ENTREVISTA
El cantautor español dialogó con El País antes del recital que presentará el 1º de agosto en el Auditorio Nacional del Sodre. “Tengo recuerdos muy bonitos de Uruguay”, comenta.
Los textos de Galeano y los poemas de Benedetti. Los panchos de La Pasiva y un Medio y Medio en el Mercado del Puerto. Los encuentros con Daniel Vigiletti y su paso por la Semana de la Cerveza. “Tengo recuerdos muy bonitos de Uruguay”, relata Ismael Serrano al otro lado del teléfono.
A tres años de su último recital en Montevideo, el músico se prepara para su regreso a los escenarios locales. Se presentará el lunes 1ª de agosto en el Auditorio Nacional del Sodre con la gira de Seremos, su último disco (entradas en Tickantel). Sobre eso dialogó con El País
—Ya pasaron tres años desde tu último recital en Uruguay. ¿Qué se siente volver a las giras luego de la pandemia?
—La verdad es que me pone muy contento. Fíjate que no hace tanto tiempo desde mi última visita, pero es como si nuestra concepción del paso del tiempo hubiera cambiado con esto de la pandemia. Todo queda como muy atrás y siento que hay unas ganas apremiantes de celebrar el encuentro. Eso le da un carácter muy diferente a los conciertos porque percibo las ganas de recuperar el tiempo robado. Además, la música se ha presentado como una herramienta terapéutica para sobrellevar la adversidad.
—“El tiempo perdido enseña a vivir”, cantaste en “Porque fuimos”. ¿Esa necesidad de revalorizar el encuentro está más presente que nunca?
—Totalmente. Esa canción del disco Seremos la escribí en la pandemia como una forma de conectar con el tiempo que había quedado congelado con la certeza del futuro, más allá de que en ese momento había pocas certezas. Creo que eso se ha instalado en nuestra vida: esa sensación de fragilidad respecto al futuro ya se ha adherido a nuestra idiosincrasia. De este lado del océano se vive esperando, con cierto fatalismo, a la próxima crisis económica. Por eso creo que hay tanta necesidad de aprovechar el momento.
—Frente a esa sensación de fragilidad, ¿a qué te aferrás para convencerte de que hay luz al final del camino?
—De la música seguro, porque es un espacio de encuentro con gente con la que compartes inquietudes y cuestionamientos de la realidad. Al no estar solo sientes que es más posible cambiar tu realidad.
—Y hay mucho de eso en el disco Seremos: elegiste celebrar la unión antes que hacer referencia a los aspectos más oscuros de la pandemia. A un año de su salida, ¿sentís que tomaste el camino correcto?
—Es lo que me surgió, pero ahora me da la sensación de que me faltó un relato de lo que hemos vivido; quizás salga con el tiempo. Lo que sucede es que creo que aún estamos atravesados por un trauma del que no somos conscientes. Siento que estamos en esa postura de que, mientras no se la nombre, la pandemia no existe. Y no sé si hemos pecado en ese sentido. Es raro que con la velocidad con la que opera Hollywood aún no se haya hecho una película con la historia del médico héroe que se enfrenta a la pandemia. Creo que, como sociedad, eludimos mirar hacia ese lugar porque nos aterra. Pero en algún momento tendremos que hacerlo y convivir con eso.
—Ahora que retomaste las giras, ¿con qué canción decidiste abrir tus conciertos?
—El disco, al igual que el concierto, empieza con la frase: “No soy el cantautor que vino a salvarte la vida”. Es una declaración de principios donde uno expone su fragilidad para definirse. Esa canción también habla de las contradicciones: “No soy el héroe ni tampoco el perdedor que llora frente al espejo”. Es que esa pose de perdedor que manejamos los artistas no se corresponde con una persona que vive de su arte, que en realidad es un privilegio.
—En “Derramando nuestros sueños” también te referís a las contradicciones: “Me hablaba de cursis cantautores engreídos, y apretaba contra el pecho un disco mío”. A su vez, en Twitter jugás con el prejuicio del cantante triste. ¿Cómo nace esa postura?
