Desde la salida de Honestidad brutal, nada volvería a ser igual en la vida de Andrés Calamaro. Era 1999 y el argentino, que había sido parte de Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez, ya había compuesto unos cuantos éxitos esenciales del rock en español (“Mil horas”, “Sin documentos” y “Mi enfermedad”) y venía de publicar Alta suciedad, el disco de 1997 que consagró su carrera solista de la mano de clásicos para ser coreados en estadios repletos y fogones improvisados: “Flaca”, “Loco” y “Me arde”.
El paso lógico, al menos para los parámetros de la industria musical, era grabar una especie de Alta suciedad Vol. 2: otras 14 canciones que tuvieran vuelo rockero, melodías para no olvidar y frases dignas de remeras, tatuajes y graffitis. Y así es como había empezado, pero como escribió años después en su libro Paracaídas y vueltas, “algunos discos simplemente ocurren”.
En 2019, en entrevista con El País, brindó algunos detalles extra del proceso. “Grabamos Alta suciedad en febrero de 1997. Fue publicado en setiembre, giramos en los meses de verano y, mediando mayo de 1998, entramos en el estudio de Javier”, comentó en referencia a su hermano, quien también es músico y productor. “Pasamos todo ese año grabando Honestidad brutal, hasta en 15 estudios en distintos países. La gira de 1999 fue intensa y... me corté la coleta por cinco años, me quedé en casa naufragando. El detonante fue detonarse para el fin de los calendarios de un siglo milenio”.
Así nació Honestidad brutal, el disco de 37 canciones —la edad que tenía Calamaro al momento de publicarlo— sobre el que se centrará su recital de este jueves en el Antel Arena. La gira se titula Agenda 1999, ya recorrió unas cuantas ciudades de España, y aterrizó en Latinoamérica con una serie de conciertos en Chile. Aún quedan entradas en Tickantel (los precios van de 2.120 a 4.020 pesos), y el repertorio funcionará como una buena fotografía de la vida de Calamaro en esa época en que se presentaba como “el último bohemio del milenio”.
Honestidad brutal se revela como el Blood on the Tracks de Calamaro: nunca había sonado tan confesional. “No fue una grabación: fue un pedazo de vida o mil pedazos rotos del espejo interior de los muchachos”, escribió en su libro. “Un parto de ida y vuelta, una fiesta trágica y permanente, buscando la alegría de grabar y los límites de lo posible”.
El final de su primer matrimonio fue el detonante de esta etapa dominada por los excesos e inspiración. Refugiado en la música, componía y grababa canciones de un tirón. La idea original era terminar el álbum en una semana, pero las sesiones maratónicas se extendieron por siete meses. Calamaro se acompañó por amigos como Pappo, Coti Sorokin, Ciro Fogliatta, Moris, Mariano Mores hasta Diego Maradona, quienes se pasaban por el estudio para aportar a la causa principal: ponerle el cuerpo a las canciones. “Estaba ‘demasiado’ seguro de mí mismo, con una convicción envidiable”, le contó a la revista Efeme. “El objetivo era dejarnos llevar, alquilábamos dos estudios en simultáneo para grabar infinitamente, rodeados de amigos, camellos y muchachas. No queríamos terminar ni volver a casa. O no teníamos casa”.
Así, Honestidad brutal inauguró la verborragia creativa que Calamaro llevaría a su punto máximo con el quíntuple El salmón (2000).
Una sección está dedicada a confesiones amorosas. “El disco es un multitexto poblado de mujeres distintas, no solamente Paloma, la mujer mundial, Victoria, Soledad y la rubia que viene y se va”, contó en referencia a varios de los puntos altos del álbum. “Quizás entonces me estaba haciendo la víctima con algún fin. Y es verdad que eso no tiene importancia, es una anécdota. Los hombres provocamos estas cuestiones, si no conservamos una relación duradera es porque la arruinamos voluntariamente, o casi”.
Además de clásicos de la talla de “Paloma”, “Te quiero igual”, “La parte de adelante” y “Cuando te conocí”, hay canciones que trascienden al detonante emocional. Por ahí aparecen el funk lisérgico de “Veneno”, esa especie de “Desolation Row” que representan los casi ocho minutos de “No tan Buenos Aires”, los tangos “Jugar con fuego” y “Naranjo en flor”, el homenaje a Miguel Abuelo (precisamente “Abuelo”) y el peculiar dueto con Maradona en “Hacer el tonto”. Varias de ellas, incluyendo las imprescindibles “Los aviones” y “Una bomba”, sonarán en el Antel Arena.
Las jornadas de grabación eran eternas y la dinámica era simple y directa: la mayoría de los temas se escribían en estudio y se grababan de inmediato. “Hubo un momento muy eufórico y muy terrible en que estuvimos seguros de que alguien no iba a llegar al final de la grabación”, narró. “Todos, siempre, con la sensación de un revólver frío en la nuca. Todos los músicos involucrados en profundas crisis sentimentales o a punto de involucrarse”.
El objetivo era llegar a las 100 canciones. Cuando se lo alcanzó, empezó el camino de despojo hacia las 37 definitivas.
En 2022, Calamaro, un artista que siempre mira hacia adelante (“No soy un abonado a la nostalgia”, dijo alguna vez), sorprendió a sus seguidores al publicar Honestidad brutal Extra Brut, una edición de lujo del álbum formada por seis discos y 99 canciones. Incluye demos, temas inéditos, tomas descartadas, versiones de clásicos como “Bajan” y “I Shot the Sheriff” y grabaciones en vivo. Es una buena forma de adentrarse en el universo en el que se creó uno de los últimos grandes discos del rock en español del milenio, con el que ahora los uruguayos pueden reencontrarse en vivo.
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