Entrevista
Antes de presentar su nuevo disco en Montevideo, el argentino conversó con El País
La última vez que estuvo en el Teatro de Verano, dijo que se sentía en condiciones de decir que Montevideo también era él, y más de 4.000 personas se lo reconocieron con un aplauso cerrado. Hay algo de amor en la historia de Fito Páez y los uruguayos, o más bien los montevideanos, que se percibe en el público que lo sigue y lo va a ver cada vez que viene —que son muchas, y generalmente en distintos formatos—, y en sus proclamas desde el escenario. Y es cierto que viniendo de un rockero o una estrella de fama internacional, uno podría pensar que sus elogios son parte de un discurso que repite en cada ciudad que va. Pero el rosarino habla de Montevideo (más que de Uruguay) con un sentimiento y una mirada nostálgica que hacen que creerle sea bastante fácil.
Tal vez hay algo de Montevideo, por qué no, en La ciudad liberada, este nuevo disco que es el mejor que ha hecho en unos cuantos años, y que viene a presentar el viernes próximo, a las 21.00 en el Teatro de Verano. Quedan entradas en venta en Red UTS desde 970 pesos.
Fito Páez contesta las preguntas de El País con una serie de audios de Whatsapp, grabados una mañana temprano después de una gira por suelo mexicano. Dice que se siente un “espectador privilegiado” de la última parte de la música popular americana, de la que también es parte como protagonista, y que la falsa humildad le cae mal. “Por eso, lo que voy a decir no tiene nada de falsa humildad. Siento que he sido espectador de artistas inconmensurables en América. Y son muchos, en muchos países. He tenido la suerte de que ellos me hayan dejado entrar a su casa a ver cómo hacían su música; he tenido la suerte de ser un eslabón que pudo mirar, para atrás y para adelante. Y el presente, por supuesto”, reflexiona el rosarino.
—Muchos han dicho que La ciudad liberada es su mejor disco en mucho tiempo. ¿Eso es injusto o es verdad?
—Yo creo que si nos vamos a guiar por lo que dicen muchos, deberíamos revisar el colapso mundial en este momento. Creo que es un álbum precioso, y estoy seguro de que lo amo como a todos mis álbumes, porque fueron hechos con amor y pasión.
—La ciudad liberada comienza con un saludo al sol y termina con un “se terminó” . Y eso me llevó a pensar el disco como uno conceptual, del tipo “Un día en la vida de Fito Páez”. ¿Hay algo de eso?
—No fue pensado desde lo conceptual. Simplemente que cuando vas trabajando un álbum aparecen un montón de ideas, y es inevitable que si había un “Aleluya”, pensar que “Se terminó” podía ser un falso final, que lo es. Por otro lado, es imposible escapar de la naturaleza pisciana; uno es presa de su signo también, y todas estas cosas están escritas en las estrellas. Entonces en todo caso, más que pelearse con eso, lo dejo fluir, y evidentemente entre el comienzo y el final se crea una suerte de concepto, volátil y efímero, que tiene en el medio todos esos colores, que están entre el canto de jubileo del “Aleluya” y la ironía de “Se terminó”.
—“Se terminó”, además, podría referir al fin de una era del mundo y de la Argentina, como cuando dice “no se asuste señora de la cacerola, se le terminó”. ¿Cree que el fin de los gobierno kirchneristas es el fin de un tiempo?
—No pensaría la respuesta en una coyuntura tan específica. Me parece que el mundo está viviendo un movimiento total, hacia situaciones políticamente muy conservadoras, entonces me parece que algo de eso percibí en el aire, y está en las canciones. Y hay un cierto clima apocalíptico en algunos momentos, desde la mirada más popular te diría, o popera. Me imagino las imágenes del nuevo mundo como unas imágenes de Luis Alberto (Spinetta), el tipo tomando el sol en la terraza, en chancletas, con las patas en la palangana, y de pronto ve elefantes, el cielo se pone violeta y todo explota. Hay algo de eso que puede llegar a suceder. Esta semana se encontraron el presidente de Corea del Norte y el de China, y hablaron de esto. Creo que estamos en un tiempo de cambios profundos; ya no sabemos quién gobierna, si los medios o los partidos políticos. Es un momento complejo y a la vez muy estimulante para vivir, pensar y actuar.
—Desde que su primer disco se llamó “Del 63”, usted dejó claro que lo suyo iba por lo personal, como si ya desde ahí estuviera ofreciendo su corazón en su música. ¿No siente que alguna vez se expuso de más en sus canciones?
—Yo siento que no podría hacer nada si no pusiera mi experiencia en juego. Por supuesto que uno dentro de la ficción puede jugar a cualquier cosa, incluso en la vida de uno. No encuentro nada de malo en exponerlo. Puede que haya una pléyade de pudorosos a los que les parezca cursi mostrarse o exhibirse, pero en todo caso cada uno tiene sus formas, sus artistas, y muchos de mis artistas favoritos contaron sus experiencias. Lo que tampoco me exime o me prohíbe jugar a la ficción, y enrevesar la ficción con la realidad. Es totalmente lícito; y para las crónica y la noticia, existe el periodismo.
