ENTREVISTA
El compositor y director de orquesta radicado en Estados Unidos que grabó más de 300 discos y tuvo más de 45 nominaciones al Grammy comparte las historias de una vida en el arte
"Mi vida está llena de coincidencias”, asegura, entre risas, José Serebrier. Y el célebre compositor y director de orquesta uruguayo tiene unos cuantos ejemplos. El primero —y el más significativo— ocurrió en 1954, cuando tenía 16 años. El compositor y crítico estadounidense Virgil Thomson llegó a Montevideo en el marco de una gira por Sudamérica para ofrecer un concierto junto a la Sinfónica del Sodre. No actuó pero sí dio una conferencia improvisada.
“Ese día llovía muchísimo, pero fui con mis padres. Éramos los únicos y yo apenas sabía inglés. Apenas vio que no entendía nada, se levantó y se fue. Habían pasado 10 minutos”, relata desde Estados Unidos, donde vive hace más de 65 años.
Ese episodio le terminó cambiando la vida. Serebrier, que a los nueve años había compuesto su primera sonata para violín, había llevado sus partituras a la conferencia para presentárselas Thomson. El crítico estaba tan molesto que le dijo que se había quedado sin espacio en la valija, pero el agregado cultural de la embajada le prometió al joven que se las iba a llevar a su hotel. Entre esas obras estaba su cuarteto para saxofones.
Al día siguiente, desde la farmacia de enfrente de su casa le avisaron que tenía un llamado importante; en esa época no todo el mundo tenía teléfono. El muchacho tenía un buen presentimiento. “Me dijeron que le iban a mostrar mis obras a Aaron Copland, que en ese momento era el compositor más importante de Estados Unidos, y a Eugene Ormandy, director de la orquesta de Filadelfia”. Pasó un mes y lo volvieron a llamar. El Departamento de Estado de los Estados Unidos le ofrecía dos becas, y allá fue a Filadelfia para estudiar composición en el Instituto Curtis.
Ese fue el comienzo del camino de uno de los músicos uruguayos más reconocidos del mundo. Y no es una exageración. Serebrier grabó más de 300 discos, acumula 45 nominaciones al Grammy (ganó ocho), se presentó en los escenarios más prestigiosos y dirigió a la Orquesta Filarmónica de Nueva York y la Filarmónica Real de Londres. Eso sí, nunca se olvidó de sus raíces. “Uruguay fue la base de todo”.
Por eso, en Last Tango Before Sunrise, su nuevo disco, hay espacio para homenajearlo. El álbum, que ofrece nuevas interpretaciones de su “Sinfonía para percusión” y su “Sonata para piano”, también estrena “Candombe” e incluye “Tango In Blue”, “Almost a Tango”, “Flute Concerto with Tango” y “Last Tango Before Sunrise”. Es un valioso recorrido por una vida llena de música.
La mirada retrospectiva también está presente en la edición ampliada de Portraits of the Maestro, el libro que parte de una serie de conversaciones con el crítico francés Michael Faure. Por ahora, solo se consigue en inglés, pero Serebrier anhela que una editorial local se interese por publicarlo.
En sus 350 páginas, a los 82 años, Serebrier repasa todas esas coincidencias que definieron su vida. Vuelve a reír cuando relata la historia que lo ayudó a despegar su carrera. Estaba en el lugar y en el momento justo. “Era mi primer verano en Estados Unidos y mientras iba de camino a mis clases en Curtis tropecé con un chelista de la Orquesta Sinfónica de Houston que iba corriendo hacia el aeropuerto porque iba presentar un concierto dirigido por Leopold Stokowski”, dice.
“Yo llevaba la partitura de mi primera sinfonía y cuando la vio en el piso, me preguntó: ‘¿Quieres que se la muestre al maestro?’”. El uruguayo aceptó y al director británico le sucedió lo mismo que a Thomson años atrás: quedó encantado. “Decidió tocarla enseguida, en lugar de la ‘Cuarta Sinfonía’ de Charles Ives, que era increíblemente difícil”, comenta.
