De las batallas de freestyle en una plaza de Melo al medio millón de oyentes mensuales en la más popular de las plataformas de streaming. De grabar canciones en secreto y en su cuarto a compartirlas ante miles en el Antel Arena, el Velódromo, el Cosquín Rock. De no saber cómo hacerse camino a abrir los shows de Dillom, YSY-A y Duki y llevar su propia tribu tatuada en la piel. De la inmadurez de aquellos primeros cruces improvisados al flow liviano y elegante que desparrama en Korta, en Orgániko, en “Poka luz”. De lo que pasa —lo que puede pasar— cuando se hace foco: de eso va la historia de Knak, el nuevo golden boy de la música urbana nacional.
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En Argentina, El Quinto Escalón llevaba cuatro años y había escalado de competencia callejera de freestyle a evento masivo y viral. Era diciembre de 2016 y un tal Wos —18 años, cuerpo huesudo, ojeras negras— se coronaba campeón nacional frente a Klan, toda una institución. Se cocinaba a fuego fuerte la nueva escena musical argentina, probablemente el movimiento cultural más importante de los últimos 15 años en la región, y esa victoria iba a ser un mojón.
A 58 kilómetros de la frontera con Brasil y a más de 700 de distancia de Buenos Aires, la ciudad de Melo recién se contagiaba de la fiebre nueva.
La primera vez que Juan Pablo Tort vio una batalla de freestyle fue ahí, en una plaza de su Melo natal. Era el final de 2016 y acababa de estrenarse Under Rounds, una “compe”, dice, que creció y sigue viva y por entonces llamaba la atención de unos pocos. Seis meses después se estrenó como participante: cosechó cuatro copas, algunas burlas, cierto entusiasmo, el desconcierto familiar. Y un nombre. Para cuando sacó su primera canción, todavía en 2017, Juan Pablo ya era cuestión doméstica: ahora todo se trataba de Knak.
“En esa época nadie sacaba música en mi pueblo, entonces fue raro”, dice en charla con El País. “Tampoco me importaba: desde que descubrí que podía hacer música y sacar música, no paré. Eso es algo que destaco de mí: la constancia. De ese momento hasta ahora, 2023, no he parado. Porque me encanta, me apasiona”.
—¿Cuándo entendieron tus padres lo que estabas haciendo?
—Creo que en la Magnolio Sala del año pasado (se ríe). Cuando vinieron a ver un show mío, con mi gente, 350 personas que pagaron entrada por mí, ahí se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Antes se daban cuenta porque empecé a generar plata con la música, que es lo que a un padre le importa: que si tu hijo se dedica a la música pueda sobrevivir con eso. Y después de ese show me dieron el respaldo total, de: estás en serio para esto, metele. Era recontraimportante para mí y nunca lo había sentido como ese día. Vinieron desde Melo y se fueron llorando.
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En 2020, con canciones que circulaban y se hacían sentir en las redes y en YouTube, Knak vino a Montevideo para estudiar Comunicación. El plan duró dos semanas: el covid lo llevó de vuelta a Cerro Largo, y mientras pretendía entrar a clases virtuales, dedicó cada una de sus horas a grabar. Ese año iba a ser para eso: para hacer foco en la música.
Entonces apareció la “TCB”: su crew, el tatuaje que lleva al cuello, una familia.
“Los conocí en plena pandemia. A mitad de 2020 vine a Montevideo a grabar un tema con Davus y a la semana estaba viviendo con ellos; conectamos de una manera muy fuerte y sigo hasta hoy. Son Lucas Mateo, Davus, Once y Tokio Kid, cuatro artistas increíbles que me dieron la mano que nadie me había dado. Yo venía del interior, tenía 18 años recién cumplidos y era un pollo acá, no sabía con quién moverme ni cómo moverme. Y ellos me presentaron la movida de acá, cómo la veían. Me educaron mucho”.
La TCB, dice, fue un quiebre.
El otro fueron las canciones. En 2021 estuvo a punto de dejar la música, de dejarlo todo. Entonces apareció Korta, el EP en el que logró que las canciones reflejaran todo eso que quería mostrar: su transparencia, sus inquietudes, su vulnerabilidad.
Lanzado en mayo de 2022, el disco corto fue uno de los tantos mojones de su último año, que incluyó shows en Argentina y presencia en el festival Primavera Sound, la apertura del recital de Dillom en Sala del Museo y de YSY-A en el Antel Arena y, claro, su show de Magnolio Sala.
“Cuando sacamos Korta, en mayo, había pila de números y estábamos recontentos, pero estábamos haciendo colecta para hacer un guiso de arroz; no nos daba la plata porque la estábamos invirtiendo toda. Fue un año raro. Hicimos siete sótanos, le abrí a Dillom en Sala del Museo, después salió la oportunidad de una gira en Argentina, entonces se estaban dando todas esas cosas, pero no se daba la parte monetaria. Que no importaba porque éramos muy felices con lo que estaba pasando, pero había que comer. Y terminar ese año redifícil con una sala propia en Uruguay fue la confirmación de que estábamos haciendo las cosas bien. Abrirle el show a YSY-A en el Antel Arena fue el broche de oro”.
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Atrás parecen haber quedado los días enrarecidos. En 2023, Knak ya fue parte del Cosquín Rock, abrió el recital de Duki en el Velódromo ante 15.000 personas, y acaba de estrenar Orgániko, un mixtape al que le organizó una fiesta de preescucha a la que fueron más de 500 personas.
Lo presentará el 15 de julio en La Trastienda y las entradas ya están en Abitab; esa es su próxima parada. Su forma es esta: disfrutar, procesar y ponerse a trabajar por el siguiente objetivo. El conformismo no tiene lugar.
De Uruguay, hoy, Knak dice: “Siento que lo que estamos haciendo acá es tremenda revolución; estoy muy confiado en eso y no quiero soltar lo que nos costó tanto crear. Y siento que si me voy a Argentina no lo suelto pero lo descuido, entonces prefiero jugarme la ropa y estar yendo y viniendo, conectar con productores de allá. Acá hay muy poca gente que esté de verdad metida para hacer crecer la industria, y en Argentina tenés un abanico de posibilidades. Por eso me sirve ir y venir, para traer la ideología de lo que se está haciendo allá, que está muy fuerte. Acá estamos en proceso evolutivo”.
—¿Y qué querés dejarle vos a esa industria en desarrollo?
—(Piensa) Siento que mi pensamiento, mi ideal es crecer de manera orgánica, no forzar nada. Es lo principal y es lo que trato de mostrar: tiempo al tiempo, que a su tiempo se va dando todo.