Jorge Drexler atiende la llamada de El País desde La Paloma, su lugar en el mundo. A principios de mes fue parte del Festival de la Canción de La Serena y presentó tres shows agotados junto a Kevin Johansen y diferentes invitados por noche en el Cine La Paloma, la misma sala donde en los setenta vio películas como Doña Flor y sus dos maridos. “Fue muy emocionante volver a ese lugar, tocar con Kevin y ver ese encuentro espontáneo entre músicos”, asegura sobre el ciclo que recibió a artistas de siete países (ver recuadro).
“El festival es un nodo de contacto entre músicos y un dínamo creativo”, asegura. “Está ubicado en una playa hermosa y en un lugar ecológicamente privilegiado, y por eso, queremos que sea un foco de conciencia ecológica: estamos trabajando con el cuidado de las dunas y con un proyecto para evitar la contaminación lumínica”, adelanta.
Ahora está listo para dar inicio a "Jorge Drexler, de oeste a este", una gira que iniciará este sábado en la Plaza de Toros de Colonia (entradas en RedTickets), continuará el martes 30 en una fecha compartida con Ana Prada en el festival Canelones Suena Bien y el jueves 1° de febrero en Enjoy Punta del Este (ingresos en la web de SuTicket).
—El sábado vas a empezar con la gira de tres fechas por Uruguay, y además de ser de lo último que presentás con tu banda, va a tener un significado especial por lo que representan estas fechas. “Todo brillo es oro bajo el lente leve del verano”, cantabas en “Cerca del mar”. ¿Qué significan estos shows?
—(Se ríe al escuchar la cita) Hay algo muy especial que me doy cuenta de a poco, tanto con mi primera participación en La Serena como los tres conciertos, y es que hace muchísimo tiempo que no tocaba en enero en Uruguay. Y gratis al aire libre, como voy a hacer en Atlántida, más tiempo todavía. Eso es un signo de una resignificación de mi relación con el país. Llegó un punto en la vida en que sentí que tengo que estar en mayor contacto con mis raíces. Hace casi 30 años que vivo en España y allá me siento muy en casa, pero sentirme cómodo no es lo mismo que sentirme parte. En La Paloma sí me siento parte, y es el lugar en el que quiero poco a poco arraigarme. Me da mucha alegría venir a cerrar la gira con la banda en Uruguay y es muy importante para volver a tener más conciertos en verano acá y en la región. Es algo que durante mucho tiempo no hice porque eran mis vacaciones, pero ahora las extiendo un poco y las mezclo con trabajo, cosa que dicen que no hay que hacer pero que termino haciendo (se ríe).
—En 2022, cuando actuaste en el Antel Arena, tocaste "La luna de Rasquí" y dijiste que hay lugares en el mundo donde la pena no entra y que "el punto ciego de la pena" estaba en esas horas que pasaste junto al público. ¿De qué manera la música y los conciertos funcionan como antídoto, aunque sea efímero, de esa pena a la que hacías referencia?
—(Piensa) Bueno... Yo creo que uno no tiene que escaparse de la pena y que si te toca el duelo no hay que meter ese momento bajo la alfombra, sino que uno tiene que ser consciente de lo que vive. Dicho esto, cuando uno está en un mundo con un grado de conflicto como el que vivimos y en el que habitualmente estamos en un zapping continuo entre redes sociales y realidades, y se sienta en una sala para prestar atención a un repertorio, se produce algo milagroso. Hay un montón de cosas interiores que suceden y que tienen que ver con sanar un montón de dolores, con emocionarse y hasta con sentir cosas de forma física, porque se te llenan los ojos de lágrimas o se te erizan los pelos de la piel con lo que ves en el escenario. Y cuando eso sucede, uno se da cuenta de que esa es una de las principales razones por las que está en esto.
—Ya que mencionaste que hace 30 años que vivís en España y yo te cité una canción de Radar, en diciembre se cumplen tres décadas de los shows que le abriste a Sabina en el Teatro de Verano y que te cambiaron la vida. Ese encuentro ya está narrado en “Pongamos que hablo de Martínez” pero, ¿en qué pensás cuando recordás la previa? ¿cómo ves a aquel Jorge que recién sacaba su segundo disco?
