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ENTREVISTA EXCLUSIVA

La revancha de Jaime Roos: su nuevo ciclo, el miedo al autoplagio y por qué no pudieron con él

Jaime Roos se presenta este sábado en Atlántida con entrada gratuita, prepara disco y documental de "Mediosiglo" y trabaja en nuevas canciones; antes dialogó en exclusiva con El País

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Jaime Roos. Foto: Marcos Mezzottoni.

Por Rodrigo Guerra
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Se presentó dos veces en el Estadio Centenario y actuó otras dos en Enjoy Punta del Este. Ahora le llegará el turno a Atlántida, y va a ser una celebración. “Lo doy por descontado”, dice Jaime Roos a El País.

Este sábado participará del festival Canelones Suena Bien junto a La Banda Completa —el grupo de 22 músicos que formó para su regreso a los escenarios— y ofrecerá un show de entrada libre en una grilla que comparte con Julieta Rada. “Estamos muy ilusionados. En el caso mío, hace como 10 años que no toco en un evento semejante, siendo que en otra época era algo habitual”.

El recital, con el título de Clásico, marca una diferencia con Mediosiglo, el espectáculo central de su esperado regreso. La banda es la misma (“equivalente a un Rolls Royce”, asegura), pero el repertorio incluye varios cambios. Canciones íntimas como “Good-Bye (El tazón de té)”, “Las luces del Estadio” y “Lluvia con sol” saldrán del repertorio para darle espacio a otras más enérgicas como “Esta noche”, el genial viaje festivo y experimental del disco 7 y 3. “Entró a pedido”, comenta. “Es un momento de swing para el público y los músicos”.

“Tocar en un balneario es el equivalente a tocar en short”, dice, entre risas. “Hay un mano a mano muy particular en este tipo de conciertos. Te lo digo por experiencia y estoy seguro de que muchos músicos que estén leyendo esta nota van a estar de acuerdo conmigo: los toques multitudinarios en los balnearios son particularmente emotivos”.

Pero lo de Atlántida será todavía más especial para Roos. Se tratará de la revancha luego de la serie de seis reprogramaciones para el Estadio Centenario de 2021, el plan de 20 recitales para 2022 que no se concretó y el final de su contrato con AM Producciones. Este es un camino nuevo, que inició a mediados de enero con su presentación en el Enjoy.

Ese concierto fue una maravilla”, comenta. “Noto una alegría de parte de la gente, y al mismo tiempo una emoción que se contagia para los que salimos al escenario”, celebra. “Además, veo la presencia de tres generaciones bien diferentes en la platea, y eso es tremendamente emotivo”.

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Jaime Roos en Punta del Este.
Foto: Majo Hano.

Ahora, en la previa al recital del sábado en Atlántida, dice: “Espero que sea una fiesta, que al público le guste, que la gente se mueva como loca y, especialmente, espero tocar bien. Porque creeme: si tocás bien, el público se pone contento”.

Antes, Roos dialogó en exclusiva con El País.

—La temporada empezó en Punta del Este y ahora sigue en Atlántida. ¿Qué planes hay para el resto del año?

—La cosa es así: por una serie de motivos ajenos a nuestra voluntad, en todo 2022 pudimos tocar solamente dos noches. Nos quedamos realmente con unas ganas enormes de tocar y al mismo tiempo con el reclamo de parte de la audiencia de que siguiéramos actuando, porque no nos habían visto. Entonces, si bien el plan original era que al terminar la gira Mediosiglo me alejaría nuevamente de los escenarios para dedicarme a otros proyectos, hubo que hacer un cambio sobre la marcha. Es muy sencillo: tenemos ganas de tocar y la gente nos dice que tiene ganas de escucharnos, así que vamos a seguir. Como no tengo nada confirmado y estoy curado de espanto de anunciar cosas que no suceden (sonríe), lo único que puedo comunicarte es una expresión de deseo de tres puntos: hacer una gira por el Uruguay, ir a tocar a Argentina y hacer una despedida en algún teatro de Montevideo. Tengo como fecha de cierre de este período el otoño de 2024. Veremos qué pasa.

—En los shows del Estadio Centenario, sobre el final de “Tal vez Cheché” cantaste la frase “No nos morimos nada”. ¿Resumió lo que viviste luego de todas las reprogramaciones y las ganas de tocar que no fueron?

