imaginable.

—Cuando escucho “Crimen”, de Gustavo Cerati, siempre me emociona tu trabajo con el bandoneón. ¿Cómo creaste ese arreglo?

—En una de las sesiones de Ahí vamos” al despedirnos, Gustavo me sugirió que llevase el fueye al estudio. Ya habíamos grabado varias baterías, así como mis percusiones raras, el glockenspiel y demás chirimbolos. Todo se iba dando en plan amistoso y con muchas sonrisas de por medio. Al día siguiente preparé un boceto, sin partitura ni nada y, mientras ellos grababan otras cosas, me metí a estudiarlo en el garage de adelante, auriculares mediante. Pautamos evitar los giros del tango y usarlo más como si fuese un órgano o cello. Luego entré al control y ahí mismo le buscamos la vuelta un rato más, para dar con lo que finalmente toqué dentro de la sala ante los micrófonos: algo sutil, medio cine negro, cercano por azar a la estética del videoclip que se rodó posteriormente. Quedaron esos fraseos sombríos, cierta armonía melancólica y el exhalar mismo del bandoneón.

—Tu vínculo con la música uruguaya viene desde hace años. Recuerdo que en 2022, por ejemplo, estuviste en Francia grabando 15 canciones para el nuevo disco de Carlos “Pájaro” Canzani. Si mal no recuerdo, Michelle también fue parte del proyecto. ¿Cómo recordás ese encuentro y cómo surge tu relación con Canzani?

Pájaro es un amigazo que admiro muchísimo. Pasamos el verano europeo 2022 en Francia con Michelle Bliman y pudimos grabar bastante con él en su nuevo estudio de Fontainebleau, además de realzar nuestra amistad. Su generosidad es infinita, es el mejor anfitrión. Lo conocí hace más de dos décadas y hasta me hizo grabar con Lágrima Ríos y tocar con el franco-camerunés Patrick Bebey u otros uruguayos geniales: el Nego Haedo, Nacho Mateu o Gustavo Montemurro. Canzani es hijo espiritual del tropicalismo y el hippismo sudamericano, post El Kinto, Tótem, Mateo o Psiglo. Incluso escribió la canción “Todos goleando” para la Copa América 1995. ¡Tiene su fotografía con Enzo Francescoli enmarcada en el living!

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Fernando Samalea y Gustavo Cerati.
Foto: Gentileza Fernando Samalea

—En el libro Mientras otros duermen narrás tu encuentro con Jorge Drexler en la época del disco Sea, a quien luego acompañaste en varios recitales. ¿Cómo fueron esos shows?

—Nos hicimos amigos no bien instalarme en Madrid en 1998. Lo visité seguido en su casa familiar de El Escorial y pasamos tiempos amenos. Jorge tenía un grupazo bien afianzado con Luciano Supervielle y los hermanos San Martín en bajo y batería, pero un día me llamó (yo lo atendí metido en la bañadera de mi casa en Malasaña) y me propuso sumarme a su banda como percusionista y bandoneonista. Duró poquito, pero fue maravilloso para mí. Giramos por Cataluña y el país Vasco, además del concierto en la Plaza Mayor madrileña que jamás olvidaré. Me gustan sus canciones y fue un alegrón verlo alcanzar tanta repercusión popular.

—Este año publicaste el vinilo Instrumentales 1999-2010, que cuenta con las participaciones de artistas como García, Cerati, Tony Levin, Luciano Supervielle y Alejandro Terán. ¿Cómo surgió la idea de recopilar este material?

—Quería intentar rescatar lo “mejorcito” de los once álbumes que publiqué a lo largo del tiempo. Hablé con la gente de RGS y enseguida me dieron su apoyo. Fue divino reencontrarme con esas grabaciones que había hecho a pura ilusión en mi país o en Italia, Francia, España, Marruecos, Estados Unidos y Brasil, al estilo nómade. Me vinieron mil recuerdos y disfruté otra vez del aporte de tantos músicos amigos, que embellecieron todo con generosidad. El ingeniero Nelson Pombal hizo una restauración magnífica, Nora Lezano me dio la foto de tapa y Renata Schussheim puso el arte. Aditamento de lujo, que le dicen. Sigo pellizcándome, temiendo estar soñando.

—En una entrevista con La Voz revelaste que estás por publicar un nuevo libro que continuará a Nunca es demasiado. ¿Qué podés adelantar de ese proyecto?

—La vida continúa y me resulta sanador plasmarla en palabras. Es ejercitar un poquito la mente mecánica, para que bajen las experiencias pasadas. Ya estoy a full con el cuarto volumen, que narrará desde 2017 a la actualidad. Resulta algo extraño y gracioso vivir los hechos sabiendo que se convertirán en páginas de un libro, o incluso fantasear con vivencias posibles. Por eso se va a llamar Viviendo el futuro y, nuevamente, tendrá prólogo y visto bueno de mi adorado escritor colombiano Sandro Romero Rey. Va a incluir desde el cumpleaños 70 de Charly con Fito Páez, parte de GIT y Los Enfermeros, giras del francés Benjamín Biolay y el Guitar Craft de Steve Ball en Seattle a shows con Leo García, Viejas Locas, La Portuaria, Dante Spinetta, Daniel Melingo y Suéter, así como incursiones con nuevos artistas, aventuras con Michelle, Bandalos Chinos, Alex Anwandter o cuando con la Orquesta Hypnofón de Terán acompañamos a Ca7riel, Paco Amoroso, Taichu, Chita, Benito, Marilina Bertoldi, Neo Pistea, Blair o Zoe Gotusso. Son tantas andanzas que ya me aburro de mí mismo…

—La trilogía de libros formada por Qué es un Long Play, Mientras otros duermen y Nunca es demasiado refleja tu experiencia tocando y grabando junto a grandes figuras musicales. ¿Qué aprendiste de tu personalidad y de tu trabajo como artista durante el proceso de repasar tu historia? ¿Por qué creés que te han tenido en cuenta para ser parte de discos esenciales?

—Quizá han ayudado la suerte, algún berretín astrológico o se tratará de destino y de ganas de estar, del empuje o la paciencia que requieren algunos momentos. Como sea, espero que pasen muchas más cosas, entusiasmo hay de sobra.

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