—En ese momento yo estaba haciendo el posgrado de otorrinolaringología, trabajaba como ayudante de cirugía de mi viejo y estaba presentando Radar. Tenía 30 años recién cumplidos y había empezado tarde mi carrera musical. Me sentía realmente con muchas ganas de entrar al circuito musical uruguayo, pero estaba muy por fuera. Yo era, todavía, alguien que se pagaba los discos con la medicina. Todavía recuerdo el shock que sentí cuando Pedro Aznar me mandó decir a través de un amigo periodista que lo fuera a visitar porque le había gustado mi disco. No podía creer que lo que yo hacía le gustara a otro colega, porque era algo que claramente no sentía en Uruguay. También me acuerdo que Rubén Olivera fue supergeneroso conmigo, pero más allá de él y otros músicos yo era realmente un outsider. Entonces, cuando fui a hacer de telonero de Sabina me sorprendió muchísimo que la puerta que se abrió viniera de ahí porque, además, yo estaba muy al tanto de la música española ni conocía excesivamente a la obra de Sabina. Es más, lo que más me sorprendió fue que las puertas no se abrieran en Argentina o Brasil, que eran los lugares que yo miraba con mucha codicia. Unos meses antes,Rubén Olivera me invitó a ser parte de su show de apertura del concierto de Caetano Veloso en el Teatro Solís. También fui telonero de João Bosco...
—Bueno, en Radar hay mucha influencia de la música brasileña...
—Sí, y todas mis miras estaban puestas ahí. Entonces, cuando se abren las puertas de España de un artista que conocía poco y que no hacía mi estilo musical, quedé muy sorprendido. Pero lo más impactante fue la revelación de conocerlo: fue como estar frente a un pájaro que ve todo con perspectiva. Con escuchar tres acordes de mi guitarra y hablar cinco segundos supo cómo era mi estilo, cuál era mi punto en común con colegas argentinos y peruanos y qué tenía que hacer y cómo. Por eso en “Pongamos que hablo de Martínez” digo: “Vos me augurabas oropeles y ultramares”. Joaquín me expuso delante de un oráculo y me dijo que vaya a España porque la gente está pendiente de la canción de autor y le va a gustar lo que hago. Además me dijo que probablemente Víctor Manuel y Ana Belén me llamarían para escribir con ellos, que luego trabajaría con una editorial y más adelante una discográfica... Y todo eso pasó de manera literal. Joaquín tenía razón en que había una escucha abierta para la canción de autor y que yo encajaba en ese corsé. Al principio estuvo muy bien, pero luego se volvió un poco asfixiante y pasé mucho tiempo intentando salir de ahí.
—En 2022, cuando publicaste Tinta y Tiempo le comentaste a El País que cada vez que empezás un disco tenés una “crisis de autoestima compositiva”. Cuando eso te pasa, ¿te da miedo convertirte en el personaje de “Nominao”, aquella canción que grabaste con C. Tangana?
—Dejame pensar. ¿Cómo era? (Hace una pausa y tararea el fragmento del “antes venían a verte, ahora no pueden ni verte”). Bueno, en realidad, ese personaje es más C. Tangana que yo; yo tengo miedos diferentes (se ríe). Él juega mucho con el malditismo y el personaje decadente y venido a menos. Habla con una negatividad bastante marcada y eso me encanta porque el tipo te expone de entrada todos los defectos de su personaje y uno se reconcilia con el lado canalla que todos tenemos pero del que no nos animamos a hablar. En ese sentido, a C. Tangana lo veo como un heredero de Sabina al exorcizar excesos ajenos exponiéndolos como si fuesen propios. Lo mío es distinto.
—¿En qué sentido?
