Fernán Cisnero
Para los veteranos siempre será Guillermito Fernández, aquel niño de seis años en Grandes valores del tango, un programa conducido por Silvio Soldán en la década de 1970.
Algunos menos veteranos o menos tangueros podrán recordarán su versión de la década de 1990, en plan pop romántico de pelo largo y corazón roto.
Otros, más tangueros y más contemporáneos, sabrán que desde hace tiempo es uno de los cantores más activos con proyectos que lo han vinculado a la obra de Piazzolla y Ferrer, la milonga guitarrera y hasta el flamenco. Es, siempre, un cantor de tangos.
Y ahora Guillermo Fernández vuelve a Uruguay. Será en el Teatro Solís, este sábado 4 con su espectáculo De criollos y tangueros, que acompaña el lanzamiento del disco homónimo que ganó un premio Gardel. Estará acompañado por el guitarrista argentino César Angeleri y la Orquesta Taconeando; entradas en Tickantel.
Sobre ese show, su carrera y la bendición de Julio Sosa, Fernández conversó con El País.
—Esta actuación en el Teatro Solís es un reencuentro con el público de acá...
—Es superimportante volver porque yo iba muchísimo desde muy chico, una o dos veces por año. Ya antes de la pandemia hacía como 10 años que no iba.
—Su vínculo con Uruguay está certificado porque Julio Sosa de alguna manera bendijo su carrera. ¿Cómo fue eso?
—Yo tenía seis años y me fui a probar a Canal 13 y me vio Nicolás Mancera (entonces el nombre más importante de la televisión) y le pareció que un chico de seis años no podía cantar sobre el despecho de una mujer. Mi viejo estaba muy enojado, yo me puse a llorar y ahí vino Julio Sosa, me levantó en andas, me secó las lágrimas y me dijo: “No le hagas caso, vos sos un gran cantor de tango y tenés que seguir cantando tango”. Fue muy importante en mi vida.
—Alguien decía por ahí que, menos a Gardel, usted conoció a todos los grandes nombres del tango. ¿Hay algo de eso?
—Es verdad. Prácticamente a todos los que vivían cuando yo comencé a los cinco o seis años. Estudié con Troilo, guitarra con Grela, piano con Sebastián Piana. Estuve con el Polaco Goyeneche, con Floreal Ruíz.
—¿Quién le impresionó más?
—En general de todos me impresionó algo muy fuerte, pero quizás el más importante en mi vida y del que más aprendí fue Troilo. De él guardo cosas esenciales que aún uso cada vez que interpreto un tango o me subo al escenario.
—En la canción “Guillermito”, habla de su carrera como de constante cambios y desafíos. ¿Cuándo se dio cuenta que era más que un cantor de tangos?
—A los veintipico había grabado un disco que se llamaba Manías con raíces muy urbanas. Lo produjo Chico Novarro, con canciones escritas para mí, por Víctor Heredia y Eladia Blázquez. Y ahí me dijeron que ese disco no lo podían poner en las bateas de tango porque no lo era, y que para las radios de tango era un disco pop y para las radios de pop era un disco de tango. Ahí decidí irme un par de semanas a Estados Unidos y terminé quedándome y grabando un disco de baladas, que ni siquiera tenía pensado. Se terminó convirtiendo en disco de oro en siete países. Pero ahí me di cuenta que no quería eso para mi carrera, ni que una multinacional quisiera manejar mi vida.
—¿Esa clase de independencia le hizo pagar un precio?
—En todo caso el precio fue positivo. Aprendí todo lo que no quería y me posicionó muy bien en el género. Hice comprender a la gente que cuando era chico, el tango me eligió como intérprete y de grande, yo elijo el tango como música.
—Cuénteme del espectáculo que presenta en el Solís...
—Tiene mucho que ver con el Uruguay y cómo Uruguay fue modificando mi vida. Tenía 13 años y cantaba con Alberto Castillo. Cantaba con Toto Miranda en el boliche La Cumparsita y está mi querido amigo Gustavo Nocetti, con quien compartimos momentos divinos. Olguita Delgrossi, Lágrima Ríos. Toda gente con la que yo tuve la suerte de compartir la noche montevideana. El espectáculo pasa por ahí. De los recuerdos cuando iba a almorzar a lo de Hernancito Crespo, ahí en Tacuarembó y Constituyente, lo de Mario y Alberto. Ahí nos juntábamos con Alberto Mastra y le robaba cosas de su guitarra. Ahí tuve la suerte de conocer a un carpintero flaquito, que trabajaba tiradito en el piso y era Tito Cabano, un autor de tangos que admiré toda mi vida. Así que bueno, lo del Solís pasa por todos estos momentos lindos que pasé con artistas así en Montevideo.
—¿Aún le llaman Guillermito?
—Todavía me lo siguen diciendo y me encanta, porque me parece que en el diminutivo está un poco el cariño de la gente que me vio casi nacer en la televisión.