— El “no nos morimos nada” viene del primer concierto y no se refiere a la pandemia. Se refiere a todo lo demás. Estuvo incluido en “Tal vez Cheché“ porque es el momento en que el hincha se prende al alambrado y grita de todo. Pasó a ser parte de la canción y tenía que ver con todo lo que habíamos atravesado. Estamos más vivos que nunca. No pudieron con nosotros.

—¿Fue una manera de poner en palabras lo que sucedió con CAFO, que definiste como “el atropello más grande” de tu vida, y las frustraciones de tu vínculo con AM?

—Mirá, no creo que a los lectores les interese escuchar hablar de empresarios, contratos, cláusulas, incumplimientos y chicanas. (Hace una pausa) Hablemos de música.

Pasamos a otro tema, entonces. Hace años que se dice que tu música es un fiel reflejo de la vida en Uruguay. ¿De qué manera haberte ido a Europa durante tu juventud te permitió entender mejor a Uruguay para evocarlo y transmitirlo de forma más clara en tus letras?

—El haberme ido del Uruguay cuando era joven y el haber podido mirar y medir de lejos el lugar de donde venía, me hizo tomar consciencia de una serie de cosas que no percibía cuando vivía dentro de esa burbuja. El sentimiento que tuve al irme del país fue macro, y me permitió ver de forma mucho más intensa las cosas buenas, las malas, las más profundas. Alguna vez puse este ejemplo: el pintor impresionista que da tres pasos hacia atrás para ver la forma, en lugar de estar pegado a la tela donde hay solamente manchas. En el caso musical, pude ser consciente del lugar de donde venía, de mis raíces, de mi idioma, y al mismo tiempo tener en cuenta que eso formaba parte del universo. Entonces, cuando volví, porque me fui con 21 y volví con 23 años, me encontré con otro lugar. Era tremendamente familiar pero lo miraba con otros lentes. A partir de ahí, en el año 1977, encaré una obra artística en la que todo esto que te estoy contando estuvo siempre presente (Hace una pausa) Nuestro cielo no es más lindo que el de los demás, pero tampoco es menos lindo que el de los demás.

Jaime Roos.
Jaime Roos.
Foto: Daniel Coccolo.

—En la reedición de Aquello se incluye una carta que escribiste en Europa durante un viaje de LSD: "En la madrugada del 26 de octubre de 1979, decidí cambiar el rumbo de Aquello y con ello el de toda una música nacional detrás. Firma: El capitán, Jaime Roos". ¿Cómo recordás aquella especie de epifanía?

—Desde el punto de vista de mi vida cotidiana, creo que nunca estuve tan mal. Como decía un viejo amigo: estaba peleando por llegar a la lona. Vivía en una buhardilla y si quería ir al baño tenía que bajar cuatro pisos; había un agujero en el techo por donde se colaba la nieve (se ríe). Entonces, haber dicho semejante bravuconada en ese momento es algo que hasta el día de hoy me hace reír. Es una frase absolutamente soberbia y guerrera dicha por un marginal. Y en ese momento, cuando mencioné cambiar el rumbo de “Aquello”, estaba hablando del formato de un álbum que finalmente iba a tener canciones directamente relacionadas con el concepto beatle de canción popular. Para mí hay dos tipos de raíces: las autóctonas, que son aquellas del mundo donde uno vive; y las del mundo maravilloso en el cual uno quisiera vivir y que visita día a día. Y para mí eso eran Los Beatles, el rock inglés de los sesenta, Astor Piazzolla o Django Reinhardt, pero esencialmente Los Beatles.

—¿Qué sentiste al escuchar a Los Beatles por primera vez?

—Sentí que ese era el sonido del mundo donde quería vivir. Sin embargo, salía a la calle a hacer los mandados y me encontraba con otra cosa, otros colores y otras ropas. Y hubo un momento en que comprendí y asimilé la belleza de toda esa vida cotidiana, que no se correspondía con mi mundo de fantasía pero que, sin embargo, era complementaria. Mi gran descubrimiento fue que tenía a Los Beatles en un cajón del aparador y en otro a la música de mi barrio, y que podía fusionarlos. Fue algo absolutamente natural y se pudo hacer por el conocimiento de causa de todos los elementos. Te pongo este ejemplo: si uno fusiona la cocina japonesa y francesa, tiene que conocer a fondo ambas; si no el plato se queda a medio camino.

