Flor Sakeo es la nueva sensación de la música uruguaya, y no quiere saber nada con ser una estrella de rock

En tres años revolucionó el under de Montevideo con una propuesta que no para de crecer. De cantar a los gritos en el Cerro y aprender de los Ramones a tener el proyecto más interesante del rock local de la actualidad, ¿quién es Flor Sakeo?

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Flor Sakeo
Flor Sakeo, cantante y guitarrista.
Foto: Darwin Borrelli / El País

Alfredo Zitarrosa sonando “a todo trapo” en el Cerro, justo cuando bajaba el sol. Ese es el primer recuerdo musical de Flor Sakeo: ese, y todas las horas que pasaba de niña en una casa azul, alta, vieja, fresca, de frente a un radiograbador, cantando a gritos sobre el repertorio de algún CD, sintiendo que su cuerpo y el aparato y las canciones eran toda una misma cosa desbordada, incontrolable. Ese es el origen: una fantasía infantil que de algún modo desembocó en la nueva sensación de la música uruguaya, una mujer que devora el escenario y no quiere ser una estrella de rock.

Flor Sakeo empezó a sacudir la escena como si fuera un mito urbano. En los últimos tres años, su nombre era una información que se compartía por lo bajo, un material preciado al que había que acceder como se accede a las cosas imposibles. El boca a boca la llevaba en forma de pregunta o de impostergable a un montón de gente. Descubrirla era como atravesar un camino de ida.

Le pasó al público, pero también a los artistas que rápido empezaron a llamarla, a quererla como número de apertura. Para junio de 2024, cuando abrió el recital en La Trastienda del Peyote Asesino, algo ocurrió; Peyote la habilitó a tocar dos temas más cuando el tiempo de su actuación ya había terminado y, al cierre, la convocó a tocar la guitarra en uno de sus himnos, en escenario compartido con Sebastián Teysera y Pablo Silvera. Fue un torbellino. Después, en los pasillos, en el hall, en la vereda, en los baños de la sala, todos hablaban de la flaquita de rulos y su troupe (su hermano Gastón Zacheo, su amigo de todas las horas Emmanuel Piotto, Nato Olivera, Matías Britos) que habían prendido fuego el espacio. Esa noche, antes de acostarse a dormir, más de uno habrá pensado en aquello de que el rock ya murió.

Tres días después del recital, en un café céntrico, Flor Sakeo habla y se ríe en simultáneo, como si todo se tratara de una misma cosa, y se pregunta una y otra vez qué pasó. Su último año ha sido tan vertiginoso que después de cada show tiene que hacer lo mismo: guardarse, protegerse, dedicarse a procesar. Cuando dice que no entiende nada, la niña Florencia que gritaba las canciones de Santana y DLG emerge desde algún lugar.

En 2023 tocó en algunos skateparks de Montevideo, en el Ducon, en Buenos Aires, en el Festival Nuevo Día, en Estación Margat, en Andrómeda, en Plaza Mateo, en Plaza del Entrevero, en la Sociedad Urbana Villa Dolores, en Parque de los Fogones, en La Trastienda antes que Trotsky Vengarán, y sacó su primer disco, Alba, una carta de presentación intensa, el resumen de un período lleno de dudas.

Porque antes de grabar sus canciones y poner a andar su propio proyecto, Flor Sakeo, cantante, guitarrista, tatuadora, fue una errante.

Del Cerro y el punk, el camino al nuevo rock de Flor Sakeo

Con siete años ya le pegaba a una batería. A los 14 tenía sus banditas de liceo. Cuando para sus 15 la familia le regaló plata, decidió gastarla en una guitarra: se compró un pack Behringer que venía con instrumento, amplificador y un póster con acordes. Sacó algunas melodías, las grabó en un MP4, tocó. Empezó a escribir sus propias canciones.

Un año después entró a la banda Hijas del Rigor. “Yo aprendí a hacer power chords, bien punky, y me cambió la vida. Fue como: yo con esto puedo hacer canciones. Eso me lo enseñaron los Ramones”, dice a El País, 14 años después. Define a sus primeros temas como un cruce entre algo punky destroy y un aire romanticón, y algunos vestigios inaudibles todavía circulan en internet.

Después hubo “millones” de proyectos que ni trascendieron la sala de ensayos, y una banda tributo a Joan Jett y Los Lunes, un grupo de punk frontal, de “patada fuerte y al pecho”. Pero al final siempre pasaba lo mismo: era divertido, pero no alcanzaba. A Florencia, había algo que nunca terminaba de pasarle. Un día Martin Napalm, de Los Lunes, le preguntó: ¿a vos realmente te gusta esto que estás haciendo?

