ENTREVISTA
El músico charló en exclusiva con El País tras el recital histórico que dio el 17 de diciembre en el Estadio Centenario: música, canciones, feminismo y más
Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.
Sentado en el fondo de su casa de La Floresta, con el café servido y el cuerpo largo acomodado en la silla mecedora, Jaime Roos llena respuestas de silencios y de espacios. En esos ratos donde busca la próxima palabra, la siguiente imagen a construir, los pájaros rompen la quietud con un canto mínimo y entonces Jaime dice, por ejemplo, que hace días que está feliz.
Los últimos cinco fueron meses de “exilio”. El músico se instaló en Montevideo para poder estar encima de cada detalle de cara a la concreción de Mediosiglo, y acaba de volver a casa. Por unos días, miró su jardín verde y solo vio un manto, un color uniforme. Ahora que ya se adaptó reaparecen las hojas, las flores, los detalles. Los recuerdos de una noche histórica, sin embargo, están lejos de ser memoria viva.
La foto más nítida que tiene del 17 de diciembre, cuando volvió a los shows ante una Tribuna Olímpica de entradas casi agotadas para confirmarse como la figura cultural de 2021, es la de la caminata hacia el escenario. “Yo iba charlando con el Zurdo (Bessio), con el Monte (Gustavo Montemurro), recordando cuando hicimos el himno en el partido de Uruguay - Costa Rica en 2009, cuando clasificamos para Sudáfrica. Tenía una enorme responsabilidad sobre mis hombros. Y en ese momento me vino un clic de felicidad en estado puro”.
Después, Jaime sabe que fue feliz, que está feliz, aunque la primera sensación haya sido de alivio y aunque todavía nadie haya entendido verdaderamente lo que ocurrió. Los mensajes que le llegan de su “plantel”, su banda, repiten constantemente una pregunta: ¿cómo fue que pasó lo que pasó en una noche inolvidable?
“Porque si estás conduciendo un semirremolque a 150 kilómetros por hora en medio del tránsito, cuando te preguntan: ‘¿Che, qué pasó en tal curva?’, no tenés idea”, dice a El País.
El show del 17 de diciembre fue eso: un camión con remolque a toda velocidad por una ruta pavimentada de canciones transgeneracionales, la mejor manera de llegar a destino.
"La perilla del marketing siempre estuvo apagada"
Un enfermo del sonido. Un beatlemaníaco. Un anfitrión que tiene que lograr que todos en su fiesta pasen bien y vivan una experiencia significativa. Un músico por vocación. Jaime, que así se define a lo largo de la conversación, dice que tenía ganas de cantar “Retirada” como la concibió en el invierno europeo de 1977, con esa intimidad, esa emoción. Dice que en Mediosiglo “había que colgar cuadros de distintas épocas” porque esto no fue arte en movimiento sino una muestra retrospectiva de lo que llama “canción popular”.
Dice que no quiso escenografía ni visuales porque para enfocar la atención en algo, estaba la banda. Que quiere hacer los 20 shows que inicialmente pactó con la productora AM y que aunque no puede dar fechas, habría presentaciones este verano. Que está en marcha un documental sobre todo este periplo y que dos días antes del concierto, Hugo Fattoruso le mandó un mail deseándole éxitos y que él le respondió: “No tenés idea de la alegría que me das”. Dice que las cosas de familia se arreglan en familia. Y que la música es una de las pocas cosas que lo hace llorar.
—¿Y cuándo fue la última vez que lloraste?
—Hace poco, escuchando “Long Time Gone”, de Crosby, Stills & Nash. Hace poquito, la busqué en Spotify y la puse. Y cuando entra la murga… Esa murga, ¿viste? Crosby, Stills & Nash. La mejor murga son los Beatles, y después vienen ellos.
—¿Cuál completa el podio?
—Y, Patos Cabreros de 1960.
Entonces se ríe, como se rió tantas veces a lo largo del show. Y entonces habla.
