Como si cocinaras para recibir a alguien que de verdad te importa, y de repente llega a tu casa, se acerca a la puerta, toca el timbre. A eso, dice Lucía Romero, se parece la sensación de sacar un nuevo disco. No a parir, no al acto casi salvaje de expandir la cadera y dar vida que tantas veces se usa como imagen para los nacimientos del arte. A algo mucho más pequeño, cotidiano, esencial: a prender el fuego, mezclar con cuidado y pasión los ingredientes, combinar texturas para que surja algo nuevo y después, sí, entregarlo como un acto de amor.
Esa sensación tenía Lucía Romero el jueves pasado, horas antes del lanzamiento de Magia pagana, el segundo disco solista de una jugadora polifuncional y expansiva. Hubo un tiempo reciente en el que ir a un recital uruguayo y verla de invitada haciendo coros, tocando la trompeta o atrás de un sintetizador o un teclado, se había vuelto costumbre.
Con Franny Glass, la banda Niña Lobo, el proyecto solista de Emiliano Brancciari o con Camila Ferrari, Diego González, Florencia Núñez o Dos, Romero (1992) hacía su tarea pero nunca daba la sensación de que estuviera trabajando. Más bien se la sentía flotar. Algo en su presencia, en su forma de conectar con la música, la diferencia del resto en el escenario.
“Yo no fui consciente de eso, para mí nunca pasó. Yo fui para adelante, ¿viste? Muy para adelante. Hasta que me di cuenta de que yo misma me estaba gastando”, explica en charla con El País esta decisión de haber frenado su actividad como música de/para otros, en una tarde que pasa intermitentemente de la lluvia al sol, como si jugara en dos mundos.
Magia pagana, su nuevo disco, también es así. Híbrido a nivel musical —la raíz folclórica y los teclados se funden con el pop y las plegarias—, con la voz telúrica en el centro de todo, se mueve justo en la frontera de lo mundano y lo espiritual, como si fuera un baile entre la carne (“Cintura”) y lo trascendental (“Ritual”), y también como una forma de mostrar que no hay tanta distancia entre esos planos.
Ahora, por ejemplo, Romero (que también se formó en danza contemporánea) empezó a trabajar en un emprendimiento de cocina tradicional.
“Y si yo cocino un pan que después va a ser tu alimento, el alimento que va a ser lo que vas a llevar durante todo tu día dentro de tu organismo y lo que te haga pensar ciertas cosas, ¿dónde termina lo mundano y empieza lo espiritual?”, pregunta. “Lo espiritual está en la palma de la mano. No hay que irse a una montaña a meditar cinco horas ni dejar de comer carne para ser más elevado. Basta de que nos quieran vender la receta mágica. ¿Querés conectar con Dios? Está ahí, está en vos, fíjate lo que te está pasando adentro. Esa idea de lo espiritual, de estar todos vestidos de blanco, no: espiritual es este encuentro”.
La historia de Lucía Romero y las claves de "Magia pagana"
En Magia pagana, editado por Little Butterfly Records, Romero quiso “honrar” esa idea, ese concepto. “A veces me enojo porque siento que seguimos perdiéndonos, seguimos buscando la manzana afuera, necesitando que venga alguien a decirme qué tengo que comer y otro a decirme qué pensar. Hay una librería que en la entrada dice: ‘Conócete a ti mismo y conocerás el universo’”, cita la frase del griego antiguo. “La música para mí es un puente para conocerme”, dice.
Es por eso, en parte, que ese disco que comenzó a pensar en 2023 la tiene a ella de manera casi omnipresente. Romero, que entiende la música como algo tan colectivo, se encargó de casi todas las voces, los teclados y hasta la producción; solo le abrió la cancha a su “hermano” Esteban Pesce en batería y a Mateo Flores, que atendió mezcla y grabación.

En su vida, la música siempre ha sido así: tan íntima y maestra como grupal. Es lo que descubrió cuando era muy niña, rodeada de la voz y la guitarra de una madre analista programadora de sistemas e intelectual, la voz de un padre que hizo la instalación de Ute en Palmar y fue repartidor, o de la voz de una tía que tenía un lavadero. O aquella vez que, rondando los 10 años, cantó un bolero parada junto a un piano de cola y sintió algo distinto, profundo.
Criada en una casa en la que la música siempre estuvo ahí, “como un elemento presente, sin pretensiones”, amante de Mozart y de Violeta Parra, Mercedes Sosa, Cássia Eller y de cualquier mujer que cante con sentimiento y “no esté ocupada por verse bonita” mientras lo hace, esa dualidad de lo grupal y lo individual está perfectamente plasmada en “Una madre”, una canción de su nuevo disco, que nació del silencio de su hogar y terminó haciéndose gigante entre una clase de práctica coral y el aporte de sus propios colegas y amigos.
Para Lucía Romero, “este es un camino para toda la vida, ya sea presentando un disco, como ahora, o a los 70 años tocando el piano y tomando mate en casa”. Como ocurrió con su ópera prima Doblaje, hizo Magia pagana sin pensar en que este es su mejor disco. La búsqueda, si es que hay búsqueda, corre por otros ríos.
“Hace unos años parece que no hay tiempo para nada, no tenés tiempo para ver a un amigo, para hacer un disco o para cocinar. Lo único que te falta es tiempo y de repente tenés 8 horas frente al teléfono y es como que las cosas importantes se resuelven así, como si nada. Eso para mí es alarmante. Como que digo: despertemos, porque estamos perdiendo lo que nos constituye como humanos”, reflexiona.
Hay, sin panfletos, algo de militancia en su forma de hacer arte. Pero también hay resignación, el gesto humilde de cuando se descubre algo inevitable.
-
La ópera rock que Fito Páez tardó casi 40 años en completar y que propone volver a un ritual en extinción
Un peruano en Madrid se convirtió en el nuevo guardián de la música uruguaya y desempolva discos perdidos
Leire Martínez lanza tema sobre su polémica salida de La Oreja de Van Gogh: "Búscate a alguien que me sustituya"