Serebrier fue al estreno y lo entrevistaron para la revista Time. Estaban sorprendidos al ver que el director iba a estrenar la obra de un uruguayo de 17 años. Y él, claro, se había preparado para registrar ese día en su memoria: el 4 de octubre de 1957.
“Pero las grandes coincidencias no siempre son buenas”, aclara tras una breve pausa en su relato. “Esa noche, la Unión Soviética lanzó el Sputnik 1 y la noticia acaparó todo lo demás por varios días. A las dos semanas llamé al crítico del Times para preguntarle si iban a publicar mi entrevista, pero me dijo que ya era noticia vieja. Se perdió, pero ser famoso overnight no es bueno; lo que menos quería era fama”.
Años más tarde, en 1974, llegaría la consagración gracias a su grabación de aquella “Cuarta Sinfonía” de Charles Ives. Aquel álbum en el que dirigió a la Filarmónica de Londres marcó su debut discográfico y disparó su carrera con elogios de la crítica.
Durante su entrevista de una hora con El País, Serebrier relata con entusiasmo otros episodios de su vida.
Lanza una carcajada mientras cuenta cómo, en los noventa, logró ubicar al entonces presidente Luis Lacalle Herrera y a toda la delegación uruguaya en el palco de la Reina de Inglaterra para el concierto que dirigió en el Royal Albert Hall. Fue otra coincidencia, claro. Serebrier estaba desesperado por no haber conseguido palcos, y apenas unas horas antes de su concierto se encontró al portero del recinto fumando en la puerta de entrada de los artistas. Apenas le contó su historia, el hombre los hizo entrar de incógnito. “Fue fantástico y pudieron ver a un uruguayo en el Albert Hall”.
Pero si se trata de casualidades, a la que más le tiene cariño es a la que le permitió conocer a su esposa, Carole Farley. “Yo tenía una cita con una azafata de avión que iba a viajar desde Detroit hasta Nueva York para verme. Pero, unas horas antes me llamó para decirme que no podía venir porque había tanta nieve que se canceló el vuelo. No tenía nada para hacer, así que me fui al ensayo de mi maestro, Antal Doráti, en el Carnegie Hall. Había solo una persona en el público, y era ella. Estamos casados hace más de 50 años”.
Quedan todavía más historias, como una anécdota algo bizarra con Salvador Dalí (ver recuadro), la vez que dirigió la ceremonia de los Grammy, sus celebrados conciertos en el Teatro Solís y en el Sodre, y hasta sus giras por teatros de China.
“Pero todo eso lo van a tener que leer en mi libro”, advierte con una última carcajada.
“Se van a reír de mí en Montevideo”, advierte Serebrier antes de dar paso a una de sus anécdotas más extrañas y divertidas. “Conocí a Salvador Dalí gracias a Antal Doráti, porque dirigió un concierto en La Fenice, en Venecia”, dice. “Resulta que un barítono secundario del MET se casó con una de las mujeres que donaban grandes fortunas al teatro; ella le preguntó qué quería de regalo de bodas y él le respondió que quería ser famoso.”
Por eso, organizó una ópera con los mejores artistas del momento y contrató a Salvador Dalí para que se encargara de la escenografía. “Yo tenía 19 años y participé como ayudante de Doráti. Tuve que recibir a Dalí, que llegó al teatro vestido de gondoleri. Hizo cosas rarísimas, como poner a una mujer planchando y media vaca colgada al costado del escenario”, cuenta. “El barítono invitó a la crema de la sociedad, pero como no acostumbraban ir a óperas, estaban aburridísimos; solo fueron por Dalí”.
Ante la situación, el artista español llamó a Serebrier. “Me dijo que teníamos que despertar al público, así que me llevó a la pizzería que estaba al lado del teatro y compró 70 platos. Subimos a los palcos y empezamos a tirarlos para despertarlos. Fue una clásica locura de Dalí”, recuerda. “El cantante quería ser famoso estaba desesperado porque un plato cayó en el foso y la orquesta dejó de tocar. En mi mente tengo la imagen de la señora que pagó por todo, pidiéndole al público que no se fuera”.