La canción popular, dice, “es una rama del arte que todavía no ha sido reconocida como tal. Cuando le dieron el Nobel a (Bob) Dylan, le dieron el premio de literatura y hubo lúcidas voces que dijeron: ‘No, no es literatura, son letras de canciones’. Existe un objeto artístico llamado ‘canción popular’ que no es música ni literatura. Y no existiría de no haber sido por la tecnología que hizo posible la fijación del sonido. Y estamos asistiendo al fenómeno de que objetos de música popular han comenzado a ser considerados clásicos, porque han trascendido su tiempo y se convierten en piezas invalorables, de enorme belleza, inimitables. Gardel cantando 'Volver': ¿qué es eso? ¿Cuánto vale?”.
—Una de esas piezas podría ser “La hermana de la coneja”, la gran ausente del Estadio. ¿Por qué decidiste no hacerla?
—Primero, porque no tenía ganas de cantarla. Y segundo porque el Flaco Raúl (Castro), su letrista, declaró públicamente que considera que su letra es machista. Entonces más allá de que yo no la considero machista, me pareció que no tenía sentido cantarla cuando uno de sus autores reniega de la canción. Listo. Cero drama.
—¿Cuál fue la canción que más te costó dejar afuera?
—“Vida número dos”. Porque la preparamos, pero no la quise hacer en el Estadio: me di cuenta de que no era para ese ámbito. Hubo un par de personas que se quejaron públicamente de que no hice ninguna canción de Fuera de ambiente y aprovecho la ocasión para decirles que tienen razón. Y volvemos a lo mismo: cuando uno es anfitrión quiere que la gente la pase bien. En otros escenarios vamos a hacerla.
—Pero el anfitrión tiene margen para sus caprichos, y no fuiste tan caprichoso.
—Depende de dónde se le mire. Yo tomé decisiones. En el Sodre íbamos a hacer “Pirucho”, la canción más estrambótica de las que he grabado. Pero lo veo como una cuestión de ubicación. Yo no me subo al escenario a dar cátedra, a educar el oído de determinado sector del público. Así no es. (...) Y me siento muy feliz de haber podido hacer cosas que consideraba buenas y que hayan sido del gusto de la gente. Partamos de la base de que siempre escribí desde la sinceridad más absoluta. No hubo ninguna canción escrita buscando el éxito, ninguna. La perilla del marketing siempre estuvo apagada. Y considero una suerte que determinados estilos que me gustaban sinceramente, terminaran teniendo el mismo núcleo esencial que el de la gran audiencia.
—Pensaba en “El grito del canilla”…
—Sí, que El Pulpa (Méndez, Maxi) la empezó a cantar y a la segunda línea ya estaba el público entero cantando. Me llamó muchísimo la atención.
—Esa es una canción que, en tanto jingle publicitario, está asociada al marketing.
—Sí y no. Fue escrita como un institucional para el diario en que estás trabajando. Cuando Daniel Scheck me llamó, le dije: “Mire que yo no hago comerciales. Si hago una pieza publicitaria tiene que ser una canción sincera y que no diga cosas como: ‘compre este objeto’. Y además no acepto correcciones en la letra”. Supuestamente me iba a decir que no y me dijo: “Sí, cómo no”. Entonces se me ocurrió cantarle al canilla, al que ya le había hecho un homenaje sonoro en “Durazno y Convención”. En los hechos fue una publicidad, pero la esencia es cien por ciento sincera. Estuve 25 años sin cantarla en vivo, porque cargaba con el estigma de cómo voy a hacer una publicidad, hasta que un día dije: tengo que ser aún más libre. Y la tomo como una canción cien por ciento legítima de mi repertorio.
—Uno de los detalles sonoros de Mediosiglo fue la participación del flautista Pablo Somma. ¿Cuándo entró?
