Inserta en el ruido del barrio Santa Marta, sobre el chillido de las bocinas que suben desde la calle, rodeada de plantas que le recuerdan su lugar de origen, Silvana Estrada (26) dice que crear así, en el caos identitario de la Ciudad de México, es crear con velocidad y disociación.
Su disco debut Marchita, que le valió el Latin Grammy 2022 a mejor artista nuevo y el mote de “la Chavela Vargas millennial”, aún cuando la suya es la generación centennial, fue hecho entre el frenesí de ese paisaje —es la rabia que se traduce en la canción “Marchita”, por ejemplo— y la serenidad del campo, un rasgo que atraviesa su sonido y lo hace así, profundo, sabio.
¿De qué está hecha la música de Silvana Estrada, que mañana debutará en vivo en Uruguay, en la Sala Zitarrosa y con entradas agotadas? De pueblo y de montaña, de Xalapa —“una capital bien potente de la música fusión”, dice— y de Coatepec, las tierras donde se crió y entendió que la música era su mundo. Está hecha de sus padres, también músicos, que hace 20 años dejaron la profesión para dedicarse a la confección de instrumentos: hacen chelos, violas, violines, contrabajos. Está hecha de folclore viejo, de música clásica, de jazz, del aislamiento montañoso que la mantuvo alejada de la canción radial, y de los cantos de la naturaleza: el río, la siembra, la caña de azúcar, el café.
“Por ahí se me filtró la música”, dice Estrada en charla con El País. “Yo siento que si hay hondura en lo que hago, viene un poco de lo que me ha formado, sí: el campo, la música que he escuchado, los libros que he leído. Aprecio mucho lo bello, y en mi trabajo defiendo siempre lo bello que suele ser atemporal, también en mi caso. Veo un valor estético en lo atemporal, en lo simple, y creo que esa es un poco mi manera de entender mi propia música. Y me da gusto que guste”.
—¿En qué música que escuchás encontrás esa característica de la belleza atemporal?
—(Piensa) Ahora estoy escuchando mucho a Arvo Pärt, un compositor espectacular; estoy escuchando mucho a Caetano Veloso, un disco que se llama Qualquer Coisa; a (el uruguayo) Gustavo Pena que justo me parece un genio incomprendido pero muy atemporal, porque escribe de su vida pero es completamente perdurable... Esa es música que me nutre mucho. Luego están los clásicos: escucho mucho jazz, mucha música instrumental curiosamente, Velvet Underground, la misma Patti Smith que son gente bien contenida. Es muy sencillo realmente: o sea, es muy complejo lo que hacen, pero mantienen una cosa muy sencilla, muy generosa.
—En la versión de “Imaginando buenas” del disco El recital, hay un momento en que Gustavo Pena dice: “¡Qué moderno!”, y siempre pensé en eso como una síntesis de su obra: una modernidad que viene de otro tiempo.
—Totalmente, y esa modernidad entendida como alguien avanzado que va a perdurar en el tiempo la tiene, no sé, Violeta Parra con esas canciones loquísimas que inventa palabras, supertransgresora. Hay una cosa muy loca entre tradición, transgredir un poquito y al mismo tiempo defenderse a uno mismo… Hay ciertas cosas que identifico de esa música moderna que son las que me nutren mucho.
—Criada en un ambiente tan musical, de Xalapa y tu familia, ¿en algún momento pensaste o sentiste que tenías otra alternativa que no fuera la música?
—¡Muchas veces renegué de la música! O sea, siempre entendí que la música era algo que me iba a permitir ser feliz. ¿Quién no quiere cantar? Creo que la música nos mejora la vida a todos, pero la decisión de dedicarme a hacer música profesional empezó más a los 14 o 15 años. De hecho hubo un momento, antes de entrar a la universidad, que por ahí pensé en otras cosas: literatura, psicología; tengo muchas pasiones. Pero al final bueno, no. Decidí hacer música. Y siempre he mantenido mi relación con la música lo más sana posible, como quitándome un poco la figura del artista y tratando de entender que hago canciones para la gente, y que la música popular es la música que me gusta hacer.
—Cuando entran en juego los premios, o títulos como el de “la Chavela Vargas millennial”, ¿se contamina o se corre riesgo de contaminar esa pureza?
—El riesgo siempre existe, estamos siempre en riesgo de sabotearnos un poquitín, si así somos los humanos (se ríe). No sé si los premios en sí son un problema. En verdad nada es un problema, o sea, si tu vida es ganar premios está buenísimo. Lo importante es ser honesto con lo que uno quiere. A mí nunca me importaron mucho los premios, pero cuando he ganado pues me he sentido bien, me he sentido querida y reconocida. También es muy confrontador ir a los Grammys y ver cómo se vive la música de tantas maneras distintas. Y está bueno saber eso, ¿no? Que la música nos abraza y están los reggaetoneros, los hiphoperos, las cantantes de flamenco, los folcloristas, estamos todos ahí.
—Además de El Príncipe, ¿cuál es tu relación con Uruguay?
—Me encanta la cultura uruguaya. Me gustaría conocer más, pero Idea Vilariño es mi poeta favorita, Ida Vitale me gusta mucho, Benedetti pues me encanta, Eduardo Mateo me gusta mucho —el disco Mateo solo bien se lame es de mis favoritos—, también genio incomprendido; Leo Maslíah, Cabrera, Drexler… Pues Uruguay es un epicentro de la canción muy fuerte.
—¿Qué expectativas tenés de este primer recital que darás acá?
—Nunca tengo expectativas (se ríe). Lo que sí he planeado es hacer algo bien íntimo, que me permita presentarme lo más transparente. Entonces voy con mi pequeña estación de instrumentos —la guitarra, el piano, el cuatro, el loop station—, a armarme de valor y hacer mi show sola. Yo soy muy de romper la barrera artista-público, porque me sirve mucho que la gente cante, me sostiene: la gente canta y se vuelve parte del instrumento que ocupo. De alguna manera noto que, al ponerme en una situación íntima y vulnerable, la gente se abre. La gente hace muchos amigos; lloran, personas que no se conocen se abrazan… Mis shows son bien de comunidad, y vivo muy tranquila sabiendo que la gente que me escucha es muy simpática y buena. Yo veo cómo se tratan en los conciertos, y es puro amor.
—Y al final del día toca irse a acostar y tener esa imagen de un montón de personas llorando por canciones que escribiste. ¿Alguna vez deja de sorprender?
—No, ¡sorprende un montón! Ese es un tema difícil de todos los colegas: cómo irse a dormir. Cómo terminar un show y enfrentarse a un descanso. Es rarísimo, muy incómodo; es un tema muy fuerte de salud física y emocional. Es muy difícil. Ojalá alguien hiciera una fórmula.