ENTREVISTA
El cantante de Bandalos Chinos dialogó con El País antes de la nueva visita de los argentinos a Sala del Museo, donde presentarán el disco "El Big Blue"
"Fue increíble", comenta, entusiasmado, Gregorio “Goyo” Degano mientras recuerda el recital que Bandalos Chinos ofreció en marzo en Sala del Museo. "Me quedó un recuerdo hermoso; mientras estábamos tocando pensaba: 'Che, loco, ¿cómo puede ser que estemos tan cerca y que haya pasado tanto tiempo para poder ir para Montevideo? Pero ahora estamos yendo por segunda vez en el año. Es re lindo".
Aquel recital de entradas agotadas marcó el esperado reencuentro de los argentinos con el público uruguayo. En 2019 habían debutado en tierras locales con un show dentro del festival La Nueva Generación —también celebrado en Sala del Museo—, pero aún les faltaba tener un evento propio. Y lo de esa noche fue una verdadera fiesta: el público coreó éxitos como "Paranoia Pop" y "Vámonos de viaje"; bailó al ritmo de "Mi fiesta" e "Isla"; e iluminó de flashes al grupo mientras interpretaban "Demasiado".
Como si se tratara de un agradecimiento, el grupo devolvió el gesto al estrenar "La final", el último adelanto de El Big Blue —el álbum que lanzaron en mayo— y prometieron un pronto regreso. A seis meses de aquella noche, Goyo dice: "No me olvido de ese momento tan emblemático para una banda como develar y tocar en vivo por primera vez la música en la que venís trabajando. Fue una adrenalina extra porque nos sabés qué le va a pasar al público, pero fue muy lindo".
Pero si de escenas memorables se trata, la protagonizada por los gestos de sorpresa y las sonrisas cómplices de los miembros del grupo al ver la cálida recepción de los uruguayos, se lleva el premio. "Para nosotros fue muy groso", asegura. "Pensá que nosotros somos amigos desde la primaria y que lo que empezó como un juego se terminó convirtiendo en un modo de vida. Cruzamos el charco, tocamos en Montevideo para un montón de gente que conoce nuestros temas... es muy gratificante".
Esta noche, a partir de las 21.00, repetirán la experiencia en la sala donde se presentaron en marzo. Aún quedan entradas a la venta en RedTickets (cuestan 1100 pesos) y la novedad estará en las canciones de El Big Blue, el álbum que marcó un nuevo hito en la carrera del grupo que logró su expansión continental en 2018 gracias al discoBACH.
Luego del disco conceptual Paranoia Pop, editado en 2020, la banda apostó por un abordaje cálido, orgánico, bailable y de estribillos memorables. Además de los temas funky “Mi fiesta” y “Una propuesta”, Bandalos Chinos sumó nuevos aciertos a su repertorio gracias a temas como “Cállame” —con un guiño a Quico, de El Chavo del 8, incluido en el estribillo—, la relajada “No, No, No” y la joya pop “Grado de oscuridad”. El secreto de la cercanía está en su método de grabación: todas las canciones se registraron en vivo en el estudio, como si estuviesen en un escenario. Y eso se transmite enseguida.
El puente entre Paranoia Pop y El Big Blue está en "El Ídolo", un doo-wop blusero que fue grabado sin "click" —o sea, sin un metrónomo que defina y mantenga el tempo de la canción— y que le brindó una sonoridad más orgánica y, en cierta medida, más libre a la canción. "Ese fue el camino que marcó el rumbo para El Big Blue. Eso devino en grabar todos en simultáneo, en vivo y en cinta, sin computadora y sin click. Era dejar de mirar la música con los ojos para volver a escucharla con los oídos y ver qué te genera", define Degano.
Para sumergirse en el disco, producido nuevamente por Adán Jodorowsky, los argentinos viajaron a Estados Unidos para grabar en los estudios de Sonic Ranch. "Adán nos sorprendió con la idea, pero fue una de esas presiones que o te paralizan o te empujan al abismo. Fue un desafío a nivel mental y, por un momento, creo que nos estábamos boicoteando la idea. Pensábamos si tocábamos lo suficientemente bien como para grabar como lo hacían Los Stones, Led Zeppelin y otros artistas históricos, pero en la práctica nos dimos cuenta de que era como volver a la fuente: esos seis amigos en la sala de ensayo jugando a hacer música".