—Aunque menciona a la violencia de género, “Aleluya al sol” es una canción llena de alegría, lo que me hace pensar en otro disco que uno recuerda alegre porque empieza gritando “Yo te amo”. Pero también veo discos enojados. ¿Este es un disco que refleja un buen momento personal?
—La mejor respuesta para esta pregunta me la dijo mi amiga Lucrecia Martel por teléfono, hace un mes. Me llamó y me dijo: “Chango, hiciste un disco alegre en un momento triste del mundo”. Con una sencillez apabullante. Y creo que tiene algo de eso. Yo estoy en un buen momento con la familia, los hijos, mis amigos; un momento de plenitud y de mucha creatividad, y por otro lado estoy viviendo esa circunstancia en un mundo que arde. Entonces es difícil ser totalmente feliz en un mundo donde la mayoría no lo es. Y es inevitable que se cuelen los dos mundos adentro de La ciudad liberada.
—Con cada nueva relación que se le conoce, los periodistas perezosos hablamos de la nueva musa de Páez. ¿Existe eso de la musa, sus mujeres lo han sido para usted?
—Vamos por la definición de musa, primero. Divinidad de la mitología griega, hija de Apolo, que protegía determinada ciencia o arte. Y la otra es: inspiración que siente el artista y que estimula o favorece la creación o composición de obras de arte. En este caso, la segunda es mucho más parecida a la vida real; hay personas que estimulan, favorecen la labor artística. En mi caso han sido generalmente mujeres, pero también han habido hombres que me han inspirado muchísimo, artistas de todos los tiempos. En el caso de las mujeres, también grandes poetas, cineastas o pintoras, y las mujeres más ligadas a mi vida: mi madre, mis abuelas, mis novias, las mujeres con las que he compartido tiempo, amor, fracasos y alegrías. Siempre esas miradas son estimulantes porque han sido miradas inteligentes y sensibles, ¿entonces cómo no va a estimular eso una obra?
—Uno se lo imagina, de niño en Rosario soñando con ser una estrella de rock y, vamos, lo consiguió. ¿La vida de la estrella de rock se parecía a lo que imaginaba?
—Yo creo que la única estrella de rock que tenemos en Argentina es Charly García. En todo caso, habría que definir estrella de rock. Yo me siento un hijo de mi padre y de mi madre, nunca dejo de sentir eso. Cuando subo a un escenario desarrollo todas mis virtudes, y no tengo ese desdoblamiento de personalidad tipo Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En casa también soy así, hago cosas delirantes; intento incorporar todo, que la música y las artes sean una forma de vida en todos. Eso vive con las comidas, las idas a la escuela con tus hijos, la lectura, el amor, el sexo, los excesos. No diría que tengo una vida de estrella de rock ni mucho menos, y tengo que ganarme el pan todos los meses para llegar a fin de mes. A lo mejor me gustaría ser una estrella de rock un ratito; o a lo mejor lo he sido, y no sé si me gustó mucho en tal caso.
—Hablando de Rosario, ¿qué tiene esa ciudad con la música que ha dado tanto creador?
—Con Roberto Fontanarrosa, de quien era muy amigo, solíamos fantasear y pensábamos que Rosario no tiene paisaje, y antes de que llegara el socialismo estaba cerrado al río, era increíble. Una ciudad llena de mutuales de seguros, que no sabes por qué los rosarinos siempre quisimos asegurarnos de no sé qué cosa. Y hay tantos talentos de todos los tipos. También recuerdo que en la dictadura fue uno de los primeros lugares que salió a dar pelea a las salas, a tocar aunque estuviera prohibido. Amo mucho a mi ciudad.
—¿Cómo va a ser el show en Montevideo?
—Y el show de Montevideo no te lo voy a contar porque te voy a contar la gracia. Estoy un poco celoso, igual, porque están todos muy enamorados de David Byrne ahora, y va a ser difícil remontar ese concierto extraordinario, pero vamos a hacer todo lo posible para estar a la altura.
Uruguay, el lugar que le dio "El amor después del amor"
“Imaginate que una de las primeras veces que llego, Uruguay me regala El amor después del amor”, dice Fito Páez para tratar de explicar este amor suyo con Uruguay. “Así que eso implica un vínculo eterno. Porque que un cacho de cielo en el mundo te brinde la paz, la tranquilidad y la ferocidad para encarar un álbum de esta naturaleza, quiere decir que hay algo que te abraza más allá de las personas, o donde uno se siente cálido, para no ponernos tan místicos”.
“Vibra bien Uruguay”, dice el rosarino, que recuerda que lo primero que escuchó de música uruguaya fue el disco Magic Time de Opa, que lo marcó a fuego. Él tenía 15 o 16 años, y “era una revolución ver cómo toda esta trova loca fundía el candombe con instrumentos de última generación, las formas rítmicas utilizadas y el canto de Ruben, por supuesto”. Cuenta que poco después estaba en un boliche en Corrientes y Callao, y que Ruben Rada, que iba a tocar con La Banda, lo vio sólo y tan chico que se le acercó a charlar; una anécdota que, hasta ahora, le sigue generando ternura.