—Con Pablo trabajamos en (el disco) Fuera de ambiente, pero llegó un momento en que tuve que cerrar la nómina de músicos porque íbamos a terminar siendo 40. Entonces cuando Hugo Fattoruso dejó de estar en la composición original de la orquesta, dije: no voy a convocar a otro tecladista porque Hugo no tiene sustituto, pero por otro lado siempre quise llamar a Pablo. Y así fue que entró. Y creo que fue un detalle realmente elegante.
—¿En algún momento sentiste la presión de incorporar mujeres a esta banda?
—No, eso sería despreciar a la mujer. Yo soy feminista de antes de que vos nacieras, de forma consciente; de forma no consciente, creo que desde niño. Ahora, el repertorio tuvo que ver. Si hubiera incluido temas donde necesitaba el sonido de la voz femenina, por supuesto que hubiera armado un sector de voces, que de todas maneras extraño. En mi banda ideal quisiera tener cuatro mujeres solistas y al mismo tiempo coristas, de la misma manera que extraño una sección de vientos, un contrabajo, un bandoneón. Si algún día hubiera un proyecto estatal, institucional, cultural que me ofreciera hacer una Filarmónica popular con 40 integrantes, debo decirte que hay cupo para todos. Me encantaría poder hacerlo. Esta en realidad es la banda más numerosa que he tenido en mi vida, ha sido un gran avance para mí y se ve en el escenario, porque puedo disponer de los colores necesarios para cada canción. Después está lo otro, mujeres instrumentistas. En esta banda hay 13 hombres instrumentistas. Podrían ser 13 mujeres. Por qué no hay una batea de mujeres que esté al mismo nivel de La Tríada para poder elegir, y así sucesivamente, da para una larga conversación que trasciende lo artístico y va a lo sociológico e histórico. De todas maneras, vamos por buen camino. Los integrantes de La Tríada dan clases y Raúl García me dijo que hace dos años no tenía ninguna mujer entre sus alumnos, y este año tuvo cinco. Es un proceso histórico.
—¿Escuchaste la canción “Jaime R.” que lanzó Niña Lobo?
—La escuché y me sentí… Fue una caricia para el alma, decir “honrado” es más acartonado. Me retrotrajo a ese sonido de los discos de Julee Cruise, cantante de varias películas de David Lynch. Ella hizo dos o tres discos que me gustaban mucho y no me preguntes por qué, pero esa canción de Niña Lobo me retrotrajo a ella.
—Si bien hubo muchos músicos entre el público, en la platea del Estadio estaba por ejemplo Juan Wauters, que grabó una versión muy personal de “El hombre de la calle”. Incluso en este período de “reclusión”, mantuviste un vínculo muy cercano con varias generaciones de la música uruguaya. ¿Te interesa activamente no perder ese vínculo?
—Y claro. Es que vengo de una corriente en donde todos fuimos la prolongación de los demás. Nunca hubo un alicate que le cortara el cable a la música uruguaya. Yo tuve la dicha, el privilegio de poder grabar con mis maestros; solamente me faltó hacer música con Zitarrosa, que se fue muy joven. Pero con todos los demás tuve el privilegio, porque cuando uno tiene un ídolo de niño o adolescente, nunca deja de serlo. Haber grabado con Rada, Dino, Los Olimareños, El Sabalero, ¿sabés lo que fue para mí? Pero de la misma manera que miré para atrás siempre miré para adelante, y me angustiaría mucho perder el contacto con músicos nuevos.
—Al final todo lo que pasó —los cambios de locación, las reprogramaciones y por lo que mencionás de Somma, la salida de Fattoruso— confluyó en una noche histórica. Como dijiste en el Estadio: quién lo diría.
—Mirá, si me pongo místico, empiezo a pensar que el que maneja los algoritmos —así le digo a Dios— lo planificó. Porque ni la gente ni vos se imaginan todas las otras cosas que sucedieron en paralelo, muy complejas, que pudieron haber hecho que todo esto volara en pedazos. Esta sensación sigue siendo compartida con el plantel: ¿cómo fue que pasó?