—Que mi miedo no es al fracaso o a la decadencia. Yo le tengo miedo a la consagración, que es exactamente lo opuesto. Me da miedo acomodarme y pensar que los premios son mi carrera, y que eso me quite el hambre por escribir, por exponerme y por hacer cosas nuevas. Una vez me dijeron una frase que me marcó: “Cualquier persona con un mínimo de talento se puede recuperar de un fracaso, pero es muy difícil recuperarse de un éxito”. En el momento en que vos mirás a la Gorgona, que es el éxito, a los ojos te transformás en una estatua y sos una entidad muerta. Ese es mi gran miedo: que, de repente, el mundo a mi alrededor y que mi equipo, mi discográfica y el público me ponga en un lugar como estatua y que yo me lo crea y me mire el ombligo con autocomplacencia. Ser un beautiful loser tiene un atractivo buenísimo, porque si nadie te escucha estás solo para hacer lo que querés. El problema es cuando todos te miran...
—Bueno, la clave para evitar convertirte en una estatua está en la letra de “Movimiento”, de Salvavidas de hielo: “Si quieres que algo muera, déjalo quieto”. En cada uno de tus discos te desafiás a hacer un sonido distinto, y creo que eso te evita caer en la autocomplaciencia. ¿Cómo lo ves vos?
—Es exactamente eso. Es el concepto de movimiento porque si vos te quedás quieto, te transformás en una estatua y dejás de ser un ser vivo. Además, la vida es cambio en sí porque las células están todo el tiempo moviéndose y los átomos cambiando. Además no hay que tomarse el éxito en serio porque por más de que sea de una escala menor, con muy poquito éxito que uno tenga alcanza para volverse un imbécil (risas).
Cómo fue la experiencia de La Serena
“Fue muy emocionante por muchísimas razones", asegura Drexler. "Originalmente, La Serena no era un festival; era como un encuentro espontáneo de artistas, donde cada uno se pagaba su alojamiento y venía a disfrutar, sobre todo de la convivencia de músicos de países como México, Brasil, Argentina, Chile y Colombia. Fue, durante muchos años, un lugar para encontrarse, pero como en esos días de enero no quería confundir trabajo con vacaciones, prefería no participar. Sin embargo, como estoy tan arraigado a La Serena, este año a Kevin Johansen y lo invité a hacer tres conciertos en el Cine de Paloma, un lugar al que estuve muy vinculado porque desde los setenta vi muchas películas ahí, a tocar con distintos invitados por noche. Fue muy emocionante tocar ahí, y muy emocionante ver ese encuentro espontáneo entre músicos”, agrega.
“El festival tiene mínimos recursos pero es rico en experiencias artísticas y humanas. Nadie cobró un cachet, pero sí un viático muy mínimo", explica. "Sin embargo, le espíritu de La Serena es que la gente disfruta tanto de venir aquí, que participa por razones extraeconómicas. Además, los artistas están dispuestos a interactuar, que es lo justamente hicimos con Kevin en nuestros tres conciertos. Este es un nodo de contacto y un dínamo creativo, y por eso se juntan músicos de toda Iberoamérica para crear juntos y establecer vínculos que se continúan a lo largo del año".
"Ainda, por ejemplo, grabó con Tó Brandileone; David Aguilar trabajó conmigo y, además, yo grabé una canción con Anavitória, el dúo pasó tiempo atrás por el festival. Son, literalmente, ciento de conexiones que siguen a lo largo del año. Queremos que La Serena sea un hub de la canción y del pensamiento, porque además en La Nodriza había pequeñas charlas y conferencias al estilo TED en la que participaron Alejandro Sequeira y Alejandra Melfo. La gente se juntaba a cantar y a pensar".
"Pero, además, queremos que tuviera un foco de conciencia ecológica. Por eso, hemos estado trabajando con la asociación de vecinos de La Serena y con su comisión de medioambiente, y se generaron unas ideas buenísimas", añade. "Plantamos un butia simbólico y a la vez trabajamos en un proyecto para evitar la contaminación lumínica que nos está robando el cielo en la noche. La idea es tener un tipo de luces cálidas y apantalladas que te permiten tener iluminación en la calle, pero a la vez no perder el cielo, que es el patrimonio del lugar. También estamos trabajando con los cuidados de las dunas”, cierra.