ENTREVISTA
El guitarrista uruguayo se presenta hoy en Sala Zitarrosa con su banda, y antes conversó con El País sobre su música y su carrera
El guitarrista uruguayo Juan Pablo Chapital, uno de los más destacados y activos de su generación, llega hoy a la Sala Zitarrosa con su repertorio propio y en compañía de Martín Ibarburu, Nacho Mateu, Hernán Peyrou, Camila Ferrari y Coby Acosta.
Quedan las últimas entradas en Tickantel a $ 500, y esta fue la excusa para conversar con él —que ha tocado con Fernando Cabrera, Javier Malosetti, Ruben Rada, Liliana Herrero, Alfonsina, Papina de Palma entre otros artistas rioplatenses, y con Robben Ford, Chris Cain, Laurrie Bell y Jhon Primer de Estados Unidos— sobre su presente.
—Diste un par de shows en un bar recientemente. ¿Cómo fue volver a tocar?
—Raro pero lindo. Muchos meses sin tocar. Fue divino poder tocar y que la gente venga y te agradezca porque estaba con una fisura de música en vivo. En la Zitarrosa va a ser diferente, porque en una sala que es para 500 y pico de personas entran solo 140. Igual estoy recontento de haber roto el hielo y tener algo para adelante.
—¿Cómo planteás el espectáculo de esta noche?
—Con la banda que vengo laburando. Hice una mezcla de mis cuatro discos y voy a presentar temas nuevos que surgieron durante la pandemia. Es un show entre música instrumental, temas cantados, cosas más bluseras cercanas al rock, otras emparentadas a la música popular uruguaya...
—Sos un músico que tiene mucho vínculo con el vivo, porque tocás en varios proyectos y estás siempre haciendo algo. ¿Cómo se transformó eso en todo este período?
—Eso fue de las cosas más graves para mí. Yo en marzo tenía la agenda hasta mitad de año con cantidad de shows acá y en el interior. Y fue como: ¿qué invento? Me pintó por reconectar con el instrumento, estudiar, y después surgió eso que no era tocar pero que era una energía parecida: empecé a hacer charlas con músicos por Instagram, con lo que quise empezar a visibilizar una zona de la música popular uruguaya que a mi entender está un poco olvidada. Y me descubrí en una veta de curioso; me interesan mucho las historias de los músicos y saber qué fue eso que los hizo elegir la música como camino. Eso me entretuvo; igual, tocar es tocar y no se reemplaza. Hoy estoy más abocado a mis proyectos.
—Y tuviste el tiempo para enfocarte en eso, también.
—Total, y es una experiencia nueva por lo que decías antes, porque si yo miro el curriculum he tocado con cantidad de músicos y no concientizo eso, que arranqué a los 20 y en estos veintipico de años pasó de todo. En un momento mi sueño era tocar con esos músicos que admiraba, que por suerte sucedió, y después el objetivo va mutando, ¿viste? Y cada vez me pasa más el querer generar más con mi proyecto. Que es difícil de contextualizar. Hay gente que me tiene por una faceta más blusera porque acompaño a músicos de Estados Unidos cuando vienen, o me relacionan con el jazz o esta barra de músicos como los Ibarburu, entonces se te va poniendo en un lugar. Y eso lo quisiera romper. Me interesa hacer una música cada vez más conectada, ser consecuente con lo que me va saliendo.
—¿En qué se diferencian tus canciones nuevas a Fotografía silenciosa? ¿Cómo sentís que cambió tu música?
—Mi primer disco tiene una textura mucho más jazzística, porque me fui a Buenos Aires con una ilusión de estudiar jazz. Y cuando me volví e hice mi segundo disco, ya se convirtió en una textura más rockera y me encantó que así fuera. Y de esa textura entre el rock, el folk y el blues ya no me separé más. No le tengo pavor a tocar dos acordes si es lo que me sale de adentro. Intentar decir a través de una melodía con la guitarra es una búsqueda.
—Esa búsqueda y esa intención de hacer una música más emocional que pensada, ¿cómo confluyen el Chapital docente, tu otra vocación?
—Yo planteo una escucha diferente, de dejar la cabeza de lado. Como docente intento rescatar eso que intento rescatar de la música, que tiene que ver con la conexión, para dejar en claro que pueden ser muy buenos en lectoescritura, audio, instrumento, que pueden ser egresados de un conservatorio que te certifica como “músico profesional”, y aún así pueden tener un pánico escénico increíble. Ser o no buen músico no depende de estudiar la parte matemática de la guitarra, y tampoco lo otro, porque mi formación musical es a través de la experiencia de tocar con Cabrera, con Rada, Luis Salinas, Malossetti, Samantha Navarro, Eli-u (Pena); cada uno de ellos, esa fue mi escuela. Que no quiere decir que sea mejor, sino que tiene que haber un equilibrio. Yo soy pro búsqueda; quiero ser como un puente para que se desate el nudo, porque muchas veces lo que nos separa de nuestro objetivo musical es nuestra propia mochila.
—¿Hay algo que te haga ser buen músico?
—(Piensa) Pienso en qué tienen en común los músicos que siempre admiré y calculo que eso es ser buen músico: el ser consecuente con tu música. Por eso para mí Spinetta es una especie de guía, como Miles Davis en el jazz o acá Hugo Fattoruso. Si te llaman para un trabajo, te mandan las partituras y vas al ensayo o al show y tocás perfecto, eso es ser funcional; no sé si es ser buen músico. Para mí tiene que ver más con la conciencia, con lo que uno vibra, con que si me llega, me llega. Tiene que ver con la conexión y con lo que hay detrás de todo esto, con la historia. Al final, siempre llego al mismo punto.