Tres hitos del show en el Estadio Centenario
La unión de "Las luces del Estadio" y "Retirada"
"'Las luces del estadio', en su versión original del álbum Sur, termina con un silbido. Es un arreglo de cellos y bandoneón fuertemente influenciado por Piazzolla, y arriba hay un solo de silbido hasta el final del tema. Cuando hice la grabación en vivo para Esta noche el silbido todavía estaba. Cuando la incluí en Concierto Aniversario me aburrí del silbido, pero después del 'De qué te reís', tenía que aparecer algo, entonces le pedí a Nicolás Ibarburu que arrancara con la versión instrumental de 'Retirada', a la cual le puse 'Se va la murga'. Y ese enganche quedó muy bien", explica Jaime Roos.
"Ahora, en 2012 la enganchamos con 'Retirada' y quedó a medio camino. Esta fue la revancha. Tienen que ir juntas, no me preguntes por qué. Están en La menor las dos, pero más allá de eso no tienen nada que ver. Ahora, 'Las luces del Estadio' es una canción que se zambulle en el fondo del alma, y 'Retirada' también. En este momento me está bajando un mail de recuerdo de que me dio mucha felicidad cantarla".
"'Retirada' augura, de una forma mucho más dramática o melancólica, 'Los Olímpicos'. Lo que pasa es que en 'Los Olímpicos' se le toma el pelo a una situación muy dura desde la óptica del carnaval, del humor negro. Acá es alguien que se va pero a pesar de que se va, se contradice. 'El mundo es uno solo y la nostalgia es espejismo nomás', y después dice: 'El rumbo es uno solo y las nostalgias señalan al sur'. Es curioso que dentro de la misma canción aparezcan ideas contradictorias entre sí".
"Good Bye (El tazón de té)" y la "ubicación" en los shows
“'Good Bye' es una canción que a primera sangre ya te hace sentir más o menos bien. En cambio hay otras que son de personalidad más complicada, y que necesitás buscarle la vuelta para comenzar a comprenderlas y posiblemente disfrutarlas. Como beatlemaníaco, los temas de Lennon de Revolver en adelante me exigían tres escuchas para realmente entrar en tema y poder disfrutarlos a pleno. Los de McCartney, una o dos veces. Fíjate vos. Ahora, si yo estoy tocando una canción complicada para alguien que la escucha por primera vez, ¿qué querés que espere? Es una cuestión de ubicación", dice para explicar las decisiones que prioriza a la hora de armar un repertorio para un show en vivo.
El arreglo de "Tal vez Cheché"
La interpretación de "Tal vez Cheché", uno de los clásicos del disco Mediocampo de 1984, fue uno de los puntos más altos del show en el Estadio, con un solo de batería de Martín Ibarburu y un gran lucimiento de toda la sección rítmica.
Sobre la versión mostrada, Jaime explica: "Este arreglo toma como base el de Mediocampo, porque están los tambores de candombe. Y se incorpora el solo de Martín Ibarburu, que fue agregado en un momento donde no teníamos tambores. Fue una idea peregrina para determinada temporada. Yo escuché sonsear a Martín con ciertas cosas y le dije: '¿Qué tocaste?' '¿De qué me estás hablando?' '¡De eso que tocaste!' Recuerdo cómo nació eso en un ensayo medio vertiginoso. La versión que hicimos en el Estadio recupera el arreglo de Mediocampo y se mantuvo el solo de Martín. Y hay una parte cerca del final donde para la sección rítmica, quedan solamente las guitarras y el teclado y yo me convierto en un hincha de Fénix, pegado al alambrado y gritando cualquier cosa, y eso también se incorporó más adelante. Me gusta esa parte, esos hinchas que agarran el alambrado de púa con los dedos y gritan cualquier cosa. De eso se trata".