Ese día Florencia Zacheo empezó a entender. Dejó Los Lunes. Estuvo al menos tres años sin tocar en vivo. Se hizo preguntas, se sintió perdida, tuvo culpa. Después vino la pandemia y creyó que iba a enloquecer. En algún momento averiguó cuánto salía grabar un disco y decidió hacerlo, aún cuando no tenía forma de pagarlo. Dos días después de haber dado el sí, el ropero antiguo que había puesto a la venta hacía un año fue comprado. Flor dice que cree en la magia (“Floricienta, Cris Morena, va todo para ahí”). También dice: “Todo esto que ha ido pasando después va totalmente linkeado con ese microcosmos”.

De la grabación de Alba, Flor recuerda esta imagen: ella, sentada en el piso, las piernas cruzadas, tocando versiones lavadas de sus temas, sintiéndose diminuta ante el ingeniero de sonido Mateo Flores y el productor artístico Santi KBM que intentaban alentarla. "¿A qué le tenía miedo en realidad? ¿Era vergüenza, miedo a no ser aceptada?", se pregunta.

"Obvio que había algo del ser mujer", admite después ella, que está haciendo un sonido y está ocupando un lugar (ser cantante y guitarra protagonista a la vez) que en la historia del rock uruguayo ha sido esencialmente masculino. "El hecho de ser mujer y hacer música y tener que estar constantemente dando explicaciones de por qué mierda hacés esto es... Macho, lo hago porque se me canta el forro de las tetas. Y de hecho me pasa ahora también, pero ahora tengo otra seguridad y un equipo atrás mío que confía en mi criterio y mi visión. Y así también me voy enfrentando a los demonios internos, porque va más allá de lo que la gente te diga; la gente te puede decir cualquier cosa, siempre, y vos tenés que estar entera para entender. Porque eso forma parte del crecimiento humano, y poder crecer haciendo lo que me gusta está linkeado directamente con la creatividad, con una posición política, con un montón de cosas que pueden llegar a generar un espacio un poquito mejor".

Escuchar a Flor Sakeo es atravesar un bosque espeso de referencias que ella misma reconoce (entre Madonna y Black Sabbath, prácticamente todo) y que tiene, en el centro, a una banda sueca que le cambió la vida, Graveyard, y a la que nadie hasta ahora le nombró. Es una experiencia tan climática como rabiosa que está permeada por la psicodelia, el fuzz y la tradición más clásica del rock. Y a la vez hay algo nuevo, algo que se parece al hambre, a la ferocidad, a una búsqueda que no tiene intención de frenar.

Flor Sakeo
Florencia Zacheo es Flor Sakeo, una de las artistas más interesantes de la música uruguaya de 2024.
Foto: Darwin Borrelli / El País

“Me ha pasado de estar tocando y mirar a la gente, ver que le gusta y que salta y decir: ¡esto no tiene sentido! Literal, ¿qué es esto, estar acá, en un escenario, con la gente ahí abajo saltando? ¿Qué sentido tiene? La vida al final es totalmente ridícula, y dentro de las posibilidades que tengo y la suerte que tengo, ¿cómo no me voy a gozar con esto? Y a su vez es como, ¿qué está pasando? Son todas son preguntas, que ni idea las respuestas. Capaz que el día que me muera voy a decir: ah, claro, era esto”.

Cuando mira al futuro, Flor Sakeo, que acaba de sacar un simple de ocho minutos, la magnética “Madre de la noche” que quizás sea su único material nuevo en 2024, no apunta a largo plazo. Dice: "En este momento estoy para darle bola a la música, que tanto la dejé de lado. Trabajé en un montón de cosas, y perdí el tiempo. ¿Cómo voy a seguir silenciándome de esa forma?".

¿No sueña, entonces, con ser una estrella de rock? La primera respuesta es una risa visceral, la misma que le suelta a sus amigos cuando le insinúan que ahora es "famosa". La que viene después es una reflexión: "A mí me da mucha gracia ese término porque me imagino una persona horrible. No sé. Yo quiero hacer música. Quiero morirme haciendo música. No sé dónde quiero vivir, no sé lo que quiero comer mañana, no sé nada, pero sé que quiero seguir haciendo música para seguir creciendo emocionalmente, y poder compartirlo. No es que solo yo crezco y se mueren todos; no. Es reimportante el momento de comunión con el resto de los seres humanos, porque creo que ahí está lo político. Ahí realmente hay un cambio".

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