ENTREVISTA
Este jueves, José Luis Perales se presentará en Enjoy Punta del Este con su gira de despedida de los escenarios; antes del show, el español habló con El País sobre sus proyectos
José Luis Perales se está despidiendo de los escenarios pero no de la música. Con la gira titulada Baladas para una despedida, el español de 75 años se embarcó en una serie de 60 presentaciones por Europa, Norteamérica y Latinoamérica para dedicarle un adiós a un lugar al que nunca se sintió realmente cómodo. “El escenario me ha responsabilizado mucho y me pongo demasiado nervioso porque no duermo hasta que llega el concierto”, le dice Perales, desde el otro lado de la línea telefónica, a El País.
Sin embargo, los uruguayos tendrán una última oportunidad de verlo en vivo, ya que este jueves se presentará en Enjoy Punta del Este con las canciones que forman parte de Mirándote a los ojos, el disco triple que publicó a finales del año pasado. Allí, el autor de clásicos como “Un velero llamado libertad” y “Celos de mi guitarra” se dedicó a regrabar y reinventar 35 canciones de su repertorio, que ya tiene más de 40 años. Entre esas canciones, hay espacio para “melodías perdidas”, una colección de letras que no tuvieron la recepción que Perales esperaba.
En diálogo con El País, el músico adelantó que tras terminar estar gira (cuyo cierre se celebrará el 17 de diciembre en Madrid), se dedicará a pasar tiempo con su familia, seguir grabando canciones (ya está planeando la segunda parte de Mirándote a los ojos), seguir escribiendo novelas y retomar la vida de ermitaño que definía su vida previa a su llegada a los escenarios y a los primeros puestos de los discos más vendidos en España y Latinoamérica.
En frente al árbol de ceibos que tiene en el patio de sus casa de Madrid, el músico español repasó algunos momentos de su carrera y habló sobre sus plantes para esta nueva etapa.
—En entrevistas ha comentado que nunca se sintió cómodo en el escenario. Tras más de 40 años de trayectoria, ¿qué es lo que lo sigue incomodando?
—Debo decir que cuando tengo que presentar un concierto, hasta que llego al escenario siempre tengo una gran tensión. El escenario me ha responsabilizado mucho; me pongo demasiado nervioso porque no duermo hasta que llega el concierto. Es una cuestión de timidez o de responsabilidad. Lo que pasa es que cuando yo empecé, solo quería escribir desde la calma de mi casa y del campo, y tener tiempo para otras cosas. Era muy relajado, no había ninguna responsabilidad de enfrentar al público. Mi vida era un poco de ermitaño y era la vida que me gustaba hacer, pero en el ‘72 Rafael Trabucchelli, que era el mejor productor de aquella época, se empeñó en que yo cantara. Tuvimos una discusión hasta que me pudo convencer de que yo tenía la obligación de cantar mis canciones para que la gente las conociera. Me dio tal sermón, que me iba arrugando poco a poco y pensaba: “¿Será verdad lo que me está diciendo este hombre? Si yo no soy cantante”. Al final acabé cantando pero no era mi vocación cantar ni hacer giras. Mi vocación era escribir, pero al sacar mi primer disco, Mis canciones, hubo una canción que se llamaba “Celos de mi guitarra”…
—Que fue un gran éxito en Argentina y Uruguay...
—¡Exacto! (se ríe) La conocisteis mucho allí, las quisisteis mucho. En Argentina fue Disco de Oro a las tres semanas de salir el disco. Entonces yo no sabía qué hacer, ¿no canto más? ¿Sigo componiendo? Al final tuve que seguir cantando, y así han pasado 40 años, ¿cómo lo ves? (Se ríe). Pero no me arrepiento de nada. Sigo teniendo los mismos miedos, pero cuando llego al escenario sigo teniendo la misma entrega para que la gente disfrute de esas canciones que les devuelven a otros momentos maravillosos de sus vidas. O a veces a los tristes, porque la música es un vehículo para todos los estados de ánimo.
—¿Por qué cree que la gente se siente tan identificada con sus letras?
