La historia del Chato Arismendi: de Zitarrosa a ser "el gran salsero de Uruguay", y su pasión menos conocida

Cantante todoterreno, Arismendi destacó tanto en la música tropical como en el tango, en el bajo y hasta en el juego de bochas. Del escenario decía: "Yo dejo todo lo que tengo, así me esté muriendo".

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Luis Arismendi
El Chato Arismendi.
Foto: Fernando Ponzetto

Todos dicen lo mismo: que era el más completo, que hacía todo como solo lo hacen algunos. Que tenía un don y que por eso nadie se le pareció. Entre los artistas de la música popular y entre los consumidores de la plena y los últimos tangueros, hay un consenso: el Chato Arismendi fue inigualable.

Murió este jueves a los 71 años, como un hijo de la bohemia y un orgulloso alumno de la universidad de la calle. "La calle te enseña. Si te caes te levantás, a veces te caes y no te levantás más. Yo por suerte me he levantado; medio roto, pero aquí estoy", le dijo hace seis años a Memoria tropical, la serie documental de Aldo Garay que le dedicó un capítulo entero, casi un homenaje.

La historia del Chato Arismendi —que se llamaba Luis, nació en la ciudad de Las Piedras y vivió sus últimos años en Las Toscas y en condiciones económicas austeras— tuvo ribetes peculiares.

Tenía 10 años cuando se presentó por primera vez a un concurso de canto, en Canal 10. De padres cantantes —el padre más profesional, la madre amateur—, su formación fue autodidacta y de adolescente ya actuaba en tanguerías de Montevideo.

Acompañó desde temprano al guitarrista Mario Núñez y sus Cuerdas de Oro; se codeó con músicos de primera línea como Ciro e Hilario Pérez o Gualberto López; tocó con Alberto Mastra y, durante un tiempo, con Alfredo Zitarrosa. Fue parte de su cuarteto de guitarras y decía que haber compartido con él “un ratito”, una etapa, había sido “el sumun”.

Las lecciones de Alfredo Zitarrosa

En 2017 contó a Memoria tropical algo de su historia con Zitarrosa. “Un día lo vienen a contratar y le dicen: ‘Don Alfredo, ¿cuánto nos va a cobrar?’. ‘No, no: primero vamos a agarrar la plata de mis guitarristas’. Nunca escuché a un patrón decir: ‘Vamo’ a arreglar la plata de mis empleados’. Jamás”, recordó. “Después salió una gira para México y yo en ese tiempo me estaba por casar, y le dije: ‘Don Alfredo, yo no voy a ir’. Me paró las cejas de diablo: ‘¿Cómo?, ¿por qué no vas a ir?’. ‘Porque me caso’. ‘Ah, se respeta’. Todo un personaje”.

"Grandes valores del tango" y lo que no fue

Antes de Zitarrosa, en 1970, participó en Argentina del programa televisivo Grandes valores del tango. Sus allegados insistían en que Arismendi tendría que haber nacido en otro país: que a su talento, un lugar como Uruguay le quedaba chico.

"Siempre lo critiqué porque pensaba y creía que él tenía que tener su propio proyecto, dirigiendo su banda e internacionalizando su talento", dijo a El País Ruben Yizmeyián, director de Chévere Producciones y el hombre que le hizo conocer en persona a exponentes de la salsa como El Gran Combo y Oscar D'León.

Aquella negativa a la gira con Zitarrosa en México, a comienzos de la década de 1970, iba a resultar definitoria. Tras casarse, Arismendi se fue a Porto Alegre, a trabajar como músico; cantó tangos y boleros durante cinco años, y a su regreso, en 1979, lo fichó el Grupo Latino. Fue su debut en la música tropical.

"El mejor salsero del Uruguay"

Con el Grupo Latino comenzó una carrera que lo consagraría como ídolo popular y tropical. Poco después, ya como un codiciado valor en el ámbito de la música tropical, pasó a El Cubano de América o Grupo Cubano, y su derrotero orquestal lo fue llevando a Sonora Palacio, Conjunto Casino, Combo Camagüey y hasta Karibe con K. "Tengo 50 años de calle y noche", le dijo en 2020 a El País, en medio de un repaso por la que consideraba su mejor época. Una época en la que tocaba toda la noche y a la mañana siguiente, con la voz curtida, era capaz de meterse al estudio y grabar durante horas.

Así inmortalizó “Margarita”, uno de los clásicos de un repertorio en el que destacan “A sol caliente”, el más famoso de sus hits, pero también “A fuego lento”, “Echao pa’ lante” o “Copa de más”.

En su voz articulaba la potencia, la afinación, el sentimiento y eso que se reconoce, pero no se explica: el sabor. Escuchó y aprendió de los salseros y ese combo adquirido —la gracia, un swing que también estaba ligado a su rol de bajista, la interpretación precisa y una impronta franca— lo hicieron un distinto.

Tenía la elegancia de barrio y el canto verdadero.

En el escenario, cantaba con el cuerpo entero y lo entregaba todo. Decía que era la única manera que conocía, la única forma en que las cosas tenían sentido. “Yo dejo todo lo que tengo, así me esté muriendo”, confesó en Memoria tropical.

“El Chato es y será un referente. Fue el mejor cantante de salsa que hubo en Uruguay”, dijo Yizmeyián.

Seis años atrás, después de que Arismendi cambiara lo tropical por lo criollo y se dedicara a su primer amor, la cantante y pianista Estela Magnone había dicho: “Es el mejor cantante de tangos que hay acá”.

Las bochas, el talento menos conocido

Cantor todoterreno, intérprete, instrumentista y arreglador, el otro gran talento del Chato Arismendi era como jugador de bochas. Defendió al Club Belvedere y llegó a competir a nivel sudamericano; sus compañeros dicen era muy habilidoso.

En Memoria tropical, a propósito de sus mil caras, el percusionista Jorge “Magú” Magariños, que transitó durante años la música tropical con el Chato, lo definió así: “Un fenómeno en lo que sea, esa es mi manera de describirlo. ¿Al fútbol? La arruga. ¿Al casín? Pfff. Tocando la guitarra, impresionante. Cantando tangos, impresionante. Cantando salsa: todo lo que yo sé que él hace, la rompe. De esos tipos privilegiados que hay uno cada 10 millones. Con un corazón más grande que el cuerpo”.

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