CRÓNICA
El viernes, el cantante argentino se presentó por primera vez en Uruguay con un show con entradas agotadas y lleno de hits. Repite este sábado
El montón de autos que ocupa los alrededores del Teatro de Verano podría justificarse con la noche primaveral que sacó a todo el mundo a la calle, pero no. El Ramón Collazo, con la cúpula iluminada con los colores de la diversidad, abre sus puertas para el primer show internacional que recibe desde la última reapertura de los espectáculos públicos.
Igual que ocurrió en 2020, cuando el honor del regreso lo tuvo el rapero/trapero argentino Trueno (que volverá al mismo escenario el 9 de octubre), esta vez el elegido es otro exponente del nuevo sonido argentino. Un meteórico ídolo de la cumbia que ya se convirtió en la figura de la música popular rioplatense de 2021, y que parece haber venido para quedarse: Elián Valenzuela, o sea L-Gante y su latiguillo “keloke”.
Sin embargo, aunque Elián lleva un rato en el lugar, el entorno está tranquilo. Para las 21.43 lo único que se ve es a un grupo de personas que intentan solucionar algún tema con sus entradas en una boletería en penumbras. Cuatro chicas rotan una caja de vino mientras esperan, en el acceso lateral, para ver a la estrella de la noche; y otra llega con una cajita feliz de McDonald’s que le entrega a alguien de la organización. Nada más.
La tranquilidad es extensiva al interior del Teatro de Verano. La cerveza está tibia y el punto de venta, despoblado; la experiencia pandémica es sin largas colas, sin baños atiborrados de gente y, aunque se esté al aire libre, de tapabocas y sin fumar. Las conversaciones suenan más fuerte que alguna canción de Fito Páez que hay de fondo, al menos hasta que en escena aparece Zanto, el trapero local elegido para la apertura. Al momento de su set ya son casi las diez de la noche y hace apenas una hora que L-Gante subió, a su perfil de Instagram, una historia que atestiguaba que estaba en el Teatro de Verano, en la cuenta regresiva de su debut oficial en tierras uruguayas.
Aunque las entradas indicaban la hora 20.00 y las puertas se abrieron pasadas las 21.00, L-Gante aparece en escena recién a las 22.28 y de repente a nadie le importa la demora.
Para cuando su silueta se dibuja entre el humo teñido de rojo, y su voz monocorde suelta los primeros versos de “Alta data” (la de “¿O no, perri? ¿O no? La activamo’ en el momento”), el grito de euforia deja de lado cualquier posible molestia. De repente, en la pista de baile están todos. El niño que salta sin parar detrás de mí, complexión pequeña, cinco o seis años, los ojos negros y brillantes perdidos bajo la visera de un gorro demasiado grande. El hombre que levanta una muleta sobre el final de la platea baja, y las varias decenas de personas que se aplastan contra el tejido, afuera del teatro, para no perderse la fiesta. La exuberante chica rubia de remera de fútbol, que perrea sin parar en primera fila y que al final tendrá su recompensa, cuando se trepe al escenario para que L-Gante la abrace y le diga: “Te vi agitar todo el show”.
Durante 50 minutos —un espectáculo a la medida de un repertorio todavía corto que tiene el argentino y que incluye, por ejemplo, su relectura de “International Love” de Fidel Nadal—, lo que L-Gante celebra una y otra vez es eso. El agite, el aguante de los que están adentro y sobre todo afuera, algo que lo deslumbra en particular. El agite, el aguante y el barrio.
“El barrio con el barrio. De ahí sale la esencia más importante de todas, la de ser humilde”, dice L-Gante sobre el comienzo del show. Se lleva una ovación similar a la que sonará cada vez que repita “Cumbia 420 pa’ los negros” o cuando coquetea, en diálogo con su socio Maxi “El Brother”, con la posibilidad de hacer una plena.
El argentino repasa todos sus hits, acompañado en escena por Maxi y la también mánager Lourdes Di en coros (y en el celular; acodada sobre una mesa, transmite en vivo para Instagram durante media hora), el DJ Eric Santana y tres bailarinas de gran despliegue. En la pantalla gigante de fondo, visuales completan el cuadro con mucha de la imaginería que aparece en las canciones de L-Gante, marihuana incluida. La puesta está a la altura de su momento.
Después de que una lluvia de confeti plateado acompañe “Perrito malvado”, el tema que grabó junto a Damas Gratis; luego de que se cante a capella el estribillo de su famosa “Villarrap” y luego de recibir a un niño muy pequeño que es el deleite de todos en el escenario, L-Gante dice: “Gracias por todo el aguante. Acá vibra todo, parece que estoy en la cancha”.
El viernes todo se trató de eso: del agite, del aguante y de una fiesta popular en la que los protocolos no pudieron ganarle al baile ni al carisma de la estrella del momento, esa que lleva, a donde va, una cuota de barrio y de cumbia. Y que la bailen los que quieran.
Los shows de L-Gante en Montevideo
L-Gante y su equipo llegaron el viernes a últimas horas de la tarde a Uruguay, de ahí que todo el cronograma del show del 17 se demorara. El argentino, que acaba de ser padre de su primera hija, Jamaica, repetirá esta noche en el Teatro de Verano, con entradas agotadas, y mañana dará un show íntimo en Complejo Sala, para apenas 150 personas.