¿Quién es el hombre que está comprando la música de los últimos 50 años?

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Merck Merkuriadis

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Merk Mercuriadis maneja un fondo de inversión que lleva gastados 2.000 millones de dólares en los catálogos de artistas como Barry Manilow, Neil Young, Shakira y Red Hot Chili Peppers

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Ayer, Merck Mercuriadis salió de compras. Cuando volvió a su casa había gastado alrededor de 140 millones de dólares, sí, pero se había quedado con todas las canciones de los Red Hot Chili Peppers. No era justamente un día de rebajas.

Esa clase de negocios ha convertido a Mercuriadis, quien fue manager de números fuertes como Beyoncé, Elton John y Guns N’Roses, en el hombre más poderoso de la industria musical de hoy. Algunos invierten en ladrillos, él invierte en canciones. Y no para de invertir.

El de los Red Hot Chili Peppers es, hasta ahora, el último de los catálogos musicales que Mercuriadis compró a través de Hypgnosis, el fondo de inversión que encabeza y del que uno de sus mayores aportantes es la Iglesia de Inglaterra. Llevan gastados unos 2.000 millones de dólares.

En los últimos meses adquirió los cancioneros, entre otros, de Shakira, Neil Young, Jack Antonoff (el compositor y productor de Taylor Swift) y Rodney Jerkins, que quizás no le suene pero produjo y compuso éxitos para gente como Michael Jackson, Mary J. Blige, Beyoncé y Toni Braxton.

Así, sin saber nada de composición, melodías y métricas, Mercuriadis es el dueño, por ejemplo, de “Shape of You” de Ed Sheeran y “Uptown Funk” de Bruno Mars y Mark Ronson, además de los éxitos que escuchamos por la radio cantados por Barry Manilow, Blondie o Eurythmics. Cada vez que en Navidad a alguien se le ocurre utilizar en un comercial, en una serie o en una película, “All I Want for Christmas is You” de Mariah Carey, uno de los grandes villancicos modernos, es plata que va para él.

“La gente ve las canciones como objetos inanimados; yo no”, le dijo Mercuriadis a The New York Times que a fines del año pasado le dedicó un larguísimo perfil. “Creo que son la gran energía que hace girar al mundo y creo que merecen ser manejadas con el mismo nivel de responsabilidad que los seres humanos”. Alguien que hizo negocios con él lo ha dicho por ahí: para Mercuriadis, las canciones deben ser tratadas como artistas. O sea, los artistas pasan, las canciones quedan.

En ese sentido, la publicación Fast Company que esta semana tiene una nota intentando explicar el secreto de un éxito impensado, puso como ejemplo el catálogo del baterista, compositor y productor Al Jackson, Jr., un artista importante pero secundario y desconocido para el gran público.

Según Fast Company, antes de que lo comprase Hipgnosis, su corpus generaba unos 400.000 dólares al año, de los cuales cuatro quintos eran por “Let’s Stay Together”, el exitazo de Al Green que Jackson Jr. coescribió. Un año después, ese mismo catálogo comenzó a generar 600.000 dólares anuales de los cuales menos de la mitad son por “Let’s Stay Together”.

Por cosas así es los artistas lo veneran. Su asesor principal es Nile Rodgers, el compositor de Chic y que ha sido quien le ha acercado colegas.

Después de tantas historias de artistas que “regalaron” sus catálogos (desde los Beach Boys a los locales Shakers), los compositores siempre se habían aferrado a su obra como una tabla de salvataje y la única fuente de ingresos segura. Mercuriadis consiguió cambiar eso y hoy la excepción es el artista que no venda sus canciones. A él o a otros.

Más allá de Hipgnosis, por ejemplo, Bob Dylan vendió su cancionero de 600 composiciones en, quizás, 400 millones de dólares a Universal, y Stevie Nicks hizo lo mismo con el 80 % de su obra por el que se pagó 90 millones de dólares. Paul Simon le vendió todo a Sony y lo mismo hizo, con otro editor, David Crosby.

¿Pero cuál es el negocio detrás de gastar, como Mercuriadis, 2.000 millones de dólares en un producto intangible y uno pensaría perecedero?

Hipgnosis (el nombre viene de aquel estudio de diseño que hizo portadas para Pink Floyd y Led Zeppelin) compra los catálogos de los compositores para licenciar esas canciones para películas, programas de televisión, videojuegos, comerciales y todas las versiones que quieran hacer otros artistas. Compra composiciones, no intepretaciones.

La propiedad de las canciones se suelen repartir entre aquel que las escribió y su editor (publisher en la jerga). Tradicionalmente a un compositor se le paga la mitad de las ganancias que genera su creación, y el resto y la propiedad de los derechos de autor suele dividirse entre el escritor y el editor, aunque cualquiera de las partes puede tener todo el paquete.

Hipgnosis, para el caso compra el 100% de la propiedad y hace uso del bien. O sea que puede comercializar con ella con quien quiera y para lo que quiera sin tener que consultar a los autores.

La compra de un catálogo lleva meses de negociación, durante los que se evalúan tanto factores artísticos como análisis financieros sobre el potencial de la adquisición.

Desde su creación y hasta su cotización en la Bolsa de Valores de Londres en 2018, Hipgnosis ha recaudado más de 1.500 millones de dólares en sus negocios, según información que maneja la agencia AFP.

Más allá de los cambios en los gustos musicales, “de acá a 50 años, las películas, las series, las marcas van a seguir usando música y pagando por ella”, le dijo a El País un editor local.

Según la nota del New York Times, los inversores detrás de Mercuriadis se están aprovechando de la caída de los ingresos de los artistas que se encuentran prisioneros de la cancelación de todas sus actuaciones en vivo, y de las debilitadas regalías que aportan los servicios de streaming como Spotify o YouTube.

Además, muchos artistas veteranos prefieren hacerse con el dinero y asegurarse un retiro digno. Y también poder repartir las ganancias en vida entre sus herederos quienes no van a tener voz, ni voto sobre esas canciones pero sí disfrutarán lo que Mercuriadis le dio al abuelo.

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