La culpa es del tiempo. Jhona Lemole, que lleva 10 años en esto de hacer canciones, ya no entiende la composición como catarsis. Ahora piensa en las letras y busca las palabras, las metáforas y las escenas con una obstinación concreta. Entonces, en la canción que abre su nuevo disco, canta con entusiasmo lánguido: “Quiero acostumbrarme a los líos que tengo en la mente / Estoy atrincherado hace mucho tiempo que no voy a ningún lado / Creo estar vacío los viernes, sábados y domingos / Y vos sos como un parque de diversiones / Que me trae siempre nuevas atracciones”.
La culpa es del tiempo. Lemole, cantautor indie, casi siempre solista, casi siempre en un proyecto conceptual y cambiante (Y Los Nombres Comunes, Folclor, Santa María Peligro), nacido en Paraguay y criado entre Maldonado y Montevideo, hizo todos sus discos de la misma manera. Se autogestionó, grabó en su estudio casero, tocó todos los instrumentos que necesitaba. En un momento sintió que se volvía a repetir. Entonces cambió la jugada.
Decidió meterse en un estudio de grabación profesional, convocó a un productor (Santiago Peralta), montó una banda y la dejó involucrarse en la música, abandonó el sonido lo-fi, elevó la vara. Dos años después de haberle dado luz verde a esa misión estrenó Deforme, que firma como Jhona Lemole y la Orquesta Deforme y que es uno de los mejores álbumes de la música uruguaya de 2023.
Este sábado, Lemole y su pandilla lo presentan en vivo. El show será a las 20.00 en Sala Camacuá, lo abre el argentino Steve Voser y quedan entradas en Redtickets.
Estarán en escena Micaela Artigas, Viviana Stagnaro, Lucía Caballero y Laura Gutman en voces, Santiago Pepe en teclados, Paulo Amorín en bajo, Ale Caper en batería; Federico Ravera, Facundo Bonilla y Santiago Peralta en guitarra. El recital será obsesivo y conceptual, como todo lo que él emprende.
Deforme, el disco, es un álbum que camina entre la oscuridad y la depresión hasta llegar al milagroso umbral del alivio. A pesar de lo que sugieren, las canciones no asfixian: suenan siempre al primer rayo de sol que pelea por cruzar las nubes después de una tormenta.
“Creo que ahora se puede hablar más de depresión y uno puede estar charlando más de sus sentimientos”, dice Lemole a El País. “Al menos yo lo recuerdo así, a mis 15 años era imposible que alguien hablara de eso. Pero después, y para no hacer apología a la depresión y al artista deprimido, para hacer este disco o cualquiera de mis discos estuve en mis mejores momentos. No quiero dar la imagen del poeta maldito, ni en pedo”.
Después habla de la naturaleza y reconoce que cuando está ahí, cerca del agua, frente a la inmensidad del mar, con la ola a punto de romper, siempre siente que está a punto de quebrarse, como salido de un cuadro de Caspar David Friedrich.
Hay algo de eso, dice persiguiendo las mismas obsesiones, que le gustaría transmitir en una canción. “Algún dios”, una de las piezas de su álbum Deforme, intenta acercarse: “Tenés todo y nada, tenemos todo y nada tenés todo / Y no estamos perdidos, quedamos unidos / Y el agua en tu cara y las luces blancas / Y el frío en el cuerpo, estamos vivos”.
Ahora Lemole, que rescató el término “deforme” de aquel inicio artístico de sus 18 años, del grupo de amigos con el que curtía las noches de Maldonado y se inventaba una orquesta, dice que después de un tiempo —porque todo es culpa del tiempo— de hacer algo así como un disco por año, necesita frenarse. “Dejar que Deforme sea Deforme, que transite su propia vida”, dice.
—Hace seis años te preguntaba qué era para vos la canción y me decías que era un vómito. ¿Ahora qué es?
—Ahora ser compositor se transformó en un oficio y antes era como más un escape, el lugar para escapar de las situaciones que me pasaban. ¿Dónde las puedo volcar? Las vuelco en una canción. No había mucho pienso detrás de eso. Ahora pasaron los años, ya hace 10 años que hago canciones, y ya no puedo tener ese eje de mi ser compositor. Ahora el eje es ser sincero conmigo y con mi yo del aquí y ahora, si es que existe. Ser yo, lo más fiel posible.