—La canción “Milonga de la Guarda”, en 1981, hablaba de la música como un lugar de contención. En 2023, ¿cuál es el rol de la música en tu vida?

—Soy músico (se ríe). "Milonga de la Guarda" no solamente se refiere a mi vocación y a mi oficio, sino al papel protector de la música a lo largo de toda mi vida. Y se la compara, en forma metafórica, con el ángel de la guarda. Es algo que me protege y me ha permitido sobrellevar los momentos más difíciles, y vivir los más felices. Cuando te digo que me protegió y que me salvó, quiere decir que hubo momentos en los que psicológica, emocional y vivencialmente yo estaba sufriendo mucho. Esto fue recurrente a lo largo de los años, y la música fue algo espiritual a lo cual aferrarme y dedicarme. En definitiva, si no fuera por la música, creo que no estaría vivo. Y te lo digo sin exagerar.

—Eso me lleva a una de las frases de “La Sirena”: “Relamiendo mataduras, y con ganas de morir, / Preferí seguir coleando, y colear es un decir”. Cuando la escucho te imagino componiéndola mientras lavabas platos en Holanda y vivías en una casa tomada. ¿Cuáles fueron los momentos más bajos en los que realmente la música te salvó?

—A lo largo de mi vida en diferentes momentos difíciles. Vos estás mencionando uno en el cual estaba económicamente arruinado: trabajaba de cocinero y ya tenía cuatro discos grabados pero me tuve que ir de Uruguay porque la dictadura me echó. Fue una encrucijada difícil, aunque más adelante la vida te plantea otro tipo de encrucijadas que tienen que ver con lo afectivo, con tu salud o con lo que sea. Vos estás yendo a uno en particular que es muy claro y que incluso me había olvidado que se hacía presente en la letra de “La Sirena”. En realidad habla de un tipo que se gana la vida como cocinero de un barco y que en determinado momento caminando por la borda siente el canto de una sirena; a pesar de haber jurado que nunca más iba a hacerlo, se tira al agua. Es una extensa alegoría sobre un nuevo amor que puede ser muy peligroso, mortal. Los cancionistas, cuando escribimos nuestras letras, no somos lineales. Usamos nuestros trucos y trampas, o directamente modificamos la realidad a piacere porque la canción tiene vida propia. Si vos escuchás esa canción no se trata de un registro autobiográfico, es un repaso de distintas vivencias que se amalgaman en un argumento ficticio. Basado en hechos reales pero que pertenecen a distintas realidades. Entonces, atención: no hay que tomarse las canciones como si fueran las páginas de un diario personal.

—Pero si hablamos de canciones como “páginas de un diario”, Fuera de ambiente es tu disco más autorreferencial. Tiene canciones como “Catalina”, “Vida número dos”…

—(Interrumpe) Sí, pero no. “Catalina” sí porque directamente es como si yo hubiera pintado un cuadro de mi madre. Fue, en cierta manera, una declaración de orgullo de haberla tenido como madre. Ahora, “Vida número dos” tiene un solo elemento autorreferencial, que es haber leído La inmortalidad, de Milan Kundera. Hay un personaje que vive en las afueras de la ciudad y se muda al centro, que es donde siempre quiso vivir, recién luego de que queda viudo. Y es feliz. En aquel momento pensé: “No puede ser que no tengamos la energía de decidir por nosotros mismos cuándo queremos vivir una vida número dos”. En el libro pasa por una relación afectiva, pero se puede asociar a cualquier otra vivencia. Cuando la escribí ya iba por mi vida número cinco (se ríe), aunque sí la hice pensando en alguien que conocía y que no se animaba a dar ese paso. Volviendo a Fuera de ambiente, la tónica del disco efectivamente tiene que ver con un momento concreto de mi vida. Y termina cantándole a mi círculo más íntimo: un gran amigo, mi pareja, mi madre.

—Lo interesante es que cuando lo publicaste estabas convencido de que ese iba a ser el último disco de tu carrera. ¿Qué tanto cambió tu percepción en estos años? ¿No sentís una especie de presión interna por transmitir en un álbum todo lo que te pasó en estos años?