—Yo creo que hay una sola razón, y es que si la gente me sigue desde hace tanto tiempo y es tan fiel a mi música es porque, de alguna forma, se sienten retratados en las historias que cuento. Son las historias más normales de la gente de la calle. Hace unos días me dieron un premio y hablé de que las canciones son las vivencia de uno, pero también las de todos. Todos tenemos los mismos sentimientos. Creo que ya me he acostumbrado a eso, pero al principio sí me llamaba la atención de que alguien tan lejano cantara mis canciones. Recuerdo la primera vez que fui a América, concretamente a Argentina, que fue el primer país donde salió Mis canciones. Yo no me creía aquel éxito porque lo cantaba todo el mundo, y para que mi madre en España supiera lo importante que era yo... (hace una pausa para reírse) me compré una cámara Super 8 y me fui por las calles de Buenos Aires. Claro, la gente no me conocía la cara todavía, entonces filmaba los carteles que decían: “Bienvenido a la Argentina, José Luis Perales” (se ríe). Eso fue una impresión tremenda y sigo agradecido después de tanto tiempo. Han sido más de 40 años de fidelidad y me parece maravilloso. Se me ocurre solamente dar las gracias más profundas a toda esa gente que me sigue todavía y va a los conciertos.
—Recién comentó que nunca sintió que su vocación era ser cantante. ¿Recuerda qué sintió al recibir la noticia de que en Argentina y Uruguay sus canciones eran populares?
—Esa fue una cosa bastante increíble para mí. Mira, tenía tan poca fe en mí como cantante, pero tan poca fe, que pensaba que con aquel disco no iba a pasar nada. En aquel tiempo yo estaba trabajando en una empresa como delineante, entonces salió el disco y yo tenía una pequeña radio que escuchaba muy bajito en mi oficina mientras trabajaba. Sonaban mis canciones y nadie de la oficina sabía que era yo el que cantaba porque si no pasaba nada, yo seguía en mi empleo, que me había costado mucho conseguirlo. Pero un día me dijeron que tenía que un Disco de Oro y que tengo que ir a Buenos Aires a recogerlo. Casi me muero de los nervios (Se ríe). Tú imagínate que yo era un chico que estaba en una oficina, un mundo totalmente diferente del de los artistas. En ese momento, durante el tiempo libre, e incluso haciendo alguna trampilla en la oficina, engañaba al jefe y me escapaba diciendo que me tenía fiebre o que estaba enfermo, pero en realidad me iba a las emisoras a promocionar mi disco (se ríe). Todo este juego fue una cosa absurda y, aún así pensaba que no iba a ser cantante. El siguiente disco (El pregón, 1974) fue igual de exitoso y un día el jefe de mi oficina me dijo: “Oye, José Luis. Ese que canta en la radio una canción sobre la guitarra y de los celos, ¿eres tú?”. Fue ese día el que se terminó la mentira (se ríe). Una semana más tarde me salí de la oficina porque me convenció el productor.
—Acabas de publicar Mirándote a los ojos, un disco triple con nuevas versiones de tus clásicos y que incluye algunas canciones olvidadas. ¿Cómo surgió la idea?
—La verdad es que a medida que pasa el tiempo todo va mejorando. Las canciones se pueden mejorar e incluso, te diré una cosa que es sorprendente, pero mi voz está estando cada vez más sólida y mejor. Por eso pensé que era una buena idea grabar de nuevo unas cuantas canciones, y la verdad también es que me decidí a hacerlo porque mi hijo, Pablo, es productor y se encargó de los arreglos. La idea fue buena porque, aunque sean las mismas canciones, el resultado es como si fuera muy nuevo el disco. Aquí en España, a las tres semanas de salir, se convirtió en Disco de Oro y va muy fuerte. A la gente le ha gustado mucho y me ha quedado un muy buen sabor de este trabajo. Me he quedado con ganas de seguir haciéndolo y de rejuvenecer mi repertorio. Quedan como 40 o 50 temas escritos y listos para grabarlos. Veré si sigo vivo el tiempo suficiente como para poder cantarlos (se ríe), pero me encantaría. Hay algunas canciones hasta infantiles para mis nietos, que algunos se han quedado sin meter en el disco.
—He leído en una entrevista de años atrás que en su casa plantó un ceibo uruguayo, ¿lo sigue manteniendo?
—Sí, claro. Es un ceibo maravilloso (se ríe). Las semillas vinieron legalmente desde Montevideo; una amiga mía fue azafata y vive allí. Un día vino a verme a Barcelona en un concierto y como yo había hablado de las semillas del ceibo y de lo mucho que me encantó cuando lo descubrí en Argentina, me lo regaló. Algunos me dicen que es el árbol nacional de Argentina y otros me dicen que es el de Uruguay (se ríe). Veo que hay una competencia entre vosotros con respecto al ceibo (Se ríe). Mira, en este momento estoy sentado en mi casa de Madrid, y por la venta del jardín lo estoy viendo. Ya tiene como seis o siete metros de alto; florece de una forma loca y caprichosa, pero cuando se pone todo rojo, es una verdadera belleza de árbol. Así que os recuerdo prácticamente todos los días, desde que me levanto hasta que me acuesto (se ríe).