CRÓNICA
Axl Rose, Slash y Duff McKagan cerraron el lunes la gira brasileña, y El País estuvo ahí. Este domingo, la banda tocará en el Estadio Centenario.
La procesión es de ropa negra y la banda sonora, de gritos que prometen cerveza helada y se funden con algún riff. En auto, el recorrido de las últimas cuadras es solo para pacientes: lo que deberían ser dos minutos se convierten en 10, 15, 20, 25 minutos de un movimiento mínimo, indiferente. Son poco más de las 19.30 y en los alrededores del Arena do Gremio, la cancha de uno de los cuadros más importantes de Porto Alegre, lo que hay —en las remeras y los vendedores y el transito imposible— es aire de ritual. Guns N’ Roses, la última gran banda de la última gran era del rock mundial, está a punto de cerrar su gira por Brasil antes de volar al Río de la Plata.
La cita de despedida es este lunes 26 de setiembre en la capital de Río Grande do Sul, en una noche de calor húmedo, de primavera sofocante. Sobre la humedad, el clima es de fiesta: dentro del Arena, lo único que hay es placer y entusiasmo.
A nadie parecen preocuparle las críticas surgidas tras la actuación del Rock in Rio, el eventual estado vocal de Axl Rose, o el parecido que el repertorio de la gira We’re F’N Back guarda con el de, por ejemplo, los 90. Nadie, ni los sesentones, ni los pequeños que emulan los looks más icónicos del cantante —bandana, camisa, cadenas—, ni las chicas a punto de cumplir un sueño, ni las nacidas en los 80 están aquí por lo que digan el hater o la prensa.
En las redes sociales lo dejan claro. En uno y otro posteo oficial de Instagram, los comentarios dicen dos cosas: que el show (cualquiera de los 10 dados en Brasil en este mes) fue increíble, y que la próxima toquen “solo para fans”. Que lo único que merece Axl es “amor” de los “fans de verdad”.
Porque a encuentros así, a lugares así, no se va por la tendencia ni por el miedo a perderse lo importante: se va por la pertenencia, por la música, por el amor. Porque el rock, EL rock, ese al que Guns N’ Roses le aportó canciones y guitarras y agudos y estilos fundamentales, ese sucio y sexual y salvaje y controversial, se diluyó y lo que hay ahora es más una energía y un gesto, que una expresión de señas particulares.
Y porque al rock, a aquel rock, se lo evoca y añora. Y cada vez que se puede, se lo revive y rescata, se lo abraza otra vez.
Entonces, estar un lunes de setiembre en el Arena do Gremio a la espera de Guns N’ Roses es, para la gran mayoría, un ejercicio de nostalgia y un ritual. Un acto de amor en el que se perdona todo.
Para los GNR, la ruta regional que se inauguró el 1 de setiembre en Manaos, llegará este viernes al Monumental de Nuñez en Buenos Aires, y el domingo al Estadio Centenario de Montevideo (ver recuadro abajo), al mismo lugar donde en marzo de 2010 dejaron su huella.
Eran otros tiempos, era otra historia. Con Axl Rose como único representante del legado, Guns N’ Roses fue la banda que abrió la puerta grande al mundo de los conciertos internacionales en Uruguay, y la que llenó el anecdotario de desprolijidades, esperas eternas y pedidos excéntricos. Aquella vez, el cantante entró en escena una hora y media después del último de tres teloneros, ya avanzada la madrugada, y de su parte vinieron solicitudes de fruta cuadrada y uvas sin semillas para un hotel que nunca pisó.
Otros tiempos, otra historia. La de ahora es la de la afianzada reunión del 60 por ciento de la formación original, que se concretó en 2016 y que recuperó al guitarrista Slash (que también visitó Montevideo, en 2012 con Myles Kennedy and the Conspirators) y al bajista Duff McKagan. Con ellos, Axl ya había girado por Sudamérica hace siete años, pero entonces Uruguay quedó fuera de los planes; la del domingo, para fanáticos locales, será una revancha. Y será un ritual.