—No hay presión interna porque no tengo nada que probarme. Lo cual no quita que si me entusiasmo con algo, me voy a zambullir con la inconsciencia de siempre. Con Fuera de ambiente lo que pasó fue una sensación curiosa porque cuando lo publiqué tenía 53 años y me parecía que ya estaba llegando al final del rollo con respecto a qué decirle al mundo. Me pareció muy curioso porque estaba en un momento de plenitud creativa, pero al mismo tiempo me pareció fantástico poder decir: “Hice mi último disco de canciones inéditas en plenitud”. Eso te habla de un enorme amor propio y de cierta soberbia con respecto a mi obra. Esbocé la idea como un canto del cisne, pero al final no me lo tomé muy en serio ni tampoco fui muy insistente. Ahora, hubo algo de lo cual me di cuenta: ese álbum no tuvo la menor incidencia en la sociedad en la que vivía. La gente estaba en otra cosa y las corrientes marinas habían cambiado. Es muy difícil ser una persona diferente todo el tiempo y yo siempre tuve un verdadero miedo al autoplagio. Si ya escribí una murga llamada “Brindis por Pierrot”, otra que se llama “Colombina”, y todas las demás, ¿realmente tengo algo nuevo para decir en ese estilo en particular? Por el momento no. No lo lamento y no lo escondo. Cuando te tomás realmente en serio la idea de hacer un disco nuevo es cuando sentís que realmente vas a hacer algo realmente nuevo. Y como te digo una cosa te digo la otra: en este momento estoy trabajando en canciones nuevas. Lo que sucede es que el aliciente que tengo es exclusivamente el de hacer un disco para mí, mi mujer, un par de amigos que conozco y otros tantos que no conozco pero que sé que andan por ahí y que les encantaría escucharlo. Tené en cuenta que este año cumplo 70.

Por lo pronto, se viene el documental de Mediosiglo y el disco del primer show en el Estadio. ¿Qué se puede adelantar del proyecto?

—Es un proceso que ha sido terrible, como todo lo de este período, y que tuvo varias idas y vueltas. Se filmaron los ensayos y el primer concierto en el Estadio. El documental quedó parado un año por una serie de problemas, pero ya se solucionaron y se retomó el proyecto con una idea bastante más abarcativa que está llevando adelante el director Javier Palleiro y la productora Salado Films. O sea, lo que originalmente iba a ser un proceso de construcción de un concierto, más alguna entrevista, se amplió y va a ser mucho más entretenido y profundo. Ya cerca de la finalización de la película, o quizás en simultáneo, va a salir el álbum en vinilo doble y en forma de CD. Va a haber 18 canciones del concierto y se presenta como la banda sonora de la película, como pasó con Woodstock, salvando las distancias, claro. 

Jaime Roos
Jaime Roos.
Foto: Marcos Mezzottoni.

—¿Qué representa para vos dejar un registro del primer Estadio Centenario, que hace meses definiste como el show “más emotivo” de tu vida?  

—Artísticamente y personalmente hablando es muy importante. El primer Estadio fue el concierto más emotivo de mi vida y además tuvo un nivel artístico fuera de lo común. Lo que más cuenta, como siempre, es la parte musical. Nunca toqué con una banda tan numerosa en un escenario, así que grabar un álbum con semejante orquesta es un privilegio. Lo mejor de esta historia lo viví cuando fui al estudio de grabación a escuchar las pistas con una enorme ansiedad, porque cuando uno está en el escenario cree que sabe cómo salió, pero muchas veces la euforia te juega una mala pasada. Pero no fue el caso. La banda pudo tirar toda su energía pero nunca largó la rienda, pelota al piso y jogo bonito. El alivio que sentí fue enorme. El disco ya está premezclado; ahora faltan unas buenas 150 horas de estudio para terminar la mezcla. Es un trabajo de largo aliento.

—Ese concierto, que marcó tu regreso a los escenarios, tuvo una gran cuota emotiva de parte del público. ¿Sentís que eso se trasladó a la música?

—La emoción compartida, creo que yo por el 90% de la audiencia del 17 de diciembre de 2021, para mí es absolutamente inolvidable. El ingeniero de sonido terminó llorando. Y los músicos y cantantes, cuando no participaban en alguna canción, se iban a llorar atrás del escenario. Yo no podía darme el lujo de delirarme mientras conducía la nave. Sin embargo, lo percibía en el aire, me impregnaba. Y lo que más feliz me hace es que no perdimos la calma y no nos dejamos llevar por la euforia. Quizás yo no sea la persona adecuada para hablar de todo esto, pero las personas que estuvieron ese día saben de lo que estoy hablando porque fue una sensación colectiva, una comunión. Yo me llevo a esa audiencia de aquí a la eternidad.

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