En noviembre,Joelle Levy vivió un momento de gloria en el Velódromo Municipal. Recién había caído la noche y aún faltaba para que María Becerra saliera al escenario cuando se lanzó a cantar “Talking to the Moon”. Parada en el centro del escenario y acompañada únicamente por los acordes melancólicos de un piano, versionó la balada de Bruno Mars con tanto compromiso que, sin tener que pedirlo, un mar de flashes de celulares iluminó el campo. Se llevó una ovación.

Cuando recuerda aquella noche, Joelle sonríe. “Lo de las lucecitas fue algo hermoso e inesperado”, comenta a través de una videollamada desde Buenos Aires. “Abrir el show de María para un público tan grande y que me hayan recibido tan bien por más de que no se sepan mis canciones fue precioso”.

Es que, además de su versión de “Talking to the Moon”, la argentina cantó varias de sus composiciones. Interpretó el pegadizo reggaetón “Arrepentido”, un R&B con tintes funky llamado “Va lento” y la balada con hi-hats traperos “Sin lágrimas”. La versatilidad que maneja la cantante de 21 años fue tan eficaz que cuando terminó su set se quedó un largo rato cumpliendo con pedidos de fotos. “Nunca me había pasado algo así”, cuenta sobre el que, además, fue su debut internacional. “Ya pasaron varios meses, pero cuando anuncié un show en Buenos Aires me llegaron muchos mensajes pidiendo que vuelva a Uruguay”.

Y si bien aún no tiene planes concretos para volver a Montevideo con un show propio —ganas, dice, le sobran—, Joelle dedicó este tiempo a sumar varios hitos a su incipiente carrera. En marzo fue parte del festival Lollapalooza Argentina y en abril lanzó Ikigai, su primer disco. El título captura la convicción de la argentina ante su música: es una expresión japonesa que se traduce como “misión de vida”.

Además de expandir esa versatilidad que había mostrado en su set del Velódromo, el álbum cuenta con otra particularidad: reúne a las 10 primeras canciones que escribió en su vida. Es una fotografía de una etapa fundacional que nació como ejercicio y, sin buscarlo, se transformó en obra. “Estaba trabajando en la constancia de escribir algo todos los días. Podía ser una frase, un poema, algo que me pudiera servir en una canción o lo que fuera, pero algo tenía que salir”, comenta la artista, hija de una directora de cine y un mánager (José Levy, que trabaja con Becerra).

La primera fue “Sin lágrimas”, que aborda el dolor de enfrentarse a un engaño amoroso, y Joelle sintió que algo se había desbloqueado. Fue ahí que el “Ikigai” del título —que se había tatuado en la mano apenas salió del liceo— cobró sentido. “Lo lindo de haber usado mis 10 primeras canciones es que entre ‘Sin lágrimas’ y ‘Arrepentido’, que fue la última que escribí, se nota un proceso muy lindo”, dice y se centra en su forma de enfrentarse al canto. En ese sentido, “Corre el sudor” es el punto alto del disco. Es un R&B en el que Joelle, que escupe las frases como una confesión casi visceral, lleva su voz al límite mientras ruega por cerrar una relación conflictiva: “Quiero tu ausencia un momento, / Que ya no controles mi cuerpo, / Quiero que salgas de la historia de una vez”.

La mayor parte de Ikigai está producido por Xross, quien ya trabajó en éxitos de María Becerra como “Corazón vacío” y “Primer aviso”, y esa unión le permitió explorar sus intereses musicales. Es por eso que en el álbum conviven de manera tan natural el pop, el rock, el dancehall y el R&B. “Quedé muy contenta con el resultado final porque tanto con el productor como conmigo misma pude indagar en géneros musicales, y trabajar para ver hasta dónde llevaba mi voz o saber qué me animaba a decir e mis canciones”, celebra.

Canciones como “Arrepentido” y “Dama” tienen 150 mil reproducciones en Spotify cada una, y el disco se acompaña de una serie de videoclips dirigidos por Florencia Laurenzi que completan la experiencia. Se recomienda empezar por “Esa latina”, en el que además Joelle rapea a una velocidad vertiginosa.

“Haber escrito un álbum entero luego de haber salido de la secundaria me llena de orgullo”, dice al repasar el camino de Ikigai, ese disco que funciona como fotografía de un camino que recién comienza, pero que ya da sus frutos.