El día en que compartió el disco por primera vez, en una preescucha exclusiva para colegas, amigos y compañeros de este viaje, Florencia Núñez sintió que se había quitado una mochila: Fe, el álbum en el que había trabajado en privado durante los últimos tres años y el reencuentro con su faceta de compositora, finalmente se volvía de los otros, se desprendía de ella para empezar a recorrer el mundo. Dejaba de ser un secreto, y en ese hacerse parte del resto había una luz a la que aferrarse.
En 2024, Florencia Núñez tuvo que sortear varios escollos, incluyendo una operación de rodilla que le demandó larga recuperación y un tiempo fuera de los escenarios. Nada tenía que ver con la temporada que se había proyectado, con los augurios con los que había llegado a este año nuevo. Sin buscarlo, Fe, un disco hecho de canciones que no responden exactamente a este momento de su vida y que vienen consigo desde hace algunos años, le recordó lo esencial. Ese es el “core”, dice, el núcleo duro del asunto: este es un trabajo para reencontrarse con aquello que de verdad importa, y eso es evidente desde que entra la algarabía de sobremesa dominguera de “Lo canté” y ella canta: “Creo que sí, creo que hay mucho que celebrar”.
“Es medio agarrarte de algo bueno”, dice ahora, en charla con El País, cuando piensa en si Fe se le resignificó de alguna forma. “Con Chiari (su novia) pensábamos: bueno, pongamos nuestras energías positivas en la salida del álbum, que eso nos va a alumbrar muchas cosas buenas como familia. Eso es lo que nos va a sacar adelante, nos va a transformar. Porque al final la música termina teniendo esa energía transformadora. Parece una pavada, pero no lo es. Y sabíamos que con todo lo que sufrimos este año, todo el laburo de años anteriores, todo lo que se tardó, la paciencia que tuvimos que tener y seguimos teniendo en muchos aspectos, cuando la gente se adueñara de la música íbamos a empezar a sentirnos mejor”. Después se ríe, descomprime un poco. No quiere ponerse mística, dice, pero cuando se comparte la música, algo se abre.
Esa noción de lo compartido cobrará un nuevo sentido mañana, cuando Núñez y su banda tocarán por primera vez desde que el disco salió a la luz. Será en la previa del show que No Te Va Gustar, que se ha convertido en parte de su familia musical (Fe fue grabado íntegramente en Elefante Blanco, los estudios de NTVG), dará en la Rambla de Punta Carretas; la rochense dice que la entusiasma especialmente ver qué pasa en vivo con estas canciones. Quedan las últimas entradas en Redtickets.
Es que la fuerza de lo colectivo está en la esencia misma de Fe, y se manifiesta por partida doble: a nivel explícito, por un trabajo de arreglos vocales y coros que le imprimen un sutil espíritu fogonero; y a un nivel menos evidente, en la forma en la que este proyecto ha sido llevado adelante.
“Somos muchos, ¿eh? Por ahí es la vez que somos más gente envuelta en algo del disco”, dice como si fuera algo que acabara de revelársele. Declara al menos tres grupos de WhatsApp (quizás cuatro) activos en simultáneo en lo que duró el armado de este disco; nombra a un montón de compinches que van desde su baterista y productor Guillermo Berta a Santiago "Pata" Miraglia, ahora director musical de la banda, pero que también contemplan a productores ejecutivos (Nicolás Fervenza, Lucía Montero), fotógrafo y bordadora (Brian Ojeda, Florencia Gómez de Salazar).
El salto iberoamericano de una artista rochense
De alguna forma, Fe opera como la versión “premium” de Palabra clásica, el disco de 2017 que la proyectó a nivel nacional con un notable salto de calidad en relación a su ópera prima Mesopotamia, y que la convirtió en la primera mujer en ganar el Graffiti a composición. Con una parada firme en cualquier campo, las nuevas canciones están listas para ir a defender un lugar en el mercado que quiera recibirlas: suenan a pop rock que tiene un perfil clásico y al mismo tiempo, una búsqueda moderna, y sin renegar de su identidad sudamericana, abrazan con entusiasmo la herencia española. Es fácil imaginar algunas de sus estrofas en la voz de un Joaquín Sabina acodado al mostrador.
Núñez reconoce el influjo español: escucha programas de Cadena Ser, mira series de Antena 3, es una confesa admiradora de Christina Rosenvinge y “Las vueltas”, la canción de Fe que canta con Jorge Drexler, nació de su obsesión por el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. Es a su “Lucía” a quien le está cantando.
Pero también es consciente de que Fe nace así, con este vuelo iberoamericano, porque es el capítulo que sucede a Porque todas las quiero cantar, el disco (y película) con el que honró a su Rocha natal a través de versiones frescas de algunos clásicos departamentales. De su mano y en su voz, “Contigo y en el palmar” se convirtió en un pequeño hit pop.
“Para mí este disco es como decir: bueno, ya demostramos que uno es quien es y que de donde es, es. Ahora, ¿qué queremos ser o a dónde queremos ir, cual es la dirección?”, se pregunta. “Para poder dar pasos en una dirección más grande, hay que tener los pies superenraizados. Yo siento que el disco no niega la raíz, al revés: la toma, y junto con ella están las cosas que a mí me motivan y me gustan, como la música de España”.
En un momento, Florencia Núñez dice que suele ir juntando gente que a priori no se vincula o incluso no se conoce, porque así es un poco como ve la vida, como un lugar donde todo se cruza, todo se mezcla, todo se une. Fe está empapado de esa postura: la oscuridad de “Traje de luces”, que dialoga indirectamente con la épica de Isabel Pantoja, se mezcla con la pionera de la música uruguaya Olga Pierri en el tributo velado de “Gracias, muchacha”, y en el medio baila el espectacular “Bolero principiante” que escribió para Laura Canoura y que produjo con Gustavo Guerrero, un venezolano radicado en México que trabajó en el proyecto folclórico Musas que le valió Grammy latinos a Natalia Lafourcade. Así, hay un sinfín de enlaces a rastrear entre arreglos de cuerda de Luciano Supervielle, el nacimiento de un sobrino, un decreto para la llegada de un buen amor.
Pero entre esas aguas, ¿la ambición qué es?, ¿qué tipo de fuerza ejerce en esta historia que, a todas luces, quiere crecer y conquistar nuevos territorios? “Yo siento que cada vez que hago un proceso de estos digo: ¡ay, nunca más! Porque soy insufrible para trabajar. Sigo escuchando las cosas hasta la remil vez, ‘hay algo acá’, ‘hay un ruidito que no estoy segura’. Soy muy, muy, muy detallista”, dice. “En ese sentido, ambiciono un producto excelente. Esa es mi ambición primera. Pero sí, el proyecto está siendo más ambicioso, dentro de lo realista. Ojalá esto nos lleve a crecer en cuanto a gente que escucha la música, porque quiere decir que conecta. Pero hacer un disco así y regirlo por los parámetros de Uruguay no es muy lógico, por eso siempre estamos en la búsqueda de que pase algo más hacia afuera, y eso hay que salir a buscarlo. No es algo que se encuentre acá sentada: se encuentra saliendo a tocar. No hay recetas mágicas en la música, hay que poner el cuerpo: ir a buscar a la gente, empujar una a una las canciones. Hay que tirar para adelante”.
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