ENTREVISTA
Germán Daffunchio conversó con El País antes del show que su banda dará este sábado en el Teatro de Verano, para presentar nuevo disco
Germán Daffunchio quiere decir lo que siente, por más que lo tilden de demagogo: que Las Pelotas ama Uruguay, “groso”, y que cada vez que pueden venir a tocar acá son felices. Que en pocos lugares se sienten tan bienvenidos como en este, donde pasa algo “alucinante”.
Se lo cuenta a El País en la previa al show que la banda argentina dará mañana en Montevideo. El recital será distinto al habitual, en un formato esencialmente acústico que servirá para mostrar, en vivo, su último disco Versiones desde casa, un producto de pandemia que los terminó sanando.
La cita es en el Teatro de Verano —“Ahí fue la famosa fallida reunión de Sumo, que en la historia quedó como que los culpables habíamos sido nosotros”, recuerda—, mañana a las 21.00. Entradas en Tickantel.
Cantante, guitarrista y compositor de uno de los grupos veteranos del rock argentino, Daffunchio cuenta que Versiones desde casa surgió de manera natural en el confinamiento, con los músicos en distancia obligada y sin agenda de shows. “Lo podríamos haber hecho y guardado para nosotros”, asegura, “pero quisimos compartirlo en este estado de encierro. Era la posibilidad de irse por un rato, y una forma de seguir estando unidos. Porque la gente está presente de más formas de las que te puedas imaginar”. De eso y más charló con El País.
—Para Las Pelotas, una banda que ha superado adversidades y ha transitado períodos oscuros de Argentina, ¿qué implicó la pandemia?
—Nada, la vida es así, tenés que acostumbrarte a ir con la lanza y el escudo. A todos nos tomó de la misma manera y cada uno tuvo su propio proceso; en tu país es distinto a lo que pasó en el nuestro, que fue muy complicado. Nosotros encontramos la forma de ayudarnos y de curarnos haciendo un disco. Fue nuestra terapia para enfrentar estos tiempos, porque si hay algo que quedó claro es que somos ínfimos y estamos sujetos al destino.
—Se lanzaron a Versiones desde casa cuando tenían un disco nuevo para salir a tocar. ¿Cómo fue soltar Es así?
—Imaginate que estábamos por presentarlo en el Hipódromo; Es así es un discazo y lo amo profundamente. Pero hubo gente que perdió el trabajo o tuvo que cerrar negocios. Nosotros de última podemos tocar en nuestra casa, y ahora está la ansiedad de salir en otro formato. Tocamos hace poco en Buenos Aires y creo que fue la segunda vez que lo hicimos para gente sentada, y fue muy loco. Igualmente la pandemia nos hizo sumergirnos en esta nueva búsqueda y armar un show casi que concebido para estos tiempos. Y es un nuevo descubrimiento de uno mismo. El desafío era armar algo en el filo de lo tranquilo y lo fuerte, ameno, y afortunadamente el show está buenísimo.
—La joya del disco es una interpretación a arpa y voz de “Víctimas del cielo”. ¿Cómo la encontraron?
—Fue parte de todo. Sonia (Álvarez, la arpista) también estaba encerrada, le mandó una versión tocada por ella a Sebastián (Schachtel, tecladista) y ahí salió. Y me pareció un desafío alucinante. Formó parte del disco porque de ser un tema con una estructura más rockera, épica, pasó a tener una simpleza emocional muy grande. Y en vivo es tremendo. Tocar con un arpa era casi anti rockero, pero no me importó un carajo, esa es la verdad. La música es música, y a esta altura de nuestra vida la hacemos para nuestra gente, los que vibran parecido.
—¿Hay algo por fuera de la música que te genere una sensación parecida a la que te da el contacto del vivo?
—(Piensa) Hay muchas cosas que me hacen emocionar y no necesariamente se parecen a lo de la gente, que no puedo inventar nada para explicarlo. Cuando estás tocando estás tirando toda esa sangre, esos latidos, esa energía, y hay gente que lo está recibiendo y te lo está devolviendo. Es muy difícil de explicar por qué se genera. A mí me gusta mucho la naturaleza, de hecho antes de ser músico era marino mercante y estaba completamente en un viaje acuático. Y me vine a vivir a las montañas porque me fascina la pequeñez. Ahora estoy totalmente fascinado con el micelio. Hay una red abajo de la tierra por la que están conectadas todas las plantas; no es una boludez de hippie, ¿eh? Es alucinante.
—El repertorio que eligieron en Versiones... está atravesado por el tiempo, lo pasado, lo presente, el recuerdo y lo que vendrá. Y si bien la pandemia afectó la percepción del tiempo, en ese período en el mar o en esta vida en las montañas, también hay algo de vivir en otro ritmo. ¿Eso se traslada conscientemente a Las Pelotas?
—Puede ser. Viviendo y durmiendo en el mar con agua en 360 grados, aprendí lo que era la inmensidad y que mi vida era insignificante al lado de lo que es la vida en sí. Somos un pequeño granito. Y todo eso se vuelca, la experiencia, en lo que escribís. A veces pienso en la cantidad de temas de Las Pelotas en que tiramos frutas para nuestra sociedad argentina. Y está la satisfacción de haberlo hecho (se ríe), ¡te lo dije hace 15 años! Pensá que “Esperando el milagro” la hicimos en 2003 y hablaba de jueces corruptos y toda esta cosa de mierda que seguimos viviendo. Y está buenísimo haberlo hecho, por más de que no haya servido para nada (se ríe).
—Igual es difícil pensar que una sola canción vaya a cambiar una realidad.
—Sí, pero hay gente que me ha parado para decirme que escuchando determinado tema tiraron la bolsa de merca y nunca más tomaron, o metieron a Dios... Es impactante a dónde puede llegar el arte. No es que uno se crea con la capacidad de cambiar el mundo, ni en pedo, pero podés sembrar una semilla en alguien que sí puede aportar a que el mundo sea un lugar mejor. Es la ilusión del artista. Pero he aprenido que en la música, decir lo que uno ve y jugarse por eso tiene un costo. Y hay que ser valiente.