El nuevo disco de Inés Errandonea comienza así: “Quiero reírme mientras lloro. Un desubique en el medio de una llanura es un tesoro, un grito en un velorio”. Después dice “valentíaaa” y estira la “aaa” hasta que desemboca en un jadeo que es, a la vez, quejido y desesperación. Montada sobre un “ah, ah, ah, ah”, la cantante entra en “Iuju” como si estuviera haciendo una proclama o tal vez una advertencia: este, Agua viva, es un disco desesperado. Hay que atravesarlo para descubrir por qué.
Errandonea, cantante, compositora, tallerista, locutora, mujer del cine, creadora en general, estrenó en octubre su segundo álbum, el sucesor de aquel La vida real de 2020, que le valió un Graffiti a mejor artista nuevo y la ubicó en la escena como una de las artistas uruguayas más refrescantes del último tiempo. Esto es: hay algo en su forma de construir la música que está ligado a la deconstrucción. Más que armar canciones, Inés parece deshacerlas, desarmarlas, como si el camino correcto fuera ese y empezara, siempre, por los pedazos.
“Un desubique en medio de una llanura”, “un grito en un velorio”, esa sería una forma de definir Agua viva: es un disco atípico, inusual. Ahí está su mayor fortaleza.
Con versos que cabalgan por patrones rítmicos con elegancia, pero sin renegar de la torpeza, Agua viva —un álbum decididamente latinoamericano, ligado a la raíz folclórica y apenas perfumado por lo urbano— ofrece 10 canciones a grandísimos rasgos pop, que recogen la ternura de La vida real y la revuelcan en la tierra. Hay algo en la experiencia de escucha que se parece a estar en la playa con la arena mojada pegada a la piel. Es raro. Se siente extrañamente bien.
Agua viva es el baile entre dos fuerzas: el deseo y el agua. Inés sabe que es contradictorio, puesto que el deseo suele ser fuego vivo, una llamarada, el calor. En su caso, sin embargo, el agua no apaga incendios. Más bien opera como gasolina.
“Siento como un emparentamiento muy feroz entre lo acuático y lo deseoso en mí. O sea, es medio tarado lo que voy a decir, pero yo soy muy acuática. Realmente me siento bastante mejor en el agua que en el aire y no quiero salir de ahí. Me siento en mi lugar, y esa fascinación es la misma fascinación que siento cuando estoy haciendo una canción o tengo una idea para un video, que estoy como fascinada y queriendo jugar ahí y que nadie hable”, dice en entrevista con El País.
El disco, que es de lo mejor que ha dado la música uruguaya en 2024, es un hijo directo de la fascinación. También es un hijo de la obsesión.
Investigar el deseo, el último camino de la artista
Inés Errandonea llevaba años dándole vuelta a su vínculo con el deseo, tratando de entender qué tiene que la convoca tanto, en todos los sentidos. De alguna forma, Agua viva cobró sentido como una especie de autoinvestigación: “Empezó siendo desde el deseo compositivo, desde el deseo creativo, desde esa sensación como de: ¡ah!, estoy encendida y prendida. Fue como registrarme a mí, como una investigación en mi propia vida, cuerpo y emoción, pero todo sobre el deseo”.
Comenzó a escribirlo en pandemia y algunas de las canciones ya sonaron en vivo en la presentación de La vida real, una noche en la que hasta se cortó el pelo sobre el escenario. Lo cocinó lento, otra vez mano a mano con el productor Juanito El Cantor, y estuvo tocándolo y completándolo hasta último minuto. Hoy empieza a compartirlo en vivo, con un show íntimo en formato trío en Enriqueta (reservas a través de Instagram).
El primer corte fue “Arde”, que es un acercamiento casi animal a eso que le pasa con el deseo, una canción desenfrenada y atrevida que le valió hasta el entusiasta apoyo público de Jorge Drexler, algo que, confiesa, la alegró. “Me conmueve cuando alguien hace algo que no tiene por qué hacer, me reconmueve posta. Entonces, además de ponerme contenta, me emociona, me parece lindo, me alegró”, dice.
Los otros cortes fueron “Sábanas truchas”, a dúo con Martín Buscaglia y con un arreglo pop tan, digamos, “normal”, que cuando el productor se lo propuso, a Inés un poco le aterró; y “El sol está mojado”, con Alejandro y María Laura. En relación a las capas de sentido y a la riqueza instrumental y poética del disco, apenas adelantaron la punta de un iceberg.
Adepta a la rareza aunque no la busque a conciencia, Errandonea explica su creación a medias: “Como que no pienso mucho en nada mientras estoy haciendo. Más bien estoy lo más cerca posible mío, hago lo más honestamente posible, tratando de divertirme o de pasarla como el culo, pero con algo me esté interesando y fascinando. (...) Vivimos en un país en el que hay mucha música rara, y lo digo como algo bueno, entonces tampoco siento que soy una exponente del experimental, pero… Me sale lo que me sale”.
Quizás tiene que ver con que empezó a tocar la guitarra desde un lugar “inventado”, sin lecciones. Quizás es porque empezó a componer el mismo día que empezó a probar un instrumento. Quizás es porque demoró en lanzarse al oficio de hacer canciones, y una vez que dio el salto ya no hubo tiempo para el resguardo o la censura. Por algo de todo eso, en la portada de Agua viva (y en las de los cortes), Inés Errandonea está desnuda, fundida en tules que son como la marea.
Así, sumergido y envuelto, se siente el cuerpo cuando canta. Ese estado quiere darle al mundo.
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