ENTREVISTA
Níquel toca este sábado en el Teatro de Verano, y por eso su líder charló con El País sobre su presente, el regreso de la banda y el rock del siglo XXI
"Si esto no es rock...", dice Jorge Nasser mientras sala un corte de carne. Iba a recibirme en su casa, pero horas antes me pidió trasladar el encuentro a El Luichi, un “comedor piquetero”, dirá varias veces, en el que juega de local. Y ahí estamos, él con la parilla de fondo y el personal del lugar listo para que esa sesión de fotos, entre chorizos, croquetas y el estridente color de las paredes, sea lo mejor posible.
Todo —la actitud de los que lo ayudan, las imágenes, la entrevista— tiene que ver con Níquel, el viejo amor al que volvió y con el que este sábado a las 21.00 llegará al Teatro de Verano. El show lo abrirá el cuarteto La Dulce, tendrá invitados y recorrerá un repertorio de varias épocas. Quedan entradas a la venta en Abitab.
“Si esto no es rock”, dice Nasser, que ha hecho una carrera musical siempre en contacto con el mote de “terraja” que le ha impuesto cierto público. Se lo digo, cuando el asado queda de lado y sobre la mesa solo hay mate y café.
“Y claro, porque soy un grasa”, responde. “Un working class hero. Bah, hero no sé. Working class child”.
Níquel, la banda de rock que alcanzó su popularidad en la década de 1990, estuvo activa hasta 2001 y en 2019 anunció su regreso. Lo concretó en 2020, con una previa en Magnolio Sala y un show contundente en el Auditorio del Sodre del que salió un disco en vivo. Entonces, con Nasser volvieron Pablo “Pato” Dana, Wilson Negreyra, Roberto Rodino y, en lugar de Pablo Faragó, el guitarrista Gonzalo De Lizarza.
La formación actual ya no incluye a Dana, pero sí tiene a Enrique Sosa, Pablo Gómez y Daniel González. Y ya editaron “Lenguas”, el primer y prometedor adelanto de su nuevo disco de estudio.
De vuelta en la trinchera del rock, Nasser dice que se siente como antes, “provocando”. Dice también que por haber transitado tiempos políticos y sociales oscuros, las bandas de los ochenta y noventa siempre tienen “algo para decir”, y que lo importante es decirlo bien. “Y es un poco la percepción que tuve con la salida de ‘Lenguas’, que la gente se copó bien. Eso es buenísimo, ¿y qué más? No hay mucho más. Por ahí cuando estaba como solista, dirigido al terreno del folclore, llevaba una hoja de ruta con lo que quería hacer. Acá no”.
—¿Pero eso se debe a estar otra vez con Níquel o a un momento de tu vida, que estás más grande y quizás ya no querés correr tras la zanahoria?
—Es una mezcla. Pasa que me enfrenté al dilema existencial de que tenía ganas de tocar rock, y si lo hacía, ¿tenía que invitar a los de Níquel o ponerme con cuatro peludos con 10 o 20 años menos que yo? Y lo de buscar a mis compadres lo sentí, no tuvo una razón. Yo cuando toco rock me siento el de Níquel, y asumir eso vino implícito con esto. Sí, yo soy el de Níquel. Y me di cuenta que éramos más un brotherhood, un colectivo como los Allman Brothers, con gente que entró y salió. Un fenómeno que no encajaba, y que ahora me cerró. ¿Vos tocaste en Níquel? Ta, vení y tocá. Y así pasó que Daniel González, que hoy toca la viola y hace los coros, antes era el batero. Rarísimo.
—El regreso de la banda y ese asumirte como “el de Níquel” también trae, de algún modo, el recuerdo de tus famosas peleas, los monedazos previos a un show de Titas y todas las “malas”. ¿También te amigaste con esa parte?
—Sí. Amigarme es esto; si no hubiera sido Jorge Nasser y Los Escapistas del Ska, no sé. Aparte no estuvo tan mal, en el buen sentido. Era así. Hacíamos lo que podíamos. Bastante que tuvimos suerte de que musicalmente, a pesar de que nuestras vidas eran un poquito caóticas y “bárdicas”, no nos contaminamos. Hicimos discos de buena factura y eso, hoy, nos salva, porque tenemos un repertorio que tiene éxitos y otro montón de canciones que están buenas, y que perfectamente podría componer ahora. Y aparte esa nube era parte de que nos iba bien, y eso ya pasó. Ahora no nos va bien: yo hice otra cosa, unos se fueron del país, otros no estaban tocando en público, entonces el foco se corrió. Yo era muy peleador, sí, pero era de mal tomar. Y no tomo más, o no siento lo que sentía antes por la bebida, que era una atracción fatal. Yo necesitaba, al término del día, reventarme contra todo, todos los días que pudiera.