—Me río del tópico para, en cierta manera, reivindicarme. Tomo el prejuicio, lo desmonto y luego digo que la tristeza merece un espacio en nuestras vidas. En el fondo se trata de desmontar la caricatura, y la mejor forma de hacerlo es anticipándote al chiste. Los cantautores tenemos mucho mejor humor que los cómicos, porque cuando hacen chistes sobre ellos se lo toman bastante a mal.
—Supongo que en algún momento sí te debe haber molestado que te tildaran de cantautor triste, ¿no?
—Lo que me molesta son los prejuicios, porque ellos se lo están perdiendo (se ríe). Es una cuestión personal la de decir: “Joder, te perdiste la oportunidad de conocer algo”. Los prejuicios son una mierda porque generan un desencuentro innecesario. Sé que hay gente que entiende lo que hago, pero que no le interesa en absoluto porque prefiere bailar hasta que el mundo reviente. Es legítimo. Lo que sí me molesta es que exista gente que no haya llegado a mi música por haberse encontrado con la piedra del prejuicio.
—La reivindicación del espacio para la tristeza alimenta los tres capítulos de "La canción más triste del mundo", la miniserie que publicaste en tu canal de YouTube. ¿Cómo surge la idea?
—Lo hice porque vivimos en una cierta tiranía respecto a la sonrisa permanente. Es la proyección del espejismo que presentan las redes sociales porque lo único que vemos allí son vidas perfectas y cuerpos absolutamente irreales. Tenemos que asumir que, de vez en cuando, necesitamos estar tristes. No nos permitimos transitar el duelo y eso me parece sumamente enfermizo porque revela que, en algún punto somos una sociedad infantilizada. Nuestro discurso está perdiendo matriz y queda en lo superficial. (Hace una pausa) Claro, es que transitar el duelo conlleva un ejercicio de introspección y de reflexión en profundidad que no se nos puede permitir porque estar tristes representa estar con nosotros mismos para cuestionarnos muchas cosas. Sin embargo, ahora no queremos que nadie se cuestione nada; preferimos ser máquinas que avanzan y que proyectan su versión más simplificada en las redes sociales. Entonces, me rebelo ante esa tiranía porque si no nos permitimos esas experiencias salimos averiados. De hecho, ya estamos averiados porque somos incapaces de empatizar con el otro y no somos capaces de profundizar en nuestras relaciones, expresiones y discursos. Es el resultado de frivolizar cualquier tipo de discurso.
—Eso es justamente lo que sucede cada vez que se habla de salud mental. Es difícil permitirse estar trsite cuando te encontrás con cientos de videos que dicen: Con una actitud positiva todo se resuelve; levántate de la cama".
—Y ni siquiera eso. Lo más perverso es la culpabilización de la tristeza con las frases como: "Si estás triste es porque quieres". Es como la camiseta de Paris Hilton que se volvió meme y dice: "Deja de ser pobre"; va por ese lado. El "no estés triste" es lo mismo... lo correcto sería decir: "Hombre, déjame entender qué es lo que me está pasando" y evitar ese rollo perverso. Si has perdido a alguien y no estás triste, eres un puto psicópata. Es como si quisieran que nos convirtiéramos en psicópatas.
—Volviendo a la gira de Seremos, esta serie de recitales coincide con tus 25 años de carrera. ¿De qué manera la música te ha ayudado a entender ciertos aspectos de tu vida que, de otra manera, hubieras puesto en palabras?
—Las canciones te enseñan y te hacen notar tu incapacidad para renunciar y asumir la pérdida. Los músicos no sabemos hacerlo y nos aterra el paso del tiempo y la soledad. Pero luego aprendes que nada es tan urgente ni tan definitivo. Madurar es, al menos para mí, entender que cada vez que eliges algo estás renunciando a otra cosa. Por eso escribí “Soltar”, que habla del desamor pero sin rencor. Tenemos que entender que nadie se va a morir de amor.