Porque el ritual también tiene el encanto de lo conocido, de lo cómplice. En el Arena do Gremio el show, puntual y contundente, se extendió durante tres horas. Rozó la treintena de canciones y le hizo espacio a varios jugueteos instrumentales y a incontables solos de Slash, héroe silencioso, protagonista indiscutido.
Si Axl se mantiene aún como el animador que corre, provoca con la mirada, baila un poco y habla otro poco, Slash es el pilar de brazo firme, que toca la guitarra como si fuera una parte suya y como si la hubiera descubierto por primera vez. La atención sobre el instrumento es plena, constante. Se calza un modelo y otro, se sienta para un pasaje acústico (con “Blackbird” de los Beatles), cada tanto pega un salto desde las alturas o cruza el escenario con una carrera breve. Pero el foco está siempre en las seis cuerdas, que a veces son 12, que por un rato rugen y por otro suenan a caricia.
Slash es el motor, la magia intacta.
Eso se sabe, se debe saber, como se sabe lo demás. Que Axl Rose no canta como antes, que todavía se esfuerza por encontrar el mejor lugar para su voz curtida de hombre de 60 años, que intenta compensar con actitud (y excesivos cambios de vestuario) y que los fans lo reconocen y celebran. Que Duff McKagan tiene sus momentos estelares, que el baterista Frank Ferrer es una aplanadora, que el guitarrista Richard Fortus aporta todo el despliegue físico que Slash se ahorra, que Dizzy Reed y Melissa Reese completan filas prolijamente. Que las visuales son estrambóticas, de futurismo y ciencia ficción como de costumbre. Que la puesta en escena es clásica, y el repertorio también.
Sin música nueva —no hay adelantos del próximo disco—, en Porto Alegre como en buena parte de la gira sonaron “Absurd” o “Hard Skool”, temas del período Chinese Democracy que fueron lanzados en 2021. Lo demás es un repaso a versiones que ya son parte del acervo grupal, como “Slither” de Velvet Revolver (buen momento) o “The Seeker” de los Who, y a su cantidad de clásicos: “Mr. Brownstone”, “Welcome to the Jungle”, “Live and Let Die”, “Civil War” con alusión a la guerra de Ucrania y así hasta “Paradise City” que constituye el cierre de siempre.
Es que el ritual también es eso. Son decenas de miles de personas que a pesar de todo, del paso del tiempo y las consecuencias y de conocer de memoria lo que está por pasar, lo que está por venir, se entregan al frenesí de “You Could Be Mine” y al silbido dulce de “Patience” y entonces confirman una misma creencia, un mismo amor.
El rock, todavía, logra esas cosas.
Entradas y más para el show de Montevideo
“Porto Alegre, ese fue un final brillante para la pata brasileña de nuestra gira sudamericana. ¡Fue una noche incendiaria y ustedes fueron jodidamente fantásticos!”, escribió Slash en Twitter, el lunes tras el recital y tal como lo hace en cada una de las actuaciones de la banda. Fue el broche simbólico de un recorrido que ahora llegará a Argentina y luego a Uruguay, donde se presentará este domingo a las 21.00 en el Estadio Centenario.
Ya se agotaron cuatro de los siete sectores originalmente anunciados, pero se habilitó uno más, en campo y a 2.700 pesos. Quedan, además, localidades en campo VIP ($ 8.000), y en el tercer anillo de la Tribuna Olímpica ($ 2.500). Todos los sectores son sin numerar, y el precio no incluye el costo por servicio de AccesoYa.
El escenario estará ubicado sobre la Tribuna América y la apertura, a cargo de 4 Cuervos, la banda de Kairo Herrera.
Luego de tocar en Uruguay, Guns N’ Roses viajará a Chile, Perú, Colombia y México, y a partir de noviembre, por Asia.