Redacción El País
Es la imagen viva del rock. La sonrisa burlona y despreocupada, la voz cavernosa aunque perfectamente afinada cuando la ocasión lo amerita, y los movimientos desinhibidos con los que recorre el escenario, son algunas de las características que definen a Keith Richards, el guitarrista de los Rolling Stones que mañana cumple 80 años.
Supo ser un bebedor y fumador empedernido, fue adicto a varias drogas y se rió de todas las veces que presagiaron su temprana muerte. Es uno de los mejores guitarristas de la historia, creó riffs inoxidables —“(I Can’t Get No) Satisfaction”, “Start Me Up” y “jumpin’ Jack Flash” encabezan la lista— y es, junto a Mick Jagger, el núcleo del grupo que cada año expande su reinado rockero.
En octubre, y cuando las esperanzas ya estaban perdidas, los Stones publicaron Hackney Diamonds, su primer disco de canciones inéditas en 18 años y el primero tras la muerte del baterista Charlie Watts. Fue uno de los lanzamientos más salvajes de 2023 —escuchen “Bite My Head Off”, grabada con Paul McCartney, para comprobarlo— y les dio un nuevo impulso para salir de gira.
Ofrecerán 16 shows en Norteamérica entre abril y julio de 2024, pero, como ya es costumbre, es posible que se agreguen más fechas y ciudades. Por otra parte, el viernes el grupo lanzó Hackney Diamonds (Live Edition), un disco con siete canciones grabadas durante un show de Nueva York para celebrar la salida de su nuevo disco de inéditas.
Novedades como “Angry” y “Whole Wide World” junto a clásicos como “Jumpin’ Jack Flash” y “Shattered” demuestran que, cuando está con su instrumento, Richards mantiene la misma energía y rebeldía que a mediados de los sesenta.
A continuación, un repaso a cinco historias insólitas que lo definen tanto como sus riffs y su apariencia.
Un clásico inesperado
En Vida, su libro de memorias, el británico reveló que compuso “(I Can’t Get No) Satisfaction” mientras dormía. “Por aquel entonces acababa de romper con una novia y todavía no me había buscado la siguiente, así que vivía solo en mi piso de Carlton Hill, en St. John’s Wood. Tal vez eso explique el tono de la canción”, recordó. “No tenía ni idea de que la había compuesto, me di cuenta gracias a la grabadora de cinta Philips porque, de puro milagro, se me ocurrió fijarme”. Según relató, rebobinó la cinta completa y así descubrió el riff que se volviería insignia del grupo. “Era el esqueleto de la canción, y por supuesto que no tenía ese ruido característico porque la había hecho con la acústica. Además había cuarenta minutos de ronquidos”.
La verdad sobre sus “cambios” de sangre
Durante décadas fue una leyenda urbana, y todo se debe a una broma. “La historia de que iba a Suiza a cambiarme la sangre es la única cosa que todo el mundo parece saber de mí”, escribió en Vida. “¡Pero nunca lo hice!”, aseguró. Según relató, todo ocurrió antes de un viaje a Suiza para “desengancharse” de la heroína. La prensa lo arrinconó en el aeropuerto de Heathrow (Reino Unido) y, para evitarse preguntas molestas, le dijo a un periodista: “Voy a Suiza a que me cambien la sangre”. Pero el chiste se le fue de las manos. “Eso fue todo, pero aquello quedó marcado como si estuviera escrito en la Biblia. Solo lo dije para tomarle el pelo y quitármelo de encima, pero eso me persigue hasta ahora. Dicen que hice un pacto con el diablo bajo las profundidades del suelo empedrado de Zúrich, la cara blanca como el papel, una especie de mordisco de vampiro a la inversa, y mis mejillas recuperan su color rosado”, comentó.
Se esnifó a su padre
“¿Qué es lo más extraño que intenté esnifar? A mi padre”, le dijo Richard a NME en 2007 y semejantes declaraciones recorrieron el mundo. “Mi padre fue incinerado y no pude resistir a mezclarlo con un poco de coca. A él le hubiera dado igual”, dijo en aquella entrevista. Fue tanto el escándalo que su mánager publicó una declaración en la que dijo que todo había sido un chiste. Sin embargo, en Vida, Richards confirmó la historia pero le quitó la cocaína. “Después de haber guardado sus cenizas durante seis años, planté un roble inglés y esparcí sus restos a su alrededor. Cuando abrí la caja, una ligerísima nube de cenizas aterrizó en mi mesa, así que recogí un poco con la yema de mi dedo y lo esnifé. Me sentó muy bien”.
El golpe de Chuck Berry
Richards siempre tuvo al autor de “Johnny B. Goode” como una de sus máximas referencias musicales. Sin embargo, su relación fue bastante tormentosa. En YouTube está disponible la tensa discusión que tuvieron en 1986 mientras ensayaban para los conciertos con los que Berry celebraría sus 60 años y que quedarían inmortalizados en la película Hail! Hail! Rock ‘n’ Roll. Fue en esa época, donde Richards recibió un puñetazo del homenajeado. “Estaba en su camerino cuando Chuck salió a buscar el dinero de los conciertos”, comentó en 2014. “Su guitarra estaba en su estuche, así que me acerqué y toqué un poco. De repente, Berry entró gritando ‘nadie toca mi guitarra’ y me dio un puñetazo en la cara. Fue uno de sus grandes hits”, agregó en un chiste que tiene sentido en inglés: un éxito y un golpe se dicen de la misma manera.
Todo por un pastel de carne
En 1989, durante la gira de presentación del disco Steel Wheels, los Stones viajaron a Toronto y la empresa de catering recreó un pub inglés en el estadio. Tenían bates de críquet, una máquina de discos y comida típica del lugar. Richards había pedido un pastel de carne, pero cuando le llegó el plato descubrió que el equipo de seguridad se había comido un trozo. “Estaba tan furioso que dije que no iba a salir a tocar hasta que me trajeran otro”, recordó en Vida. Mick Jagger no lo podía creer. Le consiguieron uno nuevo y el show se retrasó; lo peor es que Keith ni siquiera lo probó. “Solo quería meterle el cuchillo a la corteza”, escribió. “Nadie toca el pastel de carne hasta que no lo haya catado yo. ¡La corteza es mía!”.