—En Sonic Ranch grabaron artistas como Juana Molina, Él Mató a Un Policía Motorizado y Snarky Puppy. ¿Qué tiene de especial ese lugar como para que hayan decidido encarar el proyecto allá?
—Es muy flashero porque hay muchos factores que lo vuelven un lugar muy mágico. Está la gente tan inspirada que pasó por ahí y que lo llena de su energía. El dueño del estudio es como un filántropo e incluso su actividad principal son las nueces; es como un "no lugar" porque está ubicado en un pueblo de 800 habitantes que se llama Tornillo, en la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez. Es un lugar bien random e incluso a dos kilómetros de la reja que divide México con Estados Unidos. Por eso es como un lugar que está medio vacío, pero a la vez que está cargado energéticamente y vos podés volver a llenarlo de energía. Además, como estás aislado, no hay chance de distraerte; entrás en un limbo en el que no sabés qué pasa en el resto del mundo y eso le da mucha magia al lugar.
—Mencionaste que durante varios momentos se cuestionaron si realmente estaban preparados para grabar un disco de esas características. ¿En qué momento lograron la confianza suficiente para darse cuenta de que valía la pena apostar por grabar en vivo?
—Hubo varios momentos. La idea era hacer un tema por día y arrancábamos a la mañana, nos tomábamos un mate en la sala, ensayábamos y a eso de las 11.00 tirábamos una toma. Nos llevó varios días hasta sentir que realmente estábamos haciendo algo bueno. Igual, estábamos tan desconfiados que nos hizo falta la visita de Yago Escrivá, de Ainda Dúo, para sentir que estábamos listos para hacer el disco. Él estaba en Los Ángeles y cayó a visitarnos; apenas llegó le pusimos la valija a un costado y lo metimos a grabar "Mi fiesta". No me olvido más: "Chapi" (Salvador Colombo) tocando las congas y haciendo percusión en vivo, y "Yaguito" tocando el Rhodes o el Wurlitzer. Cuando terminamos de grabar el tema, le mostramos lo que habíamos hecho y el tipo se largó a llorar. Fue como que le pegó, y ahí caímos en que estaba bueno. Nos faltaba esa mirada para sentirnos confiados.
—Con la excepción de Feliz Navibach, que los mostraba vestidos de Papá Noel, esta es la primera vez en la que la banda decidió mostrarse junta y sin disfraces en la tapa de un disco. ¿Sentís que la imagen completa el concepto de El Big Blue?
—Calza perfecto. La foto surgió por un amigo nuestro que es mexicano pero que vive en El Paso y que nos dijo que venía a hacernos unas fotos si dejábamos que nos hiciera un asado texano. ¡De una! Cayó con una heladerita llena de carne y otra con birras, nos hizo un asado y después las fotos. Salieron de una manera muy espontánea: agarramos la ropa que teníamos en la valija y sacamos las fotos en 30 minutos. Es un reflejo de lo que fue el disco y representaba muy bien lo que era el proceso: esta es la banda tocando junta. Y si esa era la idea, entonces mostremos la jeta.
—El guiño a Quico en el estribillo de "Cállame", la idea de los dos amigos que se cuelan en el casamiento de "Una propuesta" y el cadáver fluorescente que baila en el videoclip de "Mi fiesta" son tres buenos ejemplos de la mirada lúdica que define a la banda. ¿Qué importancia tiene mantener esa idea de la música como juego después de tantos años juntos como banda?
—Es importantísimo. La banda tiene 12 años: los primeros cinco fueron de un acercamiento súper amateur y los últimos siete son de un trabajo más profesional y de crecimiento en Argentina y Latinoamérica. Hicimos muchas giras y no paramos de crecer, pero en este último disco veníamos un poco enviciados con la pregunta de por qué hacemos esto y cuál es nuestra motivación. Por eso, El Big Blue fue un poco como volver a la fuente de esos amigos que se juntan en una sala de ensayos a tocar porque nos divierte.