—En una entrevista con César Bianchi dijiste que Níquel había sido una banda auténtica, porque ustedes vivían rock 24/7. ¿Cómo es hoy volver al rock sin vivirlo de esa manera?
—Una de las cosas que pasó es que transcurrió el tiempo, para nosotros pero para el rock también. Hubo varias generaciones diezmadas por el alcohol y las drogas, y eso de que vive rápido y serás un cadáver bonito ya no se lo cree nadie. El mundo cambió y hoy el rock significa otra cosa. Relajo pero con orden, ponele; no tanto sexo y drogas. Y para la gente de mi edad está bárbaro. Capaz que si hoy tuviera 25 años no sé si me alcanzaría con el rock. Pero hay otros géneros que están más en el borde. Siempre va a haber alguien ocupando ese lugar y está bien, porque esa es otra cosa, el tema de la corrección política. Es una enfermedad, pero al ser un virus relativamente nuevo acá en Uruguay, no sabemos los efectos que puede tener. Pero a nivel de la creación artística es una gran auto-mordaza, y es injusto. Es una gran injusticia exigirle corrección política a los artistas. El rock también tiene miedo.
"El mundo cambió y hoy el rock significa otra cosa. Relajo pero con orden, ponele; no tanto sexo y drogas"
—Y también supo ser antisistema, a veces anarquista. En los últimos años, te pronunciaste a favor del Frente Amplio y cuando volviste con Níquel, en el público estuvo el presidente Luis Lacalle Pou. ¿Cómo vivís la eventual politización de tu figura u obra?
—No, a mi obra nadie puede hacerle nada, excepto mi obra misma. Y las críticas que suman las valoro. Ahora, cuando se va a la parte de la política… Había dos modelos en juego, los dos falibles. Dije que apoyaba a uno y entré, como todos los que se definieron, en una lógica de confrontación. Y lamento esa cosa de hinchadas. Con Níquel, en aquella época, me di cuenta que me rodeaba de personas a las que no les interesaba la política, y eso me encanta. Me acuerdo de Pappo que siempre me decía: “Loco, no le des bola a la política”. Yo apoyé como ciudadano y lo volvería a hacer, y por otro lado me encantó que viniera el presidente a verme; por ahí los políticos a los que voté yo no sé si me fueron a ver. Y vos podrás decir: “Pero Jorge, vos sos una persona pública”, porque pasó eso las veces que protagonicé piñatas y yo no me daba cuenta. Pero me da un poco de rabia, porque los artistas en Uruguay pagamos esos peajes como si viviéramos en megaciudades con megamercados. ¡Dale! Los artistas que han hecho algo de plata en Uruguay tuvieron mucha suerte y fueron muy cuidadosos de sus finanzas; si no, la empatás. Entonces no quiero la parte mala de la fama si no recibo la buena. Quiero protestar contra eso, en eso sí quiero hacer política. Después voy a votar lo que se me antoje.
—Y tras tantos años solo, ¿cómo es volver a compartir el proceso creativo?
—Es raro, pero en ese sentido (el disco solista) Llegar Armar Tocar fue bueno porque me familiaricé con el cowriting, que yo era más de morfármela solo. Y ahora me re copo, estoy en esa de: “Hola, ¿vamos a componer una canción?” (Se ríe) Y en la banda también acepto colaboraciones, acepto todo. Ahora, si nosotros no hacemos un tema rolinga, ¿quién lo va a hacer? O lo mismo con el blues. Yo amo el blues y hay un montón de gente que también, clandestinamente, porque somos una comunidad perseguida por lo políticamente correcto, porque hay que estar contento. La dictadura de la alegría. Y yo soy blusero, tanguero, y se me cae un lagrimón. Entonces si pinta un blues, ¿no lo vamos a tocar? ¿Sabés cómo lo vamos a tocar? Un blues llorón, viste. Y si querés llorar, llorá.