La pasión por la música brasileña los unió, crearon una propuesta para difundirla y la llevan por todos lados

Choro Clandestino es una iniciativa impulsada por músicos uruguayos que rescata el género más antiguo de la música popular de Brasil. Despedirán el año mañana en el Parque Rodó. Acá, su historia.

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Los músicos Joaquin Rilla, Pablo Suárez y Sebastián Rey.
Foto: Juan Manuel Ramos /El País

"Fue un flechazo”. Así es como el músico uruguayo Pablo Suárez recuerda su primer contacto con el choro, el género tradicional de la música popular brasileña. Fue hace varios años, cuando vivía en San Luís do Maranhão, en el nordeste de Brasil. “Bajaba por una ladera y de repente escucho una flauta. Era la melodía de “Carioquinha” (choro del célebre instrumentista Waldir Azevedo), no me olvido más. Fui persiguiendo el sonido sin poderlo creer, porque me gustaba elsamba, pero más la música instrumental. Cuando lo encuentro le pregunto al flautista qué era todo aquello. Me explicó y desde ahí nunca más dejé de estudiarlo”, cuenta.

Lo mismo le pasó en Rio de Janeiro a Joaquin Rilla. “La imagen de un montón de instrumentos y músicos en ronda y todos comunicándose entre sí, incluso solo con la mirada, me sorprendió y me pareció hermoso. Fue amor a primera vista”, recuerda. La historia se repite para Sebastián Rey, quien además recibió un cavaquinho de regalo de un amigo cuando fue de visita a Río hace unos años. Esa pequeña guitarra de cuatro cuerdas, lo inspiró para meterse de lleno en aquel mundo.

De las rodas de choro en Brasil, los tres músicos comparten el haberse sentido como “en casa”. Allí aprendieron y crecieron musicalmente. La experiencia los marcó y buscaron replicarla acá. “El amor con que fuimos recibidos, con que nos trataron, enseñaron y acompañaron es algo que quisimos pasar adelante”, dice Suárez.

Así fue como, al regresar a Uruguay decidieron reunirse para crear la primera ronda de choro local. El proyecto nació en pandemia y de ahí lo de “Choro Clandestino”.

“Surgió como una especie de militancia cultural, porque somos músicos y vivimos de eso”, dice Rilla. “El shopping estaba lleno de gente, los ómnibus iban repletos, sin embargo, a nosotros nos decían que no podíamos trabajar para evitar aglomeración”, remata.

El choro, que viene de la expresión “llorar”, pero con el sentido de expresar algo —un dolor, una alegría— a través del instrumento, fue también la manera de comunicar lo que se vivía. “Al no tener letra, el choro se hace con la forma en que se toca, más profunda y emotiva en la interpretación”, remarca Suárez. “A través del instrumento ponés en juego lo que querés decir, estés arriba o allá abajo. Y en pandemia evidentemente no estábamos felices”.

Choro Clandestino.
Los encuentros de Choro clandestino.
Foto: Liliana Alves

Las rondas empezaron como encuentros semanales, tan ritualísticos e infaltables que los llamaron —lo cuentan entre risas— “la misa de los jueves”. “Era ir a compartir entre nosotros y con la gente que iba solo a escuchar o a bailar”, dice Rilla. “Era algo sagrado. Nos agradecían y hasta hoy nos dicen ‘no saben como me cambiaron la vida’, sobre todo gente mayor que quedó muy marcada por la soledad de la pandemia”.

El origen del género, también conocido por “chorinho”, se remonta a mediados del siglo XIX, por eso, es considerado el primer estilo musical urbano en Brasil. Nacido en Rio, es la mezcla entre el lundu, de matriz africana y la polca europea.

“Nos identificamos mucho con la historia del choro como movimiento cultural, más allá de lo musical, porque fue algo que nació en la calle, lo tocaban los barberos porque eran los que tenían acceso a instrumentos eruditos y a su vez estaban todo el día en la vereda con personas del pueblo”, contextualiza Suárez. “Eso está muy impregnado en nuestra forma de ver la cultura en general: una reivindicación de la libertad de hacer música, de integrar. Por eso el choro se hace mucho en la calle, al ras del piso y no tanto en un escenario”, complementa.

Al tocar piezas compuestas hace más de 100 años, ven y sienten como la música que rescatan atraviesa generaciones. “Un día nos pasó que alguien del público pidió tocar ‘Pedacinho do céu’”, recuerda el acordeonista. “Cuando terminamos de tocar supimos que era un señor de 80 años que vino con su señora, se acercó y nos dijo con los ojos llorosos que aquella era la música que él escuchaba cuando era niño”.

De las plazas al Mercosur

El grupo, (en que también están Rodrigo Trianon, Gonzalo Perera, Federico Olivera y Ruben Behauk) ha llevado en estos casi cuatro años el choro a plazas, playas, bares y lugares como el Mercado del Puerto o el antiguo Mercado de la Abundancia. Los toques son siempre a la gorra, porque la idea acá es compartir la música y pasarla bien. Han hecho más de 130 rondas por todo el país.

Al ser la matriz de la música brasileña, ese género que abrazaron está presente en otros ritmos como el samba, el forró, el maxixe o el baião. Por eso, en los encuentros hay bloques que llaman al baile. En la ronda, además, la comunicación entre los músicos pasa por todo el cuerpo: se asiente con la cabeza, hay sonrisas y miradas.

Choro Clandestino.
En los encuentros de Choro Clandestino se generan instancias de baile.
Foto: Liliana Alves

Otra de sus características, cuentan, es el hecho de ser muy participativas. “No es un espectáculo cerrado y quizás a veces en Uruguay cuesta entender el concepto de música en ronda, porque no la tenemos tanto acá. La roda de choro es mucho más parecida a la jam del jazz: en la que los músicos se saben los temas, se juntan y es espontáneo. Al ser instrumental, hay lugar para la improvisación”, destaca Rey.

En noviembre fueron invitados a una celebración oficial del Mercosur y la ocasión, sienten, terminó de sellar uno de los cometidos del grupo. “Había gente de todo el mundo y en primera fila estaban Mujica, Sanguinetti y Lacalle. Fue muy lindo porque para mí una parte muy importante de este proyecto es generar lazos de intercambio cultural entre Uruguay y Brasil”, dice Rilla.

Así, con el choro como bandera y también como una misión fundamentada en el disfrute y la integración, es como cerrarán este 2023, mañana a las 20:30 en la feria Pasearte en el lago del Parque Rodó. La entrada es libre y la música compartida.

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