—Eso debe haber sido revitalizador para el grupo, ¿no?
—Sí, porque fue un proceso de volver a conectar como amigos e intentar conectar nuevamente con la emoción luego de tanta cercanía de viajar juntos, vivir juntos y cantar juntos. A veces, con tanta cercanía no vas tan hondo y te perdés de la profundidad: no sabés si el otro se peleó con la novia, si está todo bien con su mamá o si su tío no sé qué. Es importante esa parte humana y nos dimos cuenta en la grabación del disco que nosotros nos llenábamos la boca hablando de empatía, pero lo primero que teníamos que hacer era empatizar entre nosotros. Necesitábamos levantar la cabeza en el estudio de grabación y ver que cuando el otro no está para grabar hay que darle un tiempo y entenderlo.
—Hoy, ¿qué significa Bandalos Chinos en tu vida?
—Últimamente vengo en toda una batalla interna para que "El Shy" (como se hace llamar en Instagram) no se coma al Goyito. Bandalos es parte de mi vida y de lo que soy, pero durante un tiempo le estuve escapando a eso y estuve un poco peleado con ese duende en el que me transformo cuando me subo al escenario. Hoy estoy en un camino de entender que eso también es parte de lo que soy y lo veo desde un lugar que me permite aceptar que eso también es parte de mi vida, además de ser un trabajo. Lo que pasa es que lo que más me gusta hacer en la vida se convirtió en mi trabajo y yo no quiero que deje de ser lo que me gusta. Quiero que no pierda la magia, que no se vuelva mecánico. Hace poco tuve una charla con Fer Ruíz Díaz y él me dijo que no me convirtiera en la copia de mí mismo, y eso me dejó re pensando. Yo quiero seguir siendo el Goyito que no para de buscar ni de crecer. Bandalos Chinos es una parte de mi vida de la que me siento muy orgulloso. Me da orgullo lograr mucho más de lo que me imaginé y estar viviéndolo con mis amigos de la vida. Es un privilegio, por eso lo vivo con mucha gratitud.
—Es esencial que no te coma el personaje para no convertirte en el protagonista del videoclip de "El ídolo". Pero, ¿cómo se maneja ese equilibrio cuando explota la fama y, como decís en "Paranoia Pop", "todes quieren ser como yo"?
—Lo que me costó fue empezar a sentirme observado, juzgado y menos libre. Empecé a sentir que todo este éxito y crecimiento me estaba volviendo una persona menos libre y me sentí más esclavo de Bandalos Chinos. Esa fue la batalla que tuve que librar. Después está la parte de empezar a ver quién es el amigo del campeón y quién se acerca de manera honesta porque tiene una vibe copada. Hoy, con mis prácticas deportivas, mi yoga y mis amuletos puedo mantener esa parte de no creérmela. Porque la gente viene a endulzarte la oreja y es fácil caer en la de: "Wacho, soy un capo". Pero no es así, lo que importa es seguir y mantener la esencia sin que me coma el personaje.
—En este camino, ¿qué querés mostrar hoy como compositor y músico?
—Este disco fue volver a conectar con los sentimientos y la situaciones más terrenales y del día a día, y no tanto de inventar personajes y voces como en Paranoia Pop. Me seduce hacer canciones que hablen sobre cosas que nos pueden pasar a todos; es un mensaje medio universalizado donde nuestra música funcione como un bálsamo o una situación que te hace un mimito al corazón y te acompaña. Cuando arrancó la pandemia, nosotros éramos considerados no esenciales y no podíamos salir de casa; yo flasheaba con que se terminaba el mundo y que no tenía nada para aportarle al mundo. Fue un golpe al ego durísimo, pero recuerdo que empecé a recibir mensaje que decían: "Che, nos están re acompañando con su música" o "Me salvaron la cuarentena". Y de repente me gusta la idea de que nuestra música acompañe a las personas y que, de algún modo, pueda ser un pequeño remedio para cuando estás triste o que vaya contigo cuando vas por la ruta. En